CAPÍTULO 2

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Historia creada, sin fines de lucro, para una actividad en el grupo de Facebook: La Morada Mística.
Los personajes pertenecen a Nagita & Igarashi.
Las imágenes fueron tomadas de la red.
Los tiempos y lugares fueron adaptados según lo necesitaba la historia.
El fic es completamente de mi autoría, no se acepta su reproducción parcial o total en ninguna plataforma o red social sin mi autorización.

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1920.

Estoy exhausta, el trabajo en el hospital es inmenso. Han pasado 18 meses después de la guerra y siguen apareciendo soldados americanos, franceses, ingleses y demás, bajo los escombros, sepultados bajo tierra. Infinidad de heridos y rescatados llegan casi del diario, y siempre es lo mismo para nosotras: luchar junto a ellos por su vida, lográndolo o no.

Me tomo un minúsculo momento para terminar mi sándwich y mi jugo. Emily, mi amiga y compañera de labor, casi me ha empujado para que yo almuerce. Mi turno termina en dos horas y la verdad, con tanto trabajo, había olvidado la hora de comer.

Algunas avionetas sobrevuelan por encima de nuestros puestos, seguramente en busca de más lesionados. El ruido de los aviones me pone de nervios. No estuve en la guerra, pero ver los estragos que causó, es suficiente motivo para sentirme inquieta, molesta… Cierro mis ojos, tratando de reconfortarme prontamente.

El ruido de la ambulancia me hace alertarme, nueva carga de heridos. Termino rápidamente mi almuerzo y corro a ocupar mi lugar, Emily ya está organizando todo.

Vendas, cinta, algodón, alcohol, pinzas, láudano… Debemos tener todo listo para cuando los ingresen. Los doctores son muy rápidos y tratan de atender a la mayoría de los que llegan, aunque, lo cierto es que le dan prioridad a quienes tienen más posibilidades de sobrevivir. Los heridos ingresan, y el infierno comienza.

Carreras, cortes, suturas, ejercicios de reanimación cardiovascular, amputaciones… Todos tenemos que lidiar con esto, pero, especialmente, con el poco ánimo de los lesionados. Algunos fueron héroes de guerra que quedarán incompletos para toda su vida, por lo que vienen con el deseo de morir y no regresar a casa como un ser fragmentado.

--¡Tranquilo, todo saldrá bien! –Oigo hablar a Emily, ella, al igual que todas la enfermeras y voluntarias que aquí laboramos, tratamos de infundir ánimo y valor a los heridos, deseamos hacerlos sentir afortunados por estar vivos, completos o no, y con la posibilidad de volver a casa, junto a sus seres amados.

--¡No quiero vivir! ¡No quiero! –Es el grito desgarrador del paciente quien tiene la mirada perdida. Mis ojos se cristalizan, él está ciego, lo que debería ser un motivo de agradecimiento, pues es el menor de los daños que puede sobrellevar un soldado. Me giro a mi puesto y noto al paciente en la cama, se le amputarán ambas piernas, eso es seguro. Trae las dos extremidades entablilladas y con hierbas, pero la parte inferior de ellas muestra necropsia, por lo que será imposible rescatarlas. El láudano lo ha anestesiado, por ahora, pero cuando despierte, empezará su averno personal, integrarse al mundo. Sin poder evitarlo, dejo caer una lágrima.

El tiempo pasa volando y, sin darme cuenta, me he pasado de mis horas de trabajo, pero, finalmente, hemos atendido a la carga de lesionados que llegó. Estos soldados, por difícil que parezca, sobrevivieron gracias a los cuidados recibidos por algunos aborígenes Wayana, aldea donde fueron hallados y cuidados por largo tiempo, para luego poder trasladarlos hasta el hospital con la ayuda de los carros ambulantes. Lo único rescatable de la guerra es poder ver cómo nos unimos para apoyarnos entre nosotros, los buenos, los de abajo, los que no buscamos la complacencia personal, sino la ayuda mutua.

--¡Por fin terminamos! –Exclama Emily tomando su bolsa. –Creí que no lo lograríamos.

--Me sorprende que sigan apareciendo heridos a casi año y medio de la guerra. –Comento.

--Afortunadamente para los sobrevivientes, hubo quién los cuidara en esos momentos tan terribles. --Asiento y esbozo una triste sonrisa. --¿Quieres ir por una cerveza? Nos la merecemos. –Comenta Emily con su voz cargada de cansancio.

--Hoy no será posible, ya me he tomado demasiadas horas fuera del turno y mi abuela debe estarse volviendo loca con mi pequeño travieso. –Explico mientras caminamos.

--Si tu niño es un amor, más bien me pareciera que el que quiere volverse loco con tu abue es él. –Exclama mi amiga y comenzamos a reírnos, liberando la tensión del día. –Bien, debido a tu negación, me tocará esperar unos diez días más para que vayamos por esas cervezas. Estamos a 5 días de que acabe el mes y es cuando más trabajo tenemos. --Su comentario me hace levantar la cabeza, detenerme y abrir los ojos con horror, ¿cómo pude olvidarlo?

--¿Hoy es 25? –Pregunto. Emily asiente. --¿25 de mayo? –Ella vuelve a asentir y siento un nudo en la garganta.

--¿Estás bien? –Indaga mi amiga. Asiento y luego niego, y la miro con lágrimas en los ojos. --Patricia, ¿qué ocurre? ¡Me estás espantando!

--Yo… me olvidé…

--¿De qué? –Increpa mi amiga ya tornándose nerviosa.

--De su… cumpleaños. –Susurro.

Emily sabe acerca de mi historia, nuestra historia. Cada año, desde que él se fue, tomo unos minutos de mi tiempo para elevar una oración al cielo por él y hacer de cuenta que hablamos, mientras le cuento acerca de nuestro hijo y lo bello e inteligente que es.

Nadie sabe acerca de la existencia de mi pequeño, excepto mis padres, Nany, Merry y Emiliy. Archie estuvo a punto de descubrirlo una vez que llegó a Florida, afortunadamente yo ya no estaba ahí y mis padres estaban viajando o, de lo contrario, habrían descargado su furia contra él. Mi hijo no es un secreto, pero prefiero mantenerlo así hasta que sea ineludible.

--Tranquila, Patty… Eso es algo… inevitable… --Observa mi amiga sonriendo tímidamente. –El tiempo cura las heridas.

Miro hacia el cielo y parpadeo furiosamente, estoy llorando. No, no es verdad, el tiempo no ha ocultado su ausencia, no ha acallado sus risas, no ha borrado su rostro en mi memoria, no ha mermado mi amor por él… No, esta vez, el tiempo no ha sido un aliado.

Cuando veo a nuestro hijo, el pequeño Alistear, lo veo a él, es idéntico, y el dolor vuelve, regresa con más intensidad, porque me habría encantado que lo conociese, estoy segura de que habría sido un gran padre. Si tan sólo tuviera una sola oportunidad de volver a verlo, de enseñarle a nuestro hijo, de disfrutar a su lado, aunque fuera por unos minutos… Dejo que mi rostro se moje y mi corazón se resquebraje ante el dolor, mientras mi amiga me abraza.

--Perdón. –Dirijo mi disculpa hacia él mirando al cielo.

Cuando el llanto ha cesado, retomamos el camino a la salida, en completo silencio. Antes de que logremos salir, una nueva ambulancia entra con su habitual sonido, anunciando la llegada de nuevos rescatados. Emily y yo nos hacemos a un lado y dejamos pasar al carro que los traslada. Seguimos su ruta y logramos ver a algunos de los pacientes que van en la parte trasera. Mis ojos se abren de par en par, casi saliéndose de mis cuencas.

--¿Patty? ¡Patty! –Emily me zarandea. Se ha puesto nerviosa porque estoy balbuceando algo mientras señalo la ambulancia. Ella alterna su mirada entre el vehículo y yo. No puedo apartar la vista de la ambulancia que se ha detenido muy cerca de nosotras solicitando acceso.

<<¡No puede ser!>> Me digo, <<¡No puede ser!>> Siento que la tierra se mueve bajo mis pies, pero no dejo de mirar y, al darme cuenta, él también me mira, me mira fijamente… Su mirada me escruta, yo estoy en shock, con un nudo en la garganta. ¿Se trata de una mala jugada de mi mente?

Antes de que el carro ingrese al área, su seria mirada desaparece y una tímida sonrisa adorna su rostro, y es lo último que veo antes de sentir que la tierra se abre bajo mis pies…

DESPUÉS DE LA GUERRA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora