Anhelos y mentiras

6. ¿A dónde vas, princesa?

Cata

Después de lo que sucedió ayer, hoy me he propuesto ignorar a Alejandro. Todavía sigo molesta con él y quiero que entienda que necesito mi espacio. Por eso, cuando esta mañana se presentó en mi habitación con cara de pena, le pedí que no me dirigiera la palabra y le cerré la puerta en las narices. Mi hermana me miró extrañada, pero no tuve ganas de explicárselo porque eso habría supuesto darle la razón en lo que a mi novio respecta.

A la hora del desayuno escojo una mesa vacía aunque Abril me invita a sentarme con ella y Nahla, pero sigo dolida con mi hermana porque me escuece que dijera que nuestra madre estaría decepcionada de mí. Hay días en los que me entran ganas de zarandearla y gritarle que lo único que quiero es cumplir la promesa que le hice a mi madre.

Al menos estoy ocupada en clase tomando apuntes. Y lo mejor de todo; ¡no tengo Matemáticas! Por la tarde voy a la biblioteca porque no soy el tipo de estudiante que lo deja todo para el último día. Abril suele quejarse de que tengo facilidad para los estudios, pero mientras yo repaso un poco todos los días, ella se limita a sacar aprobados raspados porque abre el libro una semana antes. Si se esforzara más, sería una alumna de sobresaliente.

Hoy no tengo actividades extraescolares. Me he apuntado al club de Matemáticas, al de debate y a clases de Japonés. Tengo la esperanza de hacer algún amigo en ellos, ya que durante las clases no he hablado con nadie y no quiero ser la típica empollona que es una paria social. En Madrid, Abril y yo teníamos el mismo círculo de amistades desde preescolar y me sentía más cómoda porque todos me conocían y respetaban que no fuera tan extrovertida como mi hermana. Supongo que aquí tendré que hacer un esfuerzo por adaptarme. Ya he llegado a la conclusión de que los amigos de Alejandro nunca serán los míos.

Aprovecho que todavía no ha oscurecido para coger mi cuaderno de dibujo e ir al límite del bosque. Ojalá tenga la suerte de tropezarme con algún animal al que pueda pintar. A lo lejos, los picos nevados de las montañas muestran el inicio de un otoño tardío. Camino sobre el manto de hojas secas y observo maravillada el paisaje repleto de tonos verdes, ocres y naranjas. Parece un bosque otoñal sacado de un cuento de hadas.

Miro bien por dónde piso para no tropezarme con las raíces de los árboles y contengo la respiración al ver un animal asomando la cabeza de una madriguera. ¡Es una marmota! Abro el cuaderno muy despacio y comienzo a dibujarla. No me puedo creer que haya tenido tanta suerte.

—Eres una monada —susurro.

Dibujo sus diminutas orejas. El corazón se me va a salir del pecho por culpa de la emoción. Es la primera vez que veo a una marmota desde tan cerca. Y es adorable. Con su cuerpo rechoncho, su pelaje marrón y el hociquito. Me entran ganas de abalanzarme sobre ella para achucharla, pero sé que huiría despavorida, así que me conformo con plasmarla en el papel. Estoy terminando su cara cuando la marmota repara en mí, levanta las orejas y se esconde en la madriguera.

—¡No!

¿Qué ha pasado? Estoy segura de no haber hecho ningún movimiento que me haya delatado. Y entonces lo escucho, justo detrás de mí. Una respiración calmada que me obliga a darme la vuelta con los brazos en alto. El susto inicial da paso a la irritación cuando descubro de quién se trata.

Es Tyler. Parece tan confundido como yo por el encuentro, lo que aumenta mi enfado porque debería mirar por dónde va en lugar de arruinar la primera oportunidad que tengo de dibujar de cerca a una marmota.

—¡La has asustado!

—¿A quién? —pregunta desconcertado.

—A la marmota.

—No tienes cara de marmota.

—¡La marmota que estaba dibujando!

—¿Estabas dibujando? —Intenta echar un vistazo a mi cuaderno y lo cierro con brusquedad—. Pensé que te había asustado a ti.