Capítulo 10. Una vida dura

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—No te comprendo —mencionó el Rey con cariño—, cada vez que busco tu compañía me rechazas. ¿Por qué?

—Todo el mundo me mira con desprecio, soy la burla de este reino.

—Eso es mentira, todos te aman y respetan.

—¿Me respetan? Después de... Ella me mira con altivez, sonríe con maldad cada vez que me mira. Tomaba su estómago gigante y... ¡Ya no puedo con esto!

—Pero tú eres la Reina, échala del castillo si es lo que deseas, no me importa en tanto tú estés bien.

—Te acostaste con otra mujer para no faltar a tu palabra como Rey, pero ¿qué hay de lo que a mí me juraste? Juraste que yo sería la única mujer en tu vida y que me amarías cada uno de tus días.

»Le diste un lugar en el palacio, aposentos que no le corresponden, ella es una sirvienta, solo eso. No debería estar a mi altura.

—¿Y no lo está? —Intentó abrazarla.

—¡No me toques! No puedo soportar tus caricias sabiendo que estuviste con ella aquella noche.

—¡No le grites a tu Rey! Debiste decir esto antes y no evitarme todo el tiempo. No estuve con ella.

—¿Qué?

—No era yo quien estuvo con ella, estuve en otro sitio toda la noche, para evitar que alguien me viera en algún lugar del castillo.

—¿Qué sucedió entonces?

—Las condiciones de estar con ella eran que no debía tocarme, solo lo haría yo y sería sin velas, y ella aceptó. Envié a un soldado en mi lugar, él usó mis ropas y estuvo con ella toda la noche.

»Al amanecer el soldado debía irse sin que ella se diera cuenta y ella creyó todo este tiempo que era yo. Y ese niño que acaba de nacer no es de la prole de tu Rey.

—No me mientas.

—¿Dudas de la palabra de tu Rey? —su tono sonó molesto—. No lo hago, no estoy mintiendo. —suavizó su voz.

Herea se abalanzó hacia él y se prendió de su cuello sintiendo alivio, y lo besó.

—¿Por qué no lo dijiste antes? —preguntó llorando.

—Un Rey puede tener todas las concubinas que deseé y cuántos hijos quiera tener. Pero este Rey, ama a una sola mujer y no desea estar con nadie más, no era necesario que lo dijera, tu Rey es libre de actuar como quiera sin dar explicaciones.

—Gracias por decirlo. Permitiré que ella se quede un mes más, debe de reposar los cuarenta días indicados, después de eso haré que se vaya.

—Tú eres la Reina, has lo que mejor te parezca.



—¡No toques eso! —gritó Miserata al arrebatarle el vaso de metal a Soldara. Un poco de leche se derramó—. Ese soldado nos trajo una cabra, pero no es suficiente, esa niña come como si no fuera a comer otro día.

—¿Pero y qué le daré de comer?

—Yo no lo sé, ese soldado dijo que traería cosas y no trae suficiente, debes pedirle más.

—¿Qué pasó con las legumbres, la carne y las frutas que ha traído? ¿Y las monedas de oro?

—Eso no sirve de nada, no alcanza —su voz ronca sonó nerviosa.

—Trajo todo hace una semana y no hay nada, ¿a dónde lo llevó?

—¿Llevar? ¿Crees que es suficiente hasta para regalar? Ve a buscar algo más, dale agua, eso la llenará. Y has que ya se calle.

La Bruja y el Dragón doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora