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Lena había llevado a Kara afuera, estaba tan descontrolada que temía que le diera algo. La abrazaba dejando besos por todo su rostro pero ni así conseguía calmarla. Su ira era tal que aún temblaba entre sus brazos y algunas lágrimas de impotencia escurrían por sus mejillas.

-- Amor, tienes que calmarte por favor. -- ella seguía sin poder reaccionar. -- Kar me estás asustando.

La chica seguía con los músculos tensos, Lena los podía sentir duros como si fueran de acero. No sabía que hacer para sacarla del trance en el que estaba. Nunca la había visto en un estado tan iracundo como en el que se encontraba ahora, no era capaz siquiera de responder a su amor. No reaccionaba a besos, ni a caricia alguna que le diera y eso la estaba comenzando a desesperar. Lena empezaba a tener que su esposa estuviera enojada con ella también pensando que tenía algún tipo de conocimiento de lo que había estado tramando la loca de su madre.

-- Bebé mírame, Kar. -- la tomó del mentón obligándole a verle a los ojos. -- Te juro que no sabía nada de esa locura que se le ocurrió a mi madre. No tenía ni la menor idea de lo que estaba tramando Lilian amor sino jamás habríamos venido, lo juro. Créeme por lo que más quieras. -- la miró a los ojos y se los encontró sin ninguna emoción aparente al igual que su rostro. Lena no pudo soportarlo más y comenzó a llorar.

Kara muy a su pesar se encontraba encerrada una vez más en ese lugar en el que estuvo prisionera por mucho tiempo. Ese sitio que la hacía sentir esa ira y odio ciego sin control alguno. Ese sitio que fue su refugio y donde encontró el alivio necesario para sobrevivir con la muerte de su padre. Jeremiah había sido un condecorado Agente del FBI que había sido asesinado cumpliendo su deber. Fue encontrado muerto con un disparo en la frente mientras investigaba cierto caso de corrupción y fraude que involucraba a personas muy influyentes. Kara adoraba a su padre, ella y Alex lo admiraban enormemente por lo que su muerte fue un duro golpe para ellas. Alex poco a poco logró salir adelante en cambio a Kara le costó mucho procesar aquel dolor tan grande y lo enmascaró tanto que se convirtió en un ser irascible, hosco e iracundo. De un momento a otro esa persona dulce, amable, encantadora y maravillosa que era dejó de existir. Sus ataques de ira se hicieron constantes, la mínima palabra o el más pequeño acto era una invitación a convertirse en una fiera capaz de herir sin ninguna piedad, odiaba a todos y a todo. El mundo dejó de tener sentido para ella, gracias al amor y la paciencia de su hermana y de su madre logró salir de ese sitio de a poco. Reconoció que tenía un problema y luego de muchas visitas a una psicóloga ella volvió a ser ese ser de luz que solía ser. Al conocer a  Lena y saber que la quería en su vida para siempre una de las primeras cosas que hizo fue contarle de sus problemas  de ira. Nunca más había vuelto a ese sitio oscuro que tanto le aterraba y que ahora estaba de regreso. Estaba aterrada, temía volver a convertirse en aquella fiera descontrolada que llegó a ser en su adolescencia. No lo podía permitir, no ahora que tenía a Lena. Ella libraba una guerra interna con mucho miedo a perder ante su creciente ira, pero de repente ocurre el milagro. Algo la hace voltear y ve los bellos ojos del amor de su vida, esos ojos verdes donde se sumerge y encuentra toda la paz y el amor que necesita para respirar. Con disgusto ve que de ellos salían lágrimas algo se removió dentro de ella y comenzó a ser capaz de ver la luz dentro de la oscuridad en que estaba. Esa luz era ella, Lena, su esposa. El miedo empezó a ceder, la fiera que comenzaba a emerger de ella dejó de apretarle con fuerzas la garganta para apoderarse de su voluntad como siempre hacía. Kara estaba segura que mientras tuviera el amor de Lena jamás volvería a quedar atrapada en ese hueco oscuro, nunca permitiría que esa fiera que habitaba dentro de ella la controlara y se presentara frente a su esposa.

El color azul cielo empezaba. A volver a los ojos de Kara y su respiración se hacía más pausada con cada latido de su corazón. Se acerca a la mujer que ama tomandola entre sus brazos secando sus lágrimas con sus labios.

Tú, siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora