Valentina
Observo los ojos risueños y curiosos de Ethan. Me alegra muchísimo que esté aquí, sobre todo porque, con su llegada, mi discusión con Björn y Lars queda aparcada durante un tiempo indefinido y eso es de agradecer, pero sigue esperando una respuesta por mi parte que no llega. Y no llega porque... ¿Qué puedo decir? ¿Qué se supone que debo decir?
—¿Ir contigo? ¿A dónde?
—Los Ángeles, Hawái, Suiza, Las Vegas, París. ¡No sé! ¡Las posibilidades son tantas!
Me río. En realidad, las posibilidades son muchas cuando te llamas Ethan Lendbeck, vienes de una familia adinerada y, además, eres un coreógrafo prestigioso. Si te llamas Valentina León, trabajas en la tienda de disfraces y chucherías de tu tía y no quieres alejarte de tu padre enfermo las posibilidades son las que son. Y eso me lleva de vuelta a la discusión que estaba manteniendo con Björn y Lars.
—Pues...
—No puedes venir aquí, pretender llevártela y no pedir, como mínimo, permiso —dice Björn acercándose a Ethan.
Se podría decir que este último debería sentirse intimidado, pero no es así. Mis primos son altos y fornidos, rubios, con ojos azules como el cielo en un día despejado y ambos con barba de varios días. Ethan es más o menos igual de alto, pero su cuerpo es más estrecho. Es lógico, porque vive de bailar y, al final, está ejercitado de un modo distinto al de mis primos, que se dedican a ir al gimnasio y hacer pesas poniendo cara seria para acompañar aún más la imagen de vikingos que ya tienen. El único motivo por el que Ethan no se siente intimidado es que sabe que, tanto como hablan (y hablan mucho) en el fondo son dos buenazos. Por eso y porque todos nos conocemos desde niños.
—Que yo sepa Valentina es mayor de edad y no tiene que pedir permiso a nadie para nada —dice mirando a Björn y a Lars, que se acerca para abrazarlo y saludarlo.
—Bueno, pero nosotros somos importantes en la ecuación. Quiero decir, sin nuestro consentimiento, ella no puede...
—Oh, callaos de una vez —les digo—. Y dejad de hacer de perros guardianes. Hemos tenido esta conversación un millón de veces.
Ellos me miran enfurruñados y se cruzan de brazos tal y como hacen los porteros de discoteca cuando están enfadados y quieren intimidar, pero a mí no me engañan. Puede que yo sea bastante más bajita y menuda, pero no necesito más que mirarlos fijamente para que dejen de hacer el idiota.
—Y vamos a tenerla un millón más, porque resulta que, al parecer, últimamente tienes problemas para saber lo que te conviene, primita —dice Björn.
—Eso, primita —repite Lars.
Reconozco que la costumbre que tienen de repetir lo que dice el otro es graciosa cuando no tienes que sufrirla a diario. En mi caso, es como sentir que te sale un grano en un cachete del culo y, justo en el otro cachete, uno exactamente igual, por si el primero fuera poco.
—No voy a ir a ninguna parte —digo mirándolos a los tres.
—Venga, Val, tengo unos días de vacaciones antes de volver a la carga y quiero que vengas conmigo.
—Lo siento, Eth, de verdad. Me gustaría, pero... pero no puedo.
—Tengo un amigo que puede dejarnos una preciosa casa en una paradisiaca playa de Méxic...
—Ethan, de verdad, no insistas. No voy a ir a ninguna parte.
—Yo, en cambio, siempre estoy dispuesto para ir a una playa paradisiaca —dice Lars—. Llévame a mí, Ethan.
Este lo mira de arriba abajo, enarca una ceja y sonríe de ese modo que me hace reír. Con la esquina de una de sus comisuras hacia arriba, como si fuera un niño travieso ideando alguna trastada.
—Lo siento, tío, pero no eres exactamente la compañía que buscaba.
—¿Por qué no?
—Bueno, para empezar, eres demasiado... —señala todo su cuerpo—. Y demasiado poco... —Gira la cabeza, entrecierra los ojos y gesticula con las manos a la altura de sus pechos—. Ya sabes. Sin contar que un bikini te quedaría tremendamente mal.
—Eres un pervertido, Ethan Lendbeck-Acosta —dice Björn en un tono tan serio que me hace reír—. ¿Estás insinuando que quieres llevarte a Valentina para verla en Bikini? ¿A nuestra Val?
—Estoy insinuando que cualquier mujer en traje de baño es mejor que vosotros dos, sí. —Se quedan tan cortados que Ethan sonríe, pagado de sí mismo, y vuelve a centrar su atención en mí—. ¿Estás segura de que no quieres que vayamos de vacaciones?
—Ve tú —le digo sonriendo—. Yo tengo mucho que hacer aquí.
—Bien, entonces mis vacaciones consistirán en quedarme en Sin Mar y ayudarte a hacer lo que sea que te mantiene tan ocupada. —Da una palmada tan fuerte que me sobresalto—. Así que ¿por dónde empezamos?
Lo miro con la boca abierta, porque no esperaba esa respuesta. En realidad, no sé qué decirle. ¿Cómo le explico que, en realidad, no tengo mucho que hacer? Aparte de estar en la tienda, todo lo que hago es merodear por casa, pasear por las calles de Sin Mar y visitar al resto de la familia para no sentir que me ahogo dentro de las paredes de mi habitación. Si le cuento eso, o que algunas noches me quedo dormida llorando, Ethan me sacará de aquí tan rápido que no tendré ni tiempo de pestañear.
No, definitivamente no puedo decirle eso. Pero tampoco puedo decirle la verdad: que no soporto pensar que me marcharé y mi padre tendrá otro infarto. Que no estaré cerca de él si su estado de salud empeora y que, desde que enfermó la primera vez, vivo con el pánico acechándome a cada instante porque he descubierto que Álex León no es inmortal y eso me tiene en un sinvivir. El hecho de que sea, de algún modo, un ser humano frágil y doliente ha sido como un enorme mazazo en mi vida. Sé que parece estúpido, pero hasta que le dio el infarto yo tenía a mi padre como a un ser invencible. Cascarrabias, sí, pero fuerte como el acero. Incapaz de sucumbir a nada. No había absolutamente nada contra lo que no pudiera luchar. Y entonces su corazón decidió fallar y yo... yo, simplemente, entendí que debo pasar con él el máximo tiempo posible por si... por si uno de estos días me levanto y, sin saberlo, es el último día que compartimos.
No puedo decirle nada de eso a Ethan, ni a Björn, ni a Lars. No puedo contarles hasta qué punto estoy sufriendo esta crisis existencial, porque se preocuparán y entonces, de algún modo, haría que todo girase en torno a mí. Y no debería ser así. Yo tengo que quedarme aquí, en Sin Mar, para cuidar de mi padre y, sobre todo, para no darle disgustos porque, aunque nadie lo diga, sé que todos en la familia piensan que mi estilo de vida anterior a su infarto contribuyó a llenarle la cabeza de preocupaciones. Mis viajes, salidas, fiestas y prácticas de deportes de riesgo le ponían de los nervios. A mí me parecía divertido que se ofuscara tanto, pero solo hasta que enfermó de verdad. Ahora, la simple idea de ir a patinar me congela por si él se preocupa tanto como para enfermar, así que he cogido mi inmenso amor por la adrenalina, los viajes y los deportes extremos y lo he encerrado en una caja a buen recaudo, bajo un montón de capas de culpabilidad, tristeza y obstinación.
Sé que no parece muy buena idea, pero es lo único que se me ocurre para mantener a salvo a mi padre.
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El inicio de una historia
RomansaSolo es un inicio. Algo que pudo ser. Ellos en estado puro.