Cambray, Francia.
30 de noviembre de 1917
No recordaba lo que era tener tranquilidad. En esos últimos meses, no había día en el que su cuerpo no estuviera alerta en medio del campo de batalla. Tal parecía que no había escapatoria de la lluvia de perdigones, no había fin, no había paz y muchos esperaban a la muerte con impaciencia, deseosos de que el infierno al fin se terminara. Ver morir a sus amigos era una cotidianidad dolorosa, llegando al punto en el que los hombres preferían no conocer a nadie con tal de resguardar sus sentimientos al momento de enterarse de los faltantes en el campamento.
El invierno llegó únicamente para estorbar en la misión de ambos bandos, siendo este un nuevo asesino, uno silencioso, que llegaba en medio de las noches, congelando a los hombres que escasamente podían cubrirse con un pedazo de tela. Las tropas se inmovilizaron por días debido a las lluvias de agua helada que removía la tierra, conflictuando el avance sin fin o el retroceso de la derrota.
North trataba de mostrarse inquebrantable frente a sus hombres, muchas de las voluntades dependían de su estado anímico, por lo cual debía controlar sus pensamientos para no recaer en la depresión o el fatalismo que le hicieron mucho más sentido una vez que se separó de su mujer, con la cual ni siquiera había podido comunicarse en meses.
Desde hacía tiempo que sabía que la amaba, su corazón reclamaba su ausencia cada vez que tenía que regresar a la tienda y no la veía sentada en el catre, con una sonrisa cansada pero conciliadora, abriendo las sábanas para que ambos se acomodaran en lo que sería un merecido descanso, compartiendo palabras dulces antes de dormir abrazados.
Esa tarde, la lluvia decidió acompañarlo en su camino de regreso, empapando su uniforme lleno de fango. Podía sentir el peso de sus músculos tensos una vez que entró a su tienda, aunque no había reconforte en el interior, seguía haciendo frío, no había luz alguna y, naturalmente, la soledad pesaba más ahí dentro.
Encendió la lámpara de aceite que había junto a su catre y se quejó ligeramente cuando comenzó a quitar las ropas mojadas de su cuerpo, sintiéndose agotado y sin más energías. Dejó su ropa interior y lavó como pudo su cuerpo, quedando considerablemente limpio para antes de meterse en el catre de sábanas duras y cobijas de lana.
En esos tiempos, nada podía desperdiciarse, por lo que apagó la luz, pero no cerró los ojos a pesar de lo cansado que se sentía. No le era fácil dormir, incluso si lo conseguía, despertaba prefiriendo el insomnio a los terrores nocturnos. Esos sueños solían estar asociados a Briseida, la veía morir en la guerra, tratando de salvarlo o recibiendo una bomba en el hospital, como aquella otra ocasión en Somme.
Era al despertar de esos sueños que se recordaba la razón de mandarla lejos, a pesar de que le hacía tanta falta a su lado, ella estaba a salvo.
Sonrió con su recuerdo. Casi podía sentir los largos cabellos cobrizos acariciando su rostro, como cuando dormía sobre su pecho; o al despertar, cuando sus lindos ojos lo miraban con un brillo lleno de cariño y ni hablar de su sonrisa o esos gestos pícaros. Suspiró, sintiendo cómo se relajaba. Extrañaba esa forma suya de hablarle con cariños, de abrazarse a él, de quererle sin condiciones y sin esperar nada a cambio.
Consiguió dormirse al seguir trayendo a su mujer a su mente, imaginándola en gestación, después con el niño en brazos, con un brillo especial en la mirada, esperando por él, por su regreso para ser una familia en medio de la paz y la prosperidad. Sí, eso era en lo que solía pensar para seguir adelante, para levantarse al día siguiente, e incluso para dormir.
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NORTH [Luz y Oscuridad]
Fiction HistoriqueEntender que se ama es complicado. Y difícil aceptar cuando se tiene que dejar ir. Briseida tenía que luchar, a pesar de que no estaba en el frente, sentía que estaba en medio de una batalla. Con North desaparecido y posiblemente muerto, el peligro...