El chico del pasado.

2 1 0
                                    

Era parte de la rutina, una que si bien, no era fija, le daba una pauta cómoda para comenzar su día. Estaba bien cuando no se cumplía, cuando había una excepción, no armaba escándalo ni tampoco sentía el día diferente, supuso que eran caprichos cotidianos continuar su simple y corta rutina con el mismo ánimo de quien ocupa en lo que quiere su tiempo de ocio. Despertar primero y levantarse primero iniciaban su jornada a veces laboral y en otras veces de holganza.

Licht, a menudo, le reclamaba tener que despertar solo y en más de una ocasión lo arrastró a la cama para pasar tiempo de calidad, las definiciones que ambos tenían respecto a eso a veces variaba y en otras coincidían. Era entre vergonzoso y divertido para él, aunque no sabía si podría admitirlo en voz alta. Le gustaba mantener esos temas en privado, a diferencia de Licht que los trataba con una soltura envidiable y bochornosa.

Pero por sobre todas las cosas, la parte de su corta rutina a la que estaba más acostumbrado y que no no tenía intenciones de modificar era compartir la cama con su pareja. Despertar sabiendo que Licht estaba ahí, sentirlo a su lado y escuchar su voz en las mañanas; era innegable como pintaba todo de color la mera presencia de quien amaba. Así que, era imposible disimular la sorpresa de tener a otro integrante en el lecho al despertar, lo peor de todo era que lo conocía.

El mundo era extraño.

·

·

·

·

--Licht, mirarlo así no resolverá nada.

--Esa es mi forma de expresarme.

--Una que lo asusta.

--Se lo merece.

Tokikaze rodó los ojos ante la declaración a la vez que el nuevo integrante de la casa seguía usándolo como su escudo humano, lo cual no le molestaba, pero sí le turbaba tener que ser el mediador de tan extraña situación. No sabía cuánto duraría su falsa solemnidad, el torbellino de interrogantes tomaba más y más fuerza conforme más repasaba todo. Le era imposible no crear mil conjeturas y temer por la frágil paz que envolvía su vida desde el final de la última guerra, realmente no estaba ansioso por tener que lidiar con otro desastre de tal magnitud. Aunque sabía que si se presentaba él sería incapaz de negarse, sencillamente no podía no hacer nada ante un problema relacionado con el reino.

Y para variar tenía de novio al hombre que nunca diría que no cuando le pidieran ayuda, que a decir verdad le estaba contagiando lentamente su fuerte complejo de héroe.

Por su parte, el suspicaz coronel general continuó su exhaustivo análisis visual con una expresión de perfecta seriedad, ésta más sus brazos cruzados y su postura recta le daban un aire imponente y frío, digno de su cargo en el ejército, aunque el dejo de calidez que nunca pudo ser arrancado de su alma estaba escondido en esas fúlgidas irises de rubí. Era evidente que su aura aterrorizaba al chiquillo salido de quién sabe dónde, más el propio aire de gentileza impregnado en Tokikaze lograba calmar al niño y darle la seguridad suficiente como para mantener el contacto visual.

El recién llegado tenía unos quince años de edad, pese a que su baja estatura ponía en duda aquella información. Su cabello negro brillante resaltaba su piel clara cubierta por el típico atuendo escolar de tonalidades oscuras de los institutos, llegó con eso y, a diferencia de los desconcertados adultos, prefirió no cambiar su atuendo por alguna opción propuesta por el de ojos tan azules como los suyos. Estudió sin disimulo el sitio: era la cocina, una de esas que aparecían en las revistas de interiores, el de cabello más largo lo había llevado ahí para por lo menos darle algo de comer luego de expresar su súbita hambre. Aparentemente viajar entre las líneas temporales causaba un hambre terrible.

Sentimientos VetustosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora