5. Preparativos

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Martin se despertó a la misma hora que el día anterior, se levantó de su cama parándose un momento a ver lo desordenada y dejada que la había dejado tras dormir, supuso que había estado más inquieto de lo normal mientras dormía, pero decidió pasar del tema y proseguir con su rutina. Se duchó, desayunó y se vistió para ponerse de camino a la Zarzuela minutos después. Lo que él no sabía es lo que le esperaba de vuelta en el trabajo que estuvo a punto de perder.

Una vez llegó a la Zarzuela entró sin problemas y se sentó en la silla a esperar a Juanjo, mandándole un mensaje para avisarle.

Tú - hoy a las 08:01

Juanjo, ya estoy abajo

Visto

Un par de minutos más tarde, mientras Martin observaba con detalle la belleza de la sala de espera, con los armarios altos, los sofás blancos y cómodos y la amplia mesa que adornaba el centro de la sala, justo en frente de una imponente ventana que daba luminosidad a la estancia, Juanjo entró en la habitación.

―Hola, buenos días Martin ― le saludó con una sonrisa.

―Buenos días Juanjo ― respondió devolviéndole la sonrisa.

―Martin... tengo malas noticias, o sea, no es para tanto, creo, pero... ― Juanjo hablaba atropelladamente, poniendo en alerta a Martin.

―Juanjo, dilo, me estás tensando de más ― replicó el vasco cortándole.

―Digamos que... tengo que volver a la vida pública... a cambio mi padre aceptaba que te quedases y no pude negarme, creo que te lo debía ― continuó con sus palabras como si su boca fuera una metralleta.

―Vale... y... ¿qué tiene eso de malo?

―Pues que no sé cómo gestionarlo y me agobio y... por eso lo dejé y la prensa va a volver a decir cosas como que soy arrogante y egocéntrico y... ― unas lágrimas comenzaron a asomar en los ojos de Juanjo, pero echó la cabeza hacia atrás y parpadeó múltiples veces para evitar que se deslizaran por sus mejillas.

El gesto no pasó desapercibido por Martin quien le agarró suavemente la nuca y le forzó a ponerse recto y le limpió con sus dedos la primera lágrima que se deslizo tras su gesto. Con esto, como si de repente estuviera cometiendo el peor delito del mundo, se apartó y volvió a estirar su espalda para mantener su atención.

―Per-perdón... no debería haber hecho eso, estoy en mi trabajo y... me he excedido y tú eres el príncipe... ― musitó el vasco.

―Martin, ¿puedes abrazarme por favor? ― susurró Juanjo en modo de súplica sin mirarle a los ojos.

En ese momento una sensación extraña azotó la mente de Martin, quería hacerlo, pero se sentía paralizado, ¿por qué se lo pedía a él? Solo lo conocía de un día y no había hecho nada por él, además, él tenía que preocuparse por no perder su trabajo de nuevo. Su mirada se distrajo con las paredes de la habitación, de repente le agobiaban, sentía que se acercaban y le impedían tomar oxígeno con normalidad. Solo tenía que estirar los brazos y acercar a Juanjo a su cuerpo para contagiarse de su calor corporal, sentir sus latidos en su pecho y calmarle. No era para tanto, ya lo hacía con muchas de sus amigas, ¿no?

«¿Qué podría salir mal?», un pensamiento fugaz surcó la mente de Martin.

Segundos más tarde, ese pensamiento ya era un recuerdo y el policía ya estaba abriendo sus brazos para acercarse al joven príncipe. Y lo hubiera conseguido, lo hubiera conseguido de no ser porque las puertas se abrieron de par en par por un par de ayudantes y tanto Juanjo como Martin se separaron de golpe, aunque nunca hubieran llegado a estar en contacto. Además, el más alto se enjuagó las pocas lágrimas que tenía con prisa para evitar que le vieran así. 

Siete Corazones BlancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora