2. Reputación

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Juanjo subió por las escaleras alterado, no esperaba que aquel chico tan joven fuera tan antipático con él, ¿por qué todos le odiaban? ¿Acaso tenía él la culpa de ser el príncipe? Cuando puso un pie en la planta en la que se ubicaba su habitación, su padre le sorprendió en el pasillo. 

―Hola Juanjo, ¿por qué tanta prisa?

―Eh... iba a cambiarme a mi habitación y a salir un rato a dar un paseo ― vaciló un momento ― Ya ha llegado Martin.

―¿Martín? ¿Qué Martín? ― a su padre se le veía extrañado.

―Mi guardaespaldas, y es Martin, no Martín ― contestó molesto dándose la vuelta para entrar en su habitación por fin.

―Recuerda que es personal y que están trabajando, no son tus amigos, Juan José ― escuchó antes de cerrar la puerta.

«Será gilipollas, me prohíbe las cosas y encima me echa la bronca por querer ser amigo de la sombra que él me ha asignado, tendrá cojones el asunto.»

Tras respirar hondo, se cambió, poniéndose una sudadera y unos vaqueros, tampoco tenía que ser formal para dar un paseo por Madrid, ¿no?

Una vez estuvo cambiado bajó lentamente mientras se acomodaba el pelo y se miraba con la cámara del móvil, acto seguido entró en la sala donde había dejado a Martin soltando un suspiro corto que llega a oídos del vasco, que no duda en cambiar su cara y atreverse a preguntar.

―¿Todo bien, Alteza?

Juanjo pega un pequeño salto, estaba sumido en sus pensamientos y volver a oír la voz de su guardaespaldas le sorprendió, a la vez que le puso algo nervioso.

―E-eh... Sí, claro, sí. Ya estoy listo, podemos irnos ― se limitó a decir mientras se daba la vuelta para después salir por la puerta por la que no hacía ni un minuto había entrado.

A Martin esta contestación no le dejó conforme, no era tonto, pero tampoco quería perder su trabajo ni su reputación dentro del cuerpo policial. El príncipe de Asturias no era su amigo, ni podía llegar a serlo nunca. 

«¿O quizá sí que hay alguna posibilidad?», se sorprendió a sí mismo pensando. 

Se encontraba caminando tras el joven heredero hacia el coche que les llevaría al exterior donde pasarían previsiblemente unas cuantas horas, debido al ansia de Juanjo de salir después del castigo que le habían impuesto sus padres durante la semana por el incidente.

«Martin, estás delirando, ni siquiera está interesado en ser tu amigo, está fuera de tu onda social, no seas estúpido o te llevarás otro golpe de realidad.», se reprendió a sí mismo sin dudar.

―¿Entras al coche? ― la voz de Juanjo desde el interior del vehículo le hizo salir de sus propios pensamientos para darse cuenta de que seguía trabajando y no podía despistarse ni un solo segundo. 

―Eh... Sí, sí, disculpe ― se excusó rápidamente entrando al vehículo en el asiento del copiloto.

―Martin, siéntate aquí atrás, no muerdo joder ― se quejó Juanjo a su espalda.

―No es porque muerda... es porque el protocolo que llegó a mí indicaba justamente mi sitio cuando comparta coche con usted ― aclaró el agente de policía ante la queja del príncipe de Asturias.

El chófer le dedicó una mirada seria y una cara de pocos amigos a Martin, como si le estuviera queriendo decir que él llevaba años trabajando para el príncipe y que no se atrevería nunca a dirigirse a él así o... que tenía envidia de la forma en la que el príncipe le hablaba a él. Martin optó por quedarse con la primera opción, debería empezar a cortar las formas y tratar al príncipe como lo que era, el heredero y, en cierta manera, su jefe en aquel trabajo. Todo en la cabeza del vasco giraba y le obligaba a pensar que no estaba haciendo las cosas como debería, aunque creía firmemente que estaba siguiendo el protocolo que le enviaron.

Siete Corazones BlancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora