CAPÍTULO VII

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A Satoru le bastó una sola lucha contra el Rey para memorizar, analizar y aprender su técnica. La experiencia que había adquirido en aquel entonces la convertiría en una fuerte ventaja en esta ocasión. Ahora sabía que su enemigo extendía su poder creando criaturas etéreas, siendo la más fuerte de todas 'La Oscuridad'. Allí era donde más energía maldita había concentrado, por lo que lo primero que tendría que hacer, era deshacerse de ella.

—Esta vez me aseguraré de hacerte añicos, Satoru Gojo, y una vez reuna tu alma podré usar tu famosa técnica —Sentenció el Rey ubicando sus manos a ambos costados de su cuerpo logrando que en cada palma se formara un cúmulo de energía negruzca y electrificante.

Gojo no se inmutó. Si bien sabía que era muchísimo mejor que los hechiceros de la media, aún no lograba alcanzar todo su potencial. Su sueño de convertirse en maestro era precisamente lo bastante motivador para sobrepasar sus propios límites; sin embargo, después de probar en su propia dimensión la ausencia y casi muerte de su amado, la emoción en sí, le confería un aumento en su propio poder. Quizás fuera Yuuji la clave para el despertar de su verdadera capacidad.

Si la maldición se llevaba el alma de la persona que más amaba, no sabría como contenerse. Ahora mismo aquel pensamiento le llenaba de ira y dolor, lo que alimentaba aun más su poder y deseo por acabar con aquel hombre de profundos ojos sombríos.

Tendría que concentrarse, por lo que enfocó su atención en el ataque del Rey; no obstante, La Oscuridad se hallaba allí, en lo que parecía ser una esquina de aquel extraño vacío. Estaba inmóvil, simplemente flotando como si observara la escena.

Gojo levantó su mano, dirigiéndola hacia la criatura sin dejar de observar a su contrincante, le ofreció otra sonrisa y acto seguido lanzó un gran nivel de energía hacia La Oscuridad. Se concentró en el momento exacto en el que sus garras se incrustaron en el pecho de Yuuji despojándolo completamente de su alma. Aquel pensamiento avivó la potencia de su ataque.

El albino sabía que si quería acabar con la criatura, debía atacar su núcleo. Este era el único punto corpóreo que podia destruir o de lo contrario todo el uso de su energía sería en vano. Ahora que lo había descubierto, ya no era el Gojo inexperto que derrotó días atrás. Estaba claro que conocía los puntos débiles de su enemigo.

—Sé perfectamente que tu mascota no tiene cuerpo tangible —El Rey sintió el ataque en su propio cuerpo porque una vez la técnica dio de lleno contra La Oscuridad desintegrándola en pequeñas partículas, él hombre cayó de rodillas al suelo —. He estudiado tus movimientos y técnicas... Esta vez las cosas serán distintas.

—Maldito... —masculló el Rey, quien apretó los dientes al sentir que parte de su propio poder se había desintegrado. No podía imaginar que fuera derrotada tan fácilmente, mucho menos cuando en su último encuentro había tenido una gran ventaja sobre Satoru al tratarse de una presencia incorpórea. Esto complicaba todo puesto que no podían golpearla, noquearla o tocarla directamente —. No creas que acabarás conmigo tan fácilmente, puedo crear muchas más y cargarlas con veneno.

—Una a una terminarán igual que la cosa que acaba de volar en pedazos... Hagas lo que hagas el resultado no cambiaría —replicó el ojiazul con confianza —. Sin embargo... si me devuelves el alma de Yuuji, quizás considere dejarte vivir... O no, espera, ni siquiera así lo permitiría.

El hombre apretó los dientes en señal de molestia, la altanería de su rival activó el odio dentro de él, y levantándose con su mirada negra y vacía extrajo de su capa una esfera color dorado, se trataba del alma de Yuuji que aún brillaba tenuemente. Gojo reconoció lo que era de inmediato y se detuvo en seco cuando el Rey cerró sus dedos sobre la bola de luz. Un grito que heló la sangre del albino rompió el silencio y Geto quien ayudaba a Yuuji a mantenerse en pie, se encontraba ahora sosteniendo al pelirosa en el suelo mientras este gritaba y se retorcía de dolor.

El joven de ojos azulados observaba la escena que se suscitaba ante él con el terror vivo en cada fibra de su ser. Por segunda vez se sentía completamente a su merced, y ahora mismo Itadori sufría las consecuencias.

—Ya no veo tu estúpida sonrisa —Se mofó el Rey afianzando su agarre —. Una cucharada de tu propia medicina. Destruiré a tu amado de la misma manera que acabaste con mi Oscuridad. Te tengo en mis manos, Satoru. Si el chico muere, tú le seguirás y con ello me haré dueño de la técnica de tu clan. Hagas lo que hagas el resultado será el mismo... —Sonrió casi como si estuviera en la cúspide de la locura mientras recitaba las mismas palabras que Gojo le había dirigido un instante atrás.

El sudor recorría el rostro de Satoru y la de su mejor amigo quien sentía una inmensa frustración dadas las circunstancias. Se preguntó si lo que había dicho el Rey era cierto y Gojo perdería la vida después de que Yuuji lo hiciera o si sólo se trataba de palabrería barata que afectaría la psiquis de su contrincante.

—La maldición... —Suguru abrió los ojos como si de pronto una revelación hubiera caído sobre sus hombros. Aún tenía a Itadori fuertemente apoyado sobre su cuerpo mientras agonizaba, y se dio cuenta de que el Rey había dicho la verdad; si Yuuji moría, la maldición se llevaría también la vida de su mejor amigo. Amar en el clan Gojo era como entregar y enlazar tu alma con la persona que más querías y te condenaras a morir junto a ella.

La risa del malvado hombre se hizo presente y Satoru quiso reducirlo a cenizas como había hecho con La Oscuridad.

—Así es, Suguro Geto... Satoru morirá ante tus ojos gracias a mi maldición. Los humanos y hechiceros son iguales: el amor los vuelve vulnerables, débiles, completamente frágiles. Creí que la cabeza del clan Gojo sería diferente, pero después de ser derrotado por mí la primera vez, decidió volver a enfrentarme porque al final tenia miedo de perder su vida por alguien más —El Rey se acercó al albino quien no se movía de su lugar. Cualquier movimiento en falso podía poner en riesgo la vida de Yuuji —. Egoísmo, conflicto... No sabías por qué te enamoraste de ese inútil, y aún sabiendo sobre la maldición permitiste que se acercara a ti. Luego fuiste derrotado y todo lo que querías probar era tu valía como el hechicero más fuerte derrotándome, por eso lo ocultaste a tus amigos. No pudiste lidiar con la derrota y mucho menos aceptabas el amor que sentías como el causante de todas tus desgracias.

—Basta... —Demandó el albino apretando los puños —. Solo juegas creando oscuridad en el corazón de las personas, pero mo funciona conmigo, porque no tengo corazón.

—Bien... entonces... ¡Muere de una vez Satoru Gojo! —Nuevamente de sus manos brotó la energía ennegrecida e Itadori gritó aun más fuerte removiéndose sobre las piernas de Geto.

—¡No! —Se escuchó el bramido del albino quien solo pensaba en Itadori. Escucharlo así era una condena para él.

Contra todo pronóstico el pelirosa se fue incorporando, tenía sus ojos cerrados por el dolor intenso que le afligia el pecho, el color cenizo de su mano se extendió hasta su antebrazo pero de ellas una energía azulada se hizo presente.

El Rey observó con incredulidad lo que estaba sucediendo causando que el agarre en la esfera dorada se debilitara por una fracción de segundo y se concentró en la energía que emanaba del chico.

—¿Qué demonios? —inquirió Geto y un momento más tarde el azul de las manos de Itadori envolvió todo a su alrededor.

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