Pimientos rellenos

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A veces no ocurre nada interesante, solo Gustabo con una maleta dispuesto a preparar la cena.


No es la primera vez que Gustabo hace las maletas y duerme en el sorprendentemente cómodo sofá de Conway.

Por eso mismo no se molesta en preguntar y solamente aparece en la puerta de su casa, y da tres golpes suaves a la madera, delicados y significativos que le hicieran saber a su amigo que era él y nadie más. No le ha avisado en el trabajo ni le ha llamada por teléfono, únicamente ha asumido que le aceptaría en su hogar, que tiene el derecho a romper la barrera de la intimidad, esa que tanto odia que le derriben, irrumpir en esas cuatro paredes tan jodidamente personales y que no habría represalias, es más, que le abriría sin más, se volvería a sentar sobre el sillón y ambos verían en la televisión cualquier serie sin sentido que estuvieran transmitiendo.

Porque Gustabo no es tonto, y a pesar de que si tuvieran que poner un ranking de las veces que ambos se han equivocado, iría ganando por goleada, esta vez está seguro de su decisión, porque Gustabo no es tonto y conoce desde hace la pila de años a Conway, porque Gustabo no es tonto y sabe que tiene una semana como mucho para encontrar piso, pero que mientras tanto, le permitirá convivir con él, siempre y cuando le haga las comidas y le friegue los platos.

Adicionalmente, es invierno entrado, con el viento fuerte y la nieve fría, inviable para salir a pasear por las noches e insoportable para cualquiera, por lo que tampoco es una opción quedarse sin lugar donde poder hospedarse aunque fueran cinco días.

El hielo bajo sus pies está completamente derretido y no entiende cómo no se ha deslizado por la entrada de la casa y calado en ella, estropeando la madera y humedeciendo la alfombra. Probablemente sea estratégico que esté un tanto inclinada y que la entrada sea de piedra lisa, que resbala cualquier líquido y le impide irrumpir, empapar la calma y volverla una inquietud.

Mira la maleta a un lado y mira sus zapatos encharcados y sucios de la tierra húmeda, mientras espera a que le abran y poder huir de las bajas temperaturas, que le vuelven los dedos rígidos, le secan la nariz y le agrietan los labios.

“Conway, por favor, me estoy helando” suplica pegando la cabeza sobre la madera después de no haber escuchado movimiento alguno.

Las luces están encendidas y el volumen de la televisión traspasa cualquier pared, así que no hay excusa para pensar que no está en casa, simplemente es un bastardo que se niega a abrirle la puerta hasta que no le suplica e implora. Y no necesita que nadie se lo confirme, porque se conocen muy bien y Conway sabe lo que hace cuando le abre la entrada sin previo aviso, le hace tropezar y por poco cae al suelo.

“Ups” finge sorpresa mientras le da vía libre para que pase.

Gustabo sólo puede suspirar cansado y disfrutar del calor que hace dentro del hogar. Es una casa muy pequeña y por ello nunca ha dado problemas a la hora de alcanzar cualquier temperatura que el dueño quisiera, aunque quizá esa es la única cosa destacable.

Deja las bolsas al lado de la entrada y mira con cautela como vuelve a sentarse en el sofá, con las piernas sobre la mesa del salón y el programa más absurdo que podrían estar emitiendo a esas horas.

Se queda donde está sin mover ningún músculo. Analiza con la mirada la situación y no encuentra evidencia alguna de que Conway haya probado bocado de algo, porque la cocina está intacta y no existe ningún rastro de basura por ninguna parte del lugar.

TEMPUS FUGIT | ONE-SHOTS INTENABODonde viven las historias. Descúbrelo ahora