Años de trayectoria

63 8 0
                                    

Gustabo siempre ha adorado cocinar, y aunque en un pasado lo debía hacer por dinero, cuando ya no se trataba de una obligación, dejó de buscar recompensas monetarias, le servía con ver a Conway feliz.

Si había algo de lo que Gustabo pudiera presumir era, sin duda alguna, de sus dotes culinarios. No creía en los dones, capacidades que se te otorgan de nacimiento y sin previo sufrimiento, para alcanzar la maestría, así que cuando alguien alegaba que lo suyo era de sangre, repetía siempre el mismo discurso; él no se había pasado años enteros trabajando en cocinas industriales y comercios de comida rápida para que le desligaran de su esfuerzo. 

 Fue prácticamente una década de jornadas laborales que parecían no tener fin, en donde, a pesar de la clara explotación laboral, se le pagaba más que en cualquier otro trabajo, porque los seiscientos —con salario moldeable— el quiosco, los periódicos, cuidado de niños o clases particulares, no se lo daban. 

Con el paso de los años terminó de perfilar su técnica, aprendiendo a manejar el tiempo dedicado a cada preparación y manteniendo un orden dentro de la cocina, porque una vez se enfrentaba cara a cara contra los fogones y mantenía una ardua batalla contra el aceite caliente en la sartén, sentía que tenía el control sobre la situación, y aquello le daba paz. Poco a poco dejó de verlo como un trabajo y comenzó a pensar en ello como un pasatiempo, porque a pesar de que mientras tuviera una insignia colgada en el polo que indicara su nombre, y por ende se viera obligado a cumplir, una vez se la quitaba disfrutaba de preparar platos nuevos en el pequeño piso que alquiló junto con su hermano. 

 Desde antaño, todo el que tuviera el honor de ser invitado a su humilde casa para compartir una charla amena sobre la mesa, siempre se había encargado de recordar al rubio lo bueno que estaba su guiso de pollo en invierno o la sencilla tortilla de patatas en verano.Y si era sincero, a él no le molestaba tener que gastar un poco de energía en preparar una porción más, sobretodo si se trataba de Conway.Porque comer juntos los domingos se había vuelto tradición, cual familia estructurada que aprovechaba ese día de descanso para pasar tiempo de calidad.

El mayor era un completo negado en este aspecto, y que su pareja tuviera la astucia de un chef cinco estrellas, suponía un alivio para él y su nutrición.Se había acostumbrado a una dieta basada en cigarros, café y comida rápida, sin hacer caso a ningún tipo de médico, convencido que todo eso eran habladurías y en su ser más paranoico, inventos del gobierno para controlarlos.Claro que cuando puso esta puesta en común con García, pensado firmemente que le daría la razón, solo se vió envuelto en una burla interna por meses enteros, sin él poder creerse que Jack llegara a pensar eso. 

 Mientras que el mayor preparaba la mesa entre conversaciones triviales, el rubio se dedicaba a poner todo el amor del mundo en la preparación, porque como su abuela le dijo más de una vez, el ingrediente esencial era el cariño puesto, sin él, ningún plato sabría bien.Y aunque siempre tratara de dar lo mejor de él como muestra de aprecio a sus cercanos, el pelinegro se encargaba de recordarle que no debía estar perfecto, porque solo importaba el tiempo que pasaran ellos dos juntos, fuera del trabajo y las tensiones que provocaba, bajo la calma de un hogar compartido. 

Gustabo disfrutaba de cocinar, pero nada se comparaba al momento de comer en compañía de quien más amaba.

TEMPUS FUGIT | ONE-SHOTS INTENABODonde viven las historias. Descúbrelo ahora