1. ¿En serio? ¿A un internado?

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Abril

—¡Será una broma! —exclamo fuera de mí.

Me levanto con tanto ímpetu que tiro la silla al suelo. Me trae sin cuidado que los clientes del restaurante nos estén mirando. Que les den. Pero mi hermana está tan preocupada por las apariencias como mi padre, y me pide con la mirada que baje la voz y vuelva a sentarme.

—Abril —dice mi padre con tono severo.

—¿En serio? ¿A un internado? —pregunto con incredulidad.

—Tienen un excelente programa bilingüe y os prepararán para ir a cualquier universidad de la Ivy League. Allí se han educado reyes, políticos y grandes empresarios —dice mi padre como si me estuviera haciendo un favor—. Creí que te gustaría estudiar en el mismo lugar que Alexia.

—A esa cárcel a la que sus padres la obligan a ir, querrás decir —respondo irritada porque juegue la baza de mi mejor amiga.

—Cualquiera en nuestro lugar estaría agradecida por esta oportunidad —interviene mi hermana con tono conciliador.

—Tú solo quieres ir porque allí estudia tu novio —respondo hecha una furia, y mi hermana ni siquiera lo niega—. ¿Para qué voy a querer ir a ese internado lleno de niños ricos?

—Tú también eres una niña rica —dice mi hermana con desdén.

La ignoro porque siempre se pone de parte de mi padre. Es como una prolongación de él. A veces me pregunto si Cata tiene personalidad propia. Va a estudiar la misma carrera que papá, sale con el hijo de su mejor amigo y se hará cargo de la empresa familiar. Es insoportablemente perfecta.

—No tengo intención de ir a una universidad de la Ivy League. Quiero ser actriz —les recuerdo.

Mi padre intenta mantener la compostura. Se suponía que este era un viaje de familia antes de que empezáramos el curso en Madrid, pero ahora lo entiendo todo. Nos ha traído a los Alpes suizos con la excusa de pasar unas vacaciones familiares, pero en realidad pretende encerrarnos en esa cárcel repleta de pijos. No sé de qué me sorprendo. Es un hombre de negocios acostumbrado a jugar sucio para conseguir lo que quiere. Los escrúpulos no entran dentro de su personalidad, incluso si se trata de sus propias hijas.

—Cuando yo tenía tu edad quería ser futbolista —responde mi padre con un tono condescendiente que me saca de mis casillas—. Y mírame ahora. La responsabilidad de tomar una decisión tan importante para tu futuro no puede recaer en ti. Soy tu padre y quiero lo mejor para ti. Eres demasiado joven para saber lo que quieres.

—Tú qué vas a saber lo que es mejor para mí. Te pasas todo el día en la oficina o encerrado en tu despacho. ¡Ni siquiera te has tomado la molestia de conocerme! ¿Y pretendes convencerme de que sabes lo que es mejor para mí porque eres mayor que yo? ¡No soy tu proyecto, papá!

—Baja la voz —me pide mi hermana.

—Las decisiones importantes tienen que ser meditadas —dice mi padre sin perder la calma—. Si sigues queriendo ser actriz cuando cumplas los dieciocho, no seré yo quien les ponga trabas a tus sueños.

—Por supuesto que lo harás. Como el verano pasado, cuando quise ir al campamento de interpretación y tú me obligaste a pasar las vacaciones con vosotros —le recuerdo con aspereza.

—El día que tengas hijos... —comienza a decir.

—¡Si mamá siguiera viva no permitiría que nos enviaras a un internado! —suelto a bocajarro—. Pero ahora que ella no puede cuidarnos, estás demasiado ocupado dirigiendo la empresa y necesitas enviarnos a la otra punta del mundo porque te estorbamos.

Anhelos y mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora