Cuando todo era perfecto

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DOS AÑOS ANTES...

Cata

Estaba soñando que Noah Centineo me daba mi primer beso —me negaba a aceptar que mi primer beso hubiera sido con aquel pelirrojo de la clase de química que besaba como una babosa—, justo cuando una almohada impactó en mi cara. Me desperté sobresaltada y mascullé una palabrota al escuchar las risas. Me di la vuelta para seguir durmiendo y les enseñé el dedo corazón para que me dejaran en paz. Aquellas dos eran tal para cual. No entendía cómo eran capaces de estar despiertas tan temprano si la noche anterior se habían escapado para ir a una fiesta para mayores de dieciocho a la que me había negado a acompañarlas.

Las tres teníamos catorce años, pero mi hermana y mi mejor amiga seguían comportándose como un par de crías que se empeñaban en ir de rebeldes. Me traía sin cuidado que me tildaran de aburrida porque me gustaba cumplir las normas, llegar a la hora acordada con mis padres y ser una alumna de sobresaliente. Abril solía burlarse de mí diciendo que era el ojito derecho de nuestro padre, pero las dos sabíamos que su rollo de ser influencer no iba a ningún lado. Cuando se cansara de nadar contracorriente, aceptaría de una vez que éramos dos privilegiadas que habían nacido en una familia que les brindaba un montón de oportunidades con las que el resto de los adolescentes solo podía soñar.

El sonido de la cámara de fotos de un móvil me obligó a salir de la cama. Puse mala cara cuando Alexia se partió de risa y le enseñó la foto a mi hermana. Abril le robó el móvil y supe lo que estaba a punto de hacer, por eso me abalancé sobre ella para quitarle el teléfono.

—¡Ni se te ocurra! —grité.

Mi hermana fue más rápida que yo y se encerró en el cuarto de baño de la habitación. La escuché reír y aporreé en la puerta. Éramos mellizas. Yo era la mayor por dos minutos y veinte segundos. A veces me costaba creer que tuviéramos la misma sangre porque mi hermana podía ser una imbécil.

—¿Qué le escribo a Alejandro? —preguntó con malicia—. ¿Le digo que esta es la cara que pones cuando te tocas pensando en Noah Centineo?

—¡No me estaba tocando! —protesté indignada. Intenté abrir la puerta, pero mi hermana había echado el pestillo—. Abril, ni se te ocurra enviarle la foto.

—Estoy solucionando una tragedia inminente. De lo contrario, te pedirá salir cuando venga de visita la semana que viene. Alexia está de acuerdo conmigo. Las dos pensamos que Alejandro es un capullo.

Me volví hacia Alexia, que estaba sentada en el borde de la cama. Ella asintió con vehemencia. No sé de qué me extrañaba. Alexia y Abril siempre se aliaban en mi contra.

—Te lo hemos dicho un millón de veces —dijo con calma.

—¡Me dijiste que tenía un buen polvo! —le recordé airada.

—Y lo tiene —respondió con una sonrisilla pícara—. Pero sigue siendo un capullo. Lo que pasa es que a ti te resulta mono porque solo lo ves en verano. Yo voy a clase con él durante el resto del año. Es un estirado.

—A ti también te veo solo en verano.

—Pero me conoces desde que éramos bebés.

Mi hermana y yo fuimos a la misma guardería que Alexia. Si hacía memoria, Alexia había estado en todos los momentos importantes de nuestra vida. Sus padres veraneaban con los nuestros en la casa que mis abuelos tenían en Amalfi, y habíamos ido juntas al colegio hasta los doce años. Luego nosotras fuimos a un instituto de Madrid y los padres de Alexia decidieron enviarla a aquel internado suizo en el que estudiaba con Alejandro, el chico del que yo estaba colada. Lo conocí el verano pasado en una escapada en yate por la costa de Creta a la que mi padre invitó a los suyos. Su padre y el mío eran amigos desde la universidad y a mi padre le caía bien Alejandro. Y a mí, desde luego, me importaba un bledo la opinión de mi hermana y de Alexia. Ambas solo estaban interesadas en Nate Jacobs de Euphoria y los chicos mayores. Por tanto, sus consejos amorosos me resbalaban.

Anhelos y mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora