3. No tengo tan mal gusto

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ABRIL ❤️

Solo estoy aquí por una razón: descubrir qué le sucedió realmente a mi mejor amiga.
Alexia no se suicidó. Me da igual lo que diga la policía o la directora del internado. Mi amiga jamás habría subido a la azotea. Tenía pánico a las alturas. ¡Ni siquiera podía subirse a la noria porque se le saltaban las lágrimas! Y jamás se habría suicidado. Si admito que tomó esa decisión, significa que no la conocía en absoluto. Porque Alexia amaba la vida. Le encantaba bailar hasta que le dolían los pies y hablar conmigo por teléfono durante horas hasta que alguna de las dos se quedaba dormida. Le gustaba el olor de la hierba recién cortada, el verano y se sabía de memoria todas las canciones de Taylor Swift. Era una buena persona que se preocupaba por los demás y quería ser voluntaria en una ONG para ayudar a los más desfavorecidos. Tenía sueños y un futuro que alguien le ha arrebatado. Y voy a averiguar por qué.
Tras la conmoción inicial y el dolor por la pérdida de mi mejor amiga, la tristeza dio paso a la rabia. Después de llorar durante siete días seguidos, comprendí que no había nada que pudiera devolverme a Alexia. Las lágrimas no solucionan nada, pero la verdad puede ser reparadora. Estoy convencida de que Alexia no se quitó la vida. Porque nadie que vaya a suicidarse queda con su amiga para dejarla plantada. Alguien tuvo que empujarla de la azotea y cree que va a salir impune. Sé que no soy una justiciera, pero la policía no debió ignorarme cuando les mostré nuestros mensajes y les pedí que investigaran su muerte. ¿Qué clase de amiga sería si mirara para otro lado? Alexia se merece que le hagan justicia. Por todas las risas que ya no brotaran de su garganta y por todas las primeras veces que ya no tendrá la oportunidad de vivir.
Me maquillo sin ganas para disimular las ojeras. Este uniforme blanco y azul es un asco. La falda me llega por las rodillas y la americana me queda enorme. A mi hermana le sienta mejor porque es un par de centímetros más alta que yo y tiene más curvas. La gente suele decir que nos parecemos mucho, aunque creo que la genética fue más generosa con ella. No tengo muchos complejos, pero es la pura verdad. Ambas somos rubias y sobrepasamos el metro sesenta, pero ahí se acaban nuestras similitudes. No somos las típicas mellizas a las que todo el mundo confunde. Ella tiene los ojos verdes de nuestro padre y la belleza clásica y serena de nuestra madre. Mis rasgos son más aniñados y tengo heterocromía. Mi ojo derecho es azul y el izquierdo verde. No me siento especial ni rara por tener un ojo de cada color. Algunas personas lo encuentran fascinante. Mi primer beso se lo di a un chico que me dijo que no sabía si le gustaba más el color verde o el azul de mis ojos. Sinceramente, cuando te miras al espejo durante dieciséis años pierde su encanto.
—¿Qué tienes a primera hora? —me pregunta Cata.
—Física.
—Yo tengo Lengua y Literatura Inglesa.
—Lo vas a bordar.
Cata no necesita ánimos, pero sé que se le da fatal hacer amigos. En otro momento ya me habría hecho amiga de medio internado y la habría incluido en mi grupo, como solía hacer antes, pero solo estoy aquí por una razón y confraternizar no está entre ellas. Todas mis amigas se han quedado en España y la más importante me falta. Estoy furiosa y no quiero conocer a nadie.
—Si necesitas ayuda con alguna clase dímelo. Podríamos estudiar juntas por la tarde.
—No te preocupes por mí —respondo con un deje de irritación.
No soporto que haga eso. Las asignaturas que no son teóricas se me dan fatal. Ambas lo sabemos. Pero yo debería estar estudiando teatro y no perdiendo mi tiempo con las mates. No entiendo por qué algunas personas les restan valor a los sueños de los demás. Todos tenemos derecho a soñar con un futuro que nos haga felices y a esforzarnos todo lo posible por alcanzarlo.
«Gracias por truncar mis sueños, papá. Pero me lo tomaré como una pausa en mi carrera artística, porque cuando descubra quién mató a mi mejor amiga y cumpla los dieciocho, me largaré a estudiar arte dramático a Nueva York y no podrás hacer nada por impedirlo».

                                                     ***

Las clases han ido tal y como esperaba. He estado perdida durante Física, Química y Matemáticas y apenas he prestado atención en Historia porque estaba demasiado ocupada haciendo una lista de los alumnos a los que voy a interrogar. El primero de todos: Pablo, el exnovio de Alexia. Rompieron hace cuatro meses. Alexia me dijo que había resultado ser un capullo y di por hecho que lo había superado cuando dos semanas después fuimos a un concierto de Nathy Peluso y se enrolló con un chico.
Bien, voy a averiguar por qué su ex resultó ser un capullo.
Voy al campo de atletismo porque espero encontrarlo allí, pues Alexia me contó que Pablo practica atletismo todas las tardes. Estoy cruzando el jardín cuando un corrillo de risas se interpone en mi camino. Mi intención es rodearlos porque no me apetece unirme a la fiesta, pero cuando lo hago me percato de que no están de cháchara, sino metiéndose con una chica que lleva un hiyab.
«Vaya, vaya, ¿dónde se habrá metido la directora? Me encantaría que ahora me repitiera su discursito sobre la tolerancia y la prohibición de conductas discriminatorias en su fabuloso internado».
Un alumno le tira del hiyab y a la chica se le caen los libros al suelo cuando se agarra el pañuelo con ambas manos. Todos se ríen cuando alguien exclama: «¡salam aleikum!» y a ella se le saltan las lágrimas. Me clavo las uñas en las palmas de las manos y freno de golpe. La rabia me sube por el estómago. No soy la clase de persona que mira para otro lado ante una injusticia. Cuando haces la vista gorda, te conviertes en parte del problema. Por eso doy un paso al frente y me interpongo entre el alumno que acaba de tirarle del hiyab y ella.
—Supongo que tú eres el más listo del internado. Menudo nivel. Y tus papis gastándose una fortuna para que su hijo les salga un humorista frustrado y racista —digo asqueada, y echo una mirada desdeñosa a nuestro alrededor—. ¿Y estos qué son? ¿el grupito de cavernícolas que te ríen las gracias?
Al chico se le borra la sonrisa y va a decir algo, pero en ese momento aparece el conserje haciendo su ronda y no le queda más remedio que alejarse. Tampoco habría sido un problema que no hubiera aparecido. Habría estado encantada de grabarlo con el móvil y subirlo a Instagram para que mis doscientos mil seguidores comprobaran la «exquisita» educación de los alumnos de este internado. Seguro que a madame Sophie le habría encantado la publicidad que hago de su centro.
—¡Abril D'Angelo! —exclama una voz con un marcado acento británico.
Una chica de larga cabellera castaña se abre paso entre en el corrillo y todos se apartan como si fuera la reina de Inglaterra. Solo les falta hacerle una reverencia. Mi expresión de desprecio aumenta a medida que se va acercando. Aunque se dé muchos aires de grandeza, jamás llegará a ser reina. A ella le encantaría, por supuesto. Pero no deja de ser un miembro menor de la monarquía inglesa.
—¿Te estás marcando tu primer papel protagonista? —dice con tono burlón, y ni siquiera me inmuto cuando todos le ríen la supuesta gracia—. Hollywood está en otro continente, guapa.
—A nueve mil kilómetros de tu ego, para ser más exactos.
Ella deja de sonreír y me fulmina con la mirada. Levanto la barbilla para demostrarle que va a necesitar algo más que su lengua viperina para intimidarme. Pero Pippa Ferguson nunca se ha caracterizado por abandonar las batallas que no puede ganar y vuelve a la carga.
—Pensé que nos libraríamos de tu presencia ahora que tu querida amiguita no está entre nosotros.
—Vuelve a nombrarla y te arranco las extensiones —le advierto hecha una furia—. A diferencia de ti, a mi no me importa que me expulsen.
Alguien me pone una mano en el hombro. Es la chica del hiyab.
—No merece la pena —dice en voz baja.
Pippa se ríe y tengo ganas de darle un puñetazo para que se calle.
—¿Ahora te has vuelto la amiguita de las causas perdidas?
—Qué va, Philippa —respondo, porque sé que odia su nombre—. Entonces me habría hecho amiga tuya. Pero no tengo tan mal gusto.
—Pippa —me corrige furiosa.
Me encanta que sea tan fácil sacarla de sus casillas.
—No tengo la culpa de que tengas nombre de abuela.
—Te crees tan guay por tener cuatro seguidores en Instagram... —dice con tono jocoso—. ¿Sabéis que Abril es famosa? Se cree una gran actriz y sube vídeos interpretando escenas en sus redes sociales.
—Me aburres tanto —respondo con sinceridad—. Apártate de mi camino, Philippa.
—¿O si no qué? —Saca pecho.
—¡Chicas! —exclama la voz de alguien que me cae peor que Pippa. Es Alejandro, el novio de mi hermana. Nos pone una mano en el hombro a cada una y sonríe de oreja a oreja—. Me alegro de verte, Abril. Pero tengo que robarte a Philippa. Hoy nos toca supervisar a los de primero de primaria en hípica.
Philippa acompaña a Alejandro. No sabía que fueran amigos. Otra razón más para no tragarlo. La despido con la mano y murmuro:
—Ojalá te caigas del caballo, bruja. —Luego me vuelvo hacia la chica del hiyab, que está recogiendo sus libros del suelo, y me agacho para ayudarla—. ¿Estás bien?
—Sí. —Me ofrece una sonrisa agradecida—. Muchas gracias por lo que has hecho.
—No tienes que dármelas. Cualquier otro habría hecho lo mismo.
—Qué va —responde, y eso basta para convencerme de que no es la primera vez que se meten con ella—. ¿Cómo te llamas?
—Abril, ¿y tú?
—Nahla. —Se cerciora de que Pippa no puede oírnos antes de decir—. ¿De qué os conocéis?
—Es la segunda vez que nos vemos en persona —le explico—. La primera fue en una fiesta de influencers en la que coincidimos el año pasado, después de que subiera una historia a su Instagram burlándose de mi forma de actuar en un vídeo en el que yo hacía de Scarlett Johanson en una escena de Historia de un matrimonio. Pero se le volvió en contra y tuvo que pedirme disculpas públicamente porque la gente se le echó encima. Según ella solo fue una broma que todo el mundo sacó de contexto. Pensé que todo estaba más que superado, pero entonces coincidimos en aquella fiesta y me estuvo lanzando pullitas durante toda la noche. Se pensaría que me iba a achantar, pero ni un millón de princesitas británicas me cerrarían la boca.
—No lo entiendo, ¿por qué la tiene tomada contigo? —pregunta desconcertada.
—¿Por qué ha intentado quitarte el hiyab ese imbécil?
—Tienes razón —responde avergonzada—. No hay ningún motivo para que una persona le haga bullying a otra.
—Supongo que se cabreó cuando la marca de maquillaje de la que era imagen prescindió de ella y me ficho a mí —elucubro, porque la verdad es que nunca me he planteado por qué Pippa la tiene tomada conmigo.—. Qué más da. Las malas personas no necesitan un motivo para descargar sus frustraciones en los demás.
—¿Te puedo invitar a un chocolate caliente?
—No necesitas invitarme a un chocolate por haberte defendido.
—Quiero invitarte porque me apetece conocerte mejor —responde con una sonrisa tímida—. Si te apetece.
Pienso en Pablo, el exnovio de Alexia. No va a moverse del internado y yo tengo un año por delante para averiguar la verdad. Ya sé que dije que no iba a hacer amigos, pero me vendrá bien tener una aliada. Además, Nahla acaba de sufrir un episodio de acoso escolar y no me apetece dejarla sola. Alexia querría que la apoyara.

 Alexia querría que la apoyara

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¿Qué le sucedió a Alexia?☠️

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