¡Actualidad: segunda parte!

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Taehyung, 23 años.

Fue rey, el rey de las favelas...

—Debemos bajar, Taehyung—sugirió Jungkyu.

Sin embargo, no podía moverme ni apartar la mirada del lugar que vió nacer y morir mi corazón. A pesar de los años, seguía siendo igual de pragmático, pero al mismo tiempo tan distante. Se sentía más viejo y solitario, con demasiado silencio, pero también con tanto bullicio. Si cerraba los ojos, aún podía ver y escuchar a la señora Jeon cantar esas canciones que tanto me hicieron vivir. Pero, al mismo tiempo, me hacían morir, porque podía oírlo, oírlo a él, el golpeteo sordo de las maracas, agitándose mientras la pasión nos consumía.

El sonido de la música clásica se sentía incorrecto, como si intentaran pasar una cuerda gruesa por el diminuto ojo de una aguja. Todo parecía forzado, demasiado fuera de lugar. El bar de mi padre ya no era lo que solia ser; ahora, era solo una prisión más. Antes, era el santuario de mi amor, el lugar donde pasaba los días con la anticipación corriendo mis venas por que llegara la noche y poder verlo a el, pero ahora se había transformado en una jaula dorada, un recordatorio constante de lo que había perdido.

Había salido de una prisión solo para encontrarme en otra, y la ironía de esa realidad era abrumadora. Una risa histérica se formó en mi garganta, pero se quedó atrapada allí, como yo estaba atrapado aquí, sin ninguna esperanza de escapar. Las cadenas que me sujetaban estaban tan profundamente clavadas dentro de mí que parecía imposible liberarme.

Miré alrededor del bar, tratando de encontrar algún vestigio del lugar que una vez amé. La cara del bar, seguía siendo la misma, blanca con líneas doradas, con el mismo azulejo estampado en la pared, y aunque parecía que mi padre lo habia hecho pintar recientemente, ya no tenia ese brillo que solia tener, ahora las pinceladas se sentian duras y rígidas. La gente, que antes llenaba el espacio con risas y conversaciones animadas, ahora parecía distante y superficial.

Cada nota de la música clásica resonaba en el aire, amplificando la sensación de soledad. Cerré los ojos, tratando de bloquear el sonido, pero la melodía persistía, envolviéndome en una capa de melancolía. Pensé en los días pasados, cuando pasaba los días dentro del despacho de padre, escuchando cada ensayo de la orquesta, observando en silencio a mi chico de las maracas. Pero esos días se sentían como un sueño lejano, una fantasía inalcanzable.

Quería gritar, liberar toda la frustración y el dolor que llevaba dentro, pero sabía que no cambiaría nada. Estaba atrapado en este lugar, con el peso de mis decisiones y las de mi padre. La risa histérica seguía atrapada en mi garganta, un recordatorio constante de mi impotencia.

Y así, me quedé allí, viendo el bar que una vez fue mi hogar, ahora convertido en mi prisión. La música continuó, implacable, y yo permanecí en silencio.

—Taehyung, te estoy hablando —gruñó Jungkyu.

Pero yo no lo miré, no quería hacerlo. Su sola presencia era un recordatorio constante del porqué estábamos aquí. Un grillete más para mi prisión.

Habíamos llegado hace poco más de cuatro horas en un vuelo privado. Jungkyu quería que recorriéramos la ciudad en auto, pero me negué rotundamente. No quería ver la ciudad, al menos no con él a mi lado. Y sobre todo porque era un cobarde. No quería que nos viera juntos, porque, aunque deseaba verlo más que nada, no era lo suficientemente valiente. No podía soportar la idea de verlo a los ojos y no sentir nada, de lastimarlo una vez más. Aunque suene demasiado pretencioso, sabía que le dolería verme colgado del brazo de otro. No podría hacerle daño, y no quería hacerlo. Porque cuando se trata de él, preferiría ser yo quien se desgarrará antes que él. Porque lo quería, no, lo amaba. Lo amaba más que a nada, aunque él quizás ya no lo haga.

LAMBADA [KOOKV]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora