Ethan
Que diga que sí.
Que diga que sí.
Que diga que sí.
Porque si dice que no, ¿qué hago? ¿A dónde voy? A casa no, desde luego. Yo a casa no vuelvo en unas semanas, por lo menos. Adoro a mi familia, de verdad, pero he tenido suficiente de ellos para una temporada.
Y demasiado poco de Val desde hace... demasiado.
—Te compraré ropa.
—No quiero que me compres ropa —dice riéndose y tumbándose de espaldas en la cama.
No ha contestado, pero está más relajada. Puedo notar la forma en que su cuerpo pierde tensión, así que me tumbo junto a ella sin muchos miramientos. Sé que no lo tomará mal y, de ser así, lo diría. He dormido con Valentina en varias ocasiones y nunca le ha molestado, a no ser que Björn y Lars se metieran también, porque entonces no había forma de conciliar el sueño.
—Patines nuevos. —Le guiño un ojo mientras me pongo de costado y paso una mano por su vientre.
—¿Mmm?
—Te compraré patines nuevos.
—¿Estás intentando comprarme con dinero, Ethan?
—¿Funciona?
Vale se ríe y bufa mirando al techo y metiendo los brazos por debajo de su cabeza, usándolos de almohada.
—Sé que no es la primera vez que compras algo bonito a una chica para salirte con la tuya y, como amiga, me veo en la obligación de decirte que es insultante.
—Pero...
—Además —me interrumpe—. Si me dejara comprar, no sería por unos patines, Eth. Saldría mucho más cara.
—¿Cuánto? —pregunto haciendo círculos en su vientre.
Valentina me mira, eleva una ceja y sonríe de medio lado, dejándome muy claro que no soy dueño de esta conversación.
—¿Cuánto crees que valgo?
Entrecierro los ojos y la miro con cautela.
—No sé si esto es una de esas trampas que ponéis las tías para hacerme quedar como un imbécil, pero sí sé la respuesta a eso: no hay dinero capaz de equipararse a lo que tú vales.
—Oye, qué buena respuesta...
—Sin embargo, yo podría regalarte unos bonitos patines.
—Ya te he dicho que...
—Podría costear todas tus vacaciones en Ibiza. Todas. Desde una peli en el cine hasta una cena en el sitio más caro de la isla. Tú eliges.
—No quiero tu dinero.
—¿Por qué no?
—Porque no, porque nunca lo he querido. A mí no me importas por lo que tienes.
—Eso lo sé, pero no hace que tenga menos, ¿sabes?
—Mira, Eth...
—Tengo dinero, Valentina. Mucho.
—Oh, por Dios, eso suena tan...
—¿Sincero? —pregunto—. No estoy riéndome de ti, ni jactándome de ello. Estoy diciendo que, objetivamente y gracias a mi trabajo, y a mi familia, tengo dinero. Puedo costear tus vacaciones en Ibiza y ni siquiera me enteraría.
—Repito: eso es insultante.
—¿Por qué?
—Porque está mal y...
—¿Quién dice que está mal? Si ganáramos lo mismo podría invitarte a comer, ¿verdad? —Ella me mira en silencio—. ¿No quieres venir gratis? Pues ven pagando, joder. Ven como sea, pero ven.
—Ethan...
—Si no puedo escaparme de la realidad unos días y jugar a que la vida sigue siendo perfecta, entonces ¿para qué cojones quiero tanto dinero?
Valentina me mira un poco seria, pero no para mal. Parece más pensativa que enfadada, así que sigo haciendo círculos sobre su camiseta con la esperanza de que tocarla, de algún modo, la mantenga calmada.
En un momento dado saca una de sus manos de detrás de su cabeza y acaricia mis mejillas. Las yemas de sus dedos recorren mi barba de varios días, mi nariz y, por último, la zona de mis ojeras. Puede que solo me haya quejado de los bebés de nuestra familia, pero ella sabe que hay más, aunque no lo haya dicho.
—Estoy en una de esas épocas, Val —admito—. Me haces falta.
No quería llegar a esto. Me hace sentir bastante patético, pero empiezo a estar un poco desesperado por que acepte así que, lejos de sentir remordimientos, llego hasta el final. Me acerco más, abrazándola y acercando mi cara a la suya.
—Eth...
—Venga, Val. Ven conmigo. Te prometo que haré que valga la pena.
—No puedes prometer eso.
—Claro que puedo. Dame dos semanas y una prórroga.
—¿Qué significa la prórroga? —pregunta riéndose.
Beso su mejilla y estiro la palma de mi mano sobre su vientre para que se quede quieta, porque está empezando a agitarse.
—Dos semanas extensibles a un mes, si te lo pasas tan bien como yo creo.
—Ni siquiera es temporada alta.
—No necesitamos que sea temporada alta. Ibiza, tú y yo.
—No sé...
—Te daré un masaje cada día. Y no tienes que devolvérmelo.
Eso capta su atención de inmediato. Val adora los masajes. Yo también, así que por lo general nos peleamos mucho por que ver quién se lo da a quién.
—¿Vas a masajearme sin pedir que luego lo haga yo durante dos semanas?
—Extensibles a tres.
Val sonríe, mucho más convencida.
—¿Y por qué me ofreces todo esto a mí? Podrías llevarte a Björn y a Lars. O a Noah. O a...
—No quiero a tus primos, joder. Te quiero a ti. Venga, Valentina. ¿Me vas a hacer suplicar?
Está a punto. Lo sé. Lo noto en su sonrisa y el modo en que su cuerpo está completamente relajado, pero entonces la puerta se abre de golpe y Álex grita mientras me señala con un dedo.
—¡Eh, tú! ¡Las manos donde pueda verlas, que nos conocemos!
La tensión de Val vuelve y yo aprieto los dientes.
Joder, estaba a punto y, por mucho que quiera a Álex y lo considere algo así como un tío, odio que acabe de joder a su hija en menos de lo que dura un pestañeo. Otra vez.

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El inicio de una historia
RomanceSolo es un inicio. Algo que pudo ser. Ellos en estado puro.