Los días transcurrieron deprisa para Martin, la información le llegó al correo electrónico como le había indicado el comisario y tras una lectura detenida intentó autoconvencerse de que no era tan mal puesto.
«Es menos exigente, pagan mejor, debo ser bueno para que confíen en mí para cuidar al futuro rey...», las ventajas arremetían contra su mente una y otra vez, sin conseguir eclipsar la idea que se había acomodado allí tras haber recibido la noticia, «pero es Juanjo Bona, el niñato de palacio, ¿por qué tengo que hacerlo yo?»
Entre palabras intercambiadas con algunos de sus amigos más cercanos y aquellos pensamientos bipolares, el fin de semana libre del vasco se esfumó sin que pudiera casi darse cuenta de ello. Ya era lunes, se acababa de despertar, eran las seis de la mañana y en un máximo de dos horas estaría en la puerta del palacio de la Zarzuela para comenzar con la jornada laboral. Su estado de ánimo subía y bajaba más rápido que una montaña rusa, no sabría muy bien describir si estaba asustado, feliz, nervioso o todas al mismo tiempo. Con el fin de alejarse de su propia mente y sentimientos, se metió en la ducha y reflexionó sobre su carrera profesional mientras el agua corría por las cañerías para después deslizarse sobre su pelo, pecho, espalda para ir a parar a sus piernas y de allí de vuelta a las cañerías.
Posiblemente la mayoría de asociaciones ecologistas no hubieran estado de acuerdo con la cantidad de agua que el joven policía utilizó en aquella ducha, pero nadie tendría por qué enterarse, ¿no? Bajo el agua su mente fluyó y repasó todos los casos resueltos en sus ya casi cuatro años de carrera profesional, a Martin no le gustaba sobrepasarse en méritos, por lo que se reconocía muy poco el gran trabajo que estaba haciendo sirviendo al Cuerpo Nacional de Policía. Era en momentos como aquel cuando echaba la vista atrás cuando se atrevía a cuestionarse qué podría ser de él si no hubiera preparado las oposiciones por miedo a lo sucedido años atrás, por suerte para él todo salió muchísimo mejor de lo esperado. Para evitar volver a esa etapa que deseaba olvidar por encima de cualquier otra cosa, salió de la ducha y cubrió su cuerpo con su albornoz y el pelo con una toalla.
«Debería llevar el pelo algo más corto, es molesto salir de la ducha e incluso ya me ha molestado en el trabajo», murmuró para sí mismo, era una idea recurrente, pero que nunca veía la luz por falta de tiempo bien sea por su actividad profesional o por problemas personales.
Echó un rápido vistazo al reloj, dándose cuenta de que iba tarde, de hecho, excesivamente tarde, tenía que vestirse y llegar a la Zarzuela en apenas media hora, y vivía bastante lejos. Se vistió rápidamente, eligió ropa entre lo formal e informal por las prisas, además de que todavía no sabía cómo querían que se vistiera para hacer de niñera de Juanjo. Una vez se calzó salió de casa llamando a un taxi para evitar llegar tarde.
El camino se desarrolló tranquilo, cuando se subió al taxi no llovía y podía observar las calles de Madrid pasando por la ventana y a los transeúntes acelerar por las calles para llegar a sus puestos de trabajo, todo este ritmo incrementó más si posible cuando pequeñas gotas de agua empezaron a caer después de la amenaza de nubes oscuras con la que había amanecido la capital aquella mañana. Martin disfrutaba viendo las gotas posarse tranquilamente en la ventana por la que él observaba las calles de Madrid, gotas que después se deslizaban con rapidez por la ventana para terminar desapareciendo por la velocidad a la que se movía el vehículo. El vasco siempre había añorado que la ciudad fuera un poco más parecida a su entorno natal, más como Bilbao, con su lluvia más que frecuente y sus playas, el mar era casi parte de su rutina cuando vivía en Getxo, y no podía evitar echar de menos el sonido de las olas rompiendo. Simplemente le daban calma, esa calma que tanto ansiaba conseguir entre las calles abarrotadas y estresantes que ahora recorría todos los días, sin apenas apreciar el entorno, solamente se deslizaba por ellas con rapidez para cumplir con sus objetivos partiendo de los más básicos como hacer la compra o los más enrevesados en los casos policiales que había resuelto. El factor común era evidente, la fugacidad de sus vivencias en Madrid, y una vez más la vida le abofeteó arrojando a su vista el imponente palacio de la Zarzuela, su destino. Antes de que el taxista aparcara Martin observó el reloj y el taxímetro, eran las ocho menos cinco minutos, llegaba puntual. Sacó su cartera del bolsillo, pagó al taxista dándole las gracias por el servicio y se bajó del coche acercándose a la puerta principal.
ESTÁS LEYENDO
Siete Corazones Blancos
FanfictionLa vida de Martin como policía nacional ha estado llena de éxitos, pero todo cambia cuando recibe una orden que, por primera vez en su carrera profesional, es reticente a acatar, ¿por qué tiene que ser el guardaespaldas del príncipe? Todo el mundo s...