Treze (1/2)

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28 de diciembre

POV Juliana

Me abracé a la almohada, empapando la tela de ésta con mis lágrimas. No sabía cuánto tiempo llevaba llorando y tampoco sabía con certeza el tiempo que había pasado desde que Valentina se había ido de la habitación, porque todo parecía haberse detenido. Como una película pausada o como cuando dejas de leer un libro a mitad de página sin saber qué va a pasar a continuación. Y yo tampoco lo sabía. La había cagado, pero bien. Había preferido ser una cobarde, tener miedo, antes que echarle cojones y decirle a la castaña lo que sentía de verdad. Sentía rabia contra mí misma también. Después de tanto tiempo no había conseguido superar nada, solo me había autoconvencido de que sí. Pero eso ahora no importaba. Tenía que actuar, y hacerlo rápido. Alguien estaba llamando a la puerta.

-¿Sí?

-Juli, soy yo. ¿Puedo pasar? – Claire estaba al otro lado. Suponía que habría oído algo

-Claro – intenté controlar un poco el llanto antes de que entrase. No se acercó a mí, sino que cerró la puerta y se quedó apoyada en ella

-Corre

-Qué? – no entendía qué quería decir

-Mi hermana está fuera. Probablemente hecha polvo después de lo que le has soltado – la oscuridad de la habitación me impedía ver su cara, pero por el tono deduje que sentía una mezcla de enfado y compasión

-Pero Claire, – me quité un par de lágrimas de la mejilla – no creo que quiera...

-Juliana Valdés – ahora sonaba dura – la has cagado hasta el fondo. Ve a buscarla y arréglalo de una maldita vez. No te mereces sufrir, y mi hermana mucho menos, así que más vale que solucionéis esto o te voy a matar yo personalmente. ¿Estamos?

-Claire, yo... - mi cabeza era un hervidero de preguntas sin respuesta – lo siento – iba a romper a llorar de nuevo. No tenía que haber dicho... - hizo un gesto con la mano, pidiéndome que me callase

-A mí no. Las disculpas y las explicaciones a ella. Sal y no se te ocurra volver si no es con ella al lado. Ve, corre

Estaba totalmente bloqueada. No sabía que hacer. A pesar de ello, hice exactamente lo que la pequeña de las Carvajal me había ordenado. Sin perder un momento, me puse los zapatos, cogí una chaqueta y salí corriendo de la habitación en dirección a la calle. Ni siquiera reparé en que León seguía en el salón cuando pasé a su lado hasta que encaré la salida. Dudé un momento en dar media vuelta y explicarle lo que había pasado, pero desistí. No tenía tiempo.

Fuera, el tiempo había empeorado, y eso que parecía poco probable que pudiera ocurrir. No llevaba ni diez segundos fuera y ya estaba empapada. Miré nerviosa a ambos lados de la calle, buscando una cabellera castaña en medio del temporal. Nada. Corrí en dirección al patio trasero de la casa, buscando tener un golpe de suerte. El corazón me latía deprisa, y mi cabeza era incapaz de pensar en qué le diría cuando la encontrase, pero tampoco me importaba. Mi única prioridad era arreglar el desastre que había causado.

-¡Valentina! – volví a gritar mientras giraba la esquina de la vivienda. Allí tampoco estaba

El pánico empezó a apoderarse de mí. Me llevé las manos a la cabeza al tiempo que notaba cómo las piernas me fallaban y la ansiedad que llevaba minutos ignorando empezaba a consumirme. "Eres idiota. Seguro que se ha ido a buscar a Aine, porque se merece algo mejor que tú". No podía parar de repetirme la misma frase una y otra vez. Me dejé caer en el suelo empapada y derrotada, sintiéndome cada vez más pequeña y abandonándome al llanto que brotaba de mis ojos y se mezclaba con la lluvia.

Y entonces la vi. Como un sueño, o como un espejismo. Al otro lado de la calle, unos metros más adelante, una chica se encontraba sentada entre dos coches con la cabeza enterrada entre las piernas. Tenía que ser ella. Me puse de pie como si me fuese la vida en ello (y en parte, así era) y acorté la poca distancia que había entre ella y yo en cuestión de segundos.

-Valentina, lo siento – me arrodillé delante de ella en señal de súplica. No se inmutó, continuando en la misma posición – Por favor, dime algo. Lo siento – no era capaz de decir otra cosa

Estaba llorando, silenciosa. No sabía si me dolía más verla así siendo yo la causante, o el desprecio merecido que me mostraba. Acerqué una mano a su brazo, temblorosa, pero ella la apartó de un manotazo cuando notó el contacto.

-¡Déjame en paz Juliana! ¡Vete a Pamplona y no vuelvas! – escupió cada palabra con rabia. Me lo merecía

-No quiero irme, Valentina. Nunca he querido – dije sollozando

-¿De qué vas? – clavó sus ojos en los míos, furiosa – Me dices que quieres venir a pasar con nosotros la Navidad, te ofreces a hacerme de modelo, me dices que me echas de menos y veinte mil cosas más, y luego me montas la de Dios sin motivo, llamándome egoísta y echándome en cara que me he besado con Aine sin saber absolutamente nada más del tema. ¡¿Qué coño te pasa eh?! – había dejado de llorar y se había puesto de pie, apretando los puños, sin haber dejado de mirarme en ningún momento. Yo continuaba arrodillada, pero ahora lo estaba a sus pies. La estampa de la que formábamos parte era una metáfora dolorosamente preciosa del perdón que buscaba en ella

-Val, lo siento. No pretendía...

-Me da igual lo que pretendías Juliana. El daño ya está hecho – sentí como si me hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago – No eres nadie para cuestionar mi vida o las cosas que hago. Ni tú, ni nadie. Y menos por unos celos que no sé de dónde coño te han salido. Así que ahora soy yo quien no quiere que te quedes. Lárgate a tu casa y déjame tranquila – una puñalada me habría dolido menos que esas palabras. Durante unos minutos, no se escuchaba otra cosa que el sonido de las gotas de lluvia golpeando violentamente contra el asfalto y un trueno lejano. Dio media vuelta con intención de marcharse, pero la retuve

-Espera, por favor. Déjame hablar – las palabras salieron de mi boca como un susurro en medio de la noche

-Suéltame. Ya has dicho bastante – se deshizo de mi mano con desdén y echó a andar

-No son celos. Es miedo – como si hubiese pronunciado una especie de palabras mágicas, se detuvo en seco y dio media vuelta, en silencio – Tengo miedo – tragué saliva, buscando las palabras adecuadas para continuar hablando. Todo lo que dijese podía ser decisivo

-Tengo miedo de mí misma. Del pasado. De... - se me hizo un nudo en la garganta. Las palabras se me atascaban

-¿De qué más, Juliana? – parecía acariciar mi nombre con el borde de sus labios

-De perderte. Tengo miedo de perderte – no podía más. Me lancé a sus pies sintiendo cómo me rompía y, al mismo tiempo, un peso enorme me liberaba el pecho. De nuevo, silencio. Entendí que no había podido solucionar nada, que se iría sin remedio y yo, como una idiota, la había perdido por algo de lo que ella no tenía la más mínima culpa. Suspiró profundamente. Me temía lo peor

-Juls – sentí sus brazos rodearme, apoyando la cabeza en mi hombro. También lloraba - ¿Qué coño te han hecho?

-Te lo contaré – la agarré fuerte, como si en cualquier momento fuese a evaporarse – Pero ahora no puedo. Tardaré un tiempo, pero te prometo que lo haré

-Esperaré – dijo muy cerca de mi oído, como un secreto entre nosotras – Vamos dentro anda. Estamos empapadas

Tuvo que ayudarme a ponerme en pie porque las fuerzas me faltaban. Caminamos en dirección a su casa, y por primera vez desde hacía varias horas fui capaz de respirar con calma, como si nunca hubiese sido capaz.

Sinmigo (Juliantina AU) - AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora