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Ethan

Cuando el taxi para frente a la estación de tren miro a Valentina para cerciorarme de que está bien. Va vestida con pantalones jogger y una camiseta ajustada, pero eso no es raro, siempre va con ropa deportiva. Me consta que hubo un tiempo, cuando era niña, que en el colegio se lo intentaron hacer pasar mal por eso. Le gustaba más el deporte que las muñecas y la velocidad que hablar. Por suerte para ella, tiene el gen de los León, así que aquello duró poco porque, entre ella y sus primos, se encargaron de enfrentar a todo el que intentó reírse de sus gustos. Para cuando estaba en la secundaria Val ya era una chica segura de sí misma y con pocas amigas, pero buenas. De esas que valen la pena y respetan cómo eres.

Además, si creces en una familia tan grande como la suya, tampoco necesitas tantos amigos. A veces pienso que, si el mundo se acabara, deberían dejar un León o un Acosta como último superviviente. Repoblarían el mundo en un par de generaciones porque otra cosa no, pero esta familia sabe cómo hacer niños.

Y si no, que les pregunten a las primas de Val y a mis hermanos.

—¿Por qué tienes cara de asco? —pregunta ella mientras pago al taxista.

—Acabo de recordar que tomé la leche materna de tus primas.

Valentina se ríe, baja del taxi y la sigo. Cojo las maletas mientras ella se aferra a su mochila y su tabla de skate y nos adentramos en la estación.

—¿Vas a decirme ya a dónde vamos?

—Ya lo verás.

—Pero...

—Querías que te alejara de casa y fuera sorpresa, ¿no?

—Ajá.

—Pues eso hago. Tengo un plan, Val, no te preocupes por nada. Tú solo agárrate bien a tu tabla y no hagas preguntas hasta llegar.

—Pero que no esté lejos de casa. No demasiado lejos.

Ahí está de nuevo: el miedo. Ha convivido con él demasiado tiempo. Pienso en ella antes de que su padre tuviera el infarto y todo lo que me viene son flashes de ella saltando en la piscina de madrugada, en Los Ángeles, o subiendo a las barras de los bares a bailar, o retando a sus primos a hacer cualquier locura.

A veces siento que el corazón de Álex León sobrevivió, pero una parte de Val murió ese día y eso me mata un poquito por dentro, aunque no se lo diga.

—Te prometo que podremos volver si pasa algo, pero no pasará.

Ella asiente y traga saliva, intentando dominar su propia ansiedad. La despedida de sus padres ha sido bastante mejor de lo esperado, pero solo ha sido porque teníamos que darnos prisa para que Björn y Lars no se enterasen de a dónde vamos.

—Oye, ¿has desactivado tu ubicación? —pregunto de repente.

Val me mira sorprendida, pero no por la pregunta, sino porque no lo ha hecho. Saca su teléfono de inmediato y lo hace. La familia León tiene la ubicación de todos sus miembros. Son tan jodidamente sobreprotectores que saben en todo momento dónde está cada uno de los miembros de la familia, sea el país que sea. He visto conversaciones surrealistas en las que algunos se daban cuenta de que otros estaban en un supermercado y han empezado a pedir cosas sin ton ni son por WhatsApp. Es un nivel tan grande de intensidad que cualquiera que lo viera pensaría que están locos, porque lo están.

Y lo peor es que mis padres se enteraron de que eso podía hacerse y lo hicieron con nosotros. Soy un hombre adulto, podría haberme negado pero, para ser sinceros, me da bastante igual que sepan dónde estoy. De hecho, me he ahorrado conversaciones incómodas para mis padres gracias a que, al buscar mi ubicación, me han visto en distintos hoteles y sabían perfectamente que no estaba en ellos durmiendo, precisamente. Así, al llegar a casa, no había preguntas. Mejor para ellos y para mí.

—¿Vas a desactivar tú la tuya? —me pregunta ella.

—He enviado un audio a mi hermano Adam para que explique a la familia lo que ocurre. No la he desactivado, pero todos están al tanto de que no pueden decir nuestro paradero.

—Björn y Lars intentarán chantajearlos.

—No funcionará. Si se tratara de otras personas, lo conseguirían, pero tus primas Vic y Emily saben cerrar la boca. Confía en ellas.

Lo que no le digo es que estoy bastante seguro de que van a ponerse tan contentas con el hecho de que Valentina por fin salga de casa, que no dirán nada solo para que esto dure algo más que un par de días.

—Confío en ellas —me dice—, pero sobre todo confío en ti. Estoy en tus manos, Eth.

Trago saliva e intento que no note que eso me pone un poco del revés, porque por lo general soy el inmaduro de mi familia y, bueno, digamos que no soy una persona en la que mucha gente confíe el control de las cosas. No es una queja, entiendo por qué no lo hacen. Cuando creces con hermanos como Junior o Adam, lo fácil es dejar que ellos lleven el control de la situación. A mí siempre me ha ido bien lo de dejarme llevar o aparentar que me dejo llevar y luego hacer lo que me da la gana, pero esta vez es distinto. Val tiene que recordar que ella ama vivir la vida como yo: libre, sin ataduras, ni miedos. Sobre todo, sin miedo. Soy el encargado de devolverle la locura que se ha encargado de adormecer y no pienso fallar.

Nuestro destino se descubre cuando pasamos el control de seguridad y me dirijo a la vía del tren en el que tenemos que subir. Val hace alguna pregunta, pero no demasiadas. Al menos hasta que llegamos, cogemos otro taxi y, después de cuarenta minutos, más o menos, nos deja frente a una casa junto al mar.

—¿Dónde estamos?

—Vamos a ver a un viejo amigo —le digo.

—¿Un viejo ami...?

—¡Ya era hora, Lendbeck! Hola, Rapunzel.

Mario de las Dunas se acerca a nosotros con paso seguro y la sonrisa más grande que nadie pueda imaginar. Nos envuelve a la vez en un abrazo y besa nuestras frentes porque... Bueno, no sé, Mario es así. Es lo genial de él. Vive acorde a sus convicciones sin importarle lo que piense el resto del mundo. Por eso esta tenía que ser nuestra primera parada.

—¿Rapunzel? —pregunta Valentina.

—Estás huyendo en busca de las luces de los farolillos. Eres como Rapunzel. Una de las mejores princesas, si me preguntas mi opinión.

—¿Farolillos? —Valentina me mira con las cejas enarcadas—. ¿De dónde sacas a esta gente?

Suelto una carcajada, tiro de su mano y la adentro en la casa del que será nuestro primer destino, pero no el único, porque si solo tengo esta oportunidad para hacerle ver a Valentina que no puede encerrarse en Sin Mar como si el mundo acabase en sus límites, voy a encargarme de aprovecharla bien. 



***

Nota: sé que voy lenta, lo siento de verdad, pero a veces la vida me arrasa y no quiero que esto se convierta en algo que me genere más estrés del que ya tengo, así que escribo cuando puedo y de verdad me nace. Es la forma de asegurarme de que lo disfrutáis vosotras y también yo :) 

¡Se os quiere! ❤️


El inicio de una historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora