Renacer

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Ricky había dormido muy poco esa noche, a pesar de que tenía pensamiento de levantarse pronto, sus ojos se abrieron antes de tiempo y ya no logró volver a conciliar el sueño. Se había aprendido de memoria todas las pequeñas bifurcaciones y ángulos que hacía una grieta en el techo de su habitación de tanto como la había mirado. El día anterior, él se había marchado de casa de Agoney, pero su mente se había quedado allí con su amigo y no había sido capaz de pensar en otra cosa que no fuera él.

Se sentía mal, no le había gustado cómo terminó la conversación entre ambos y mucho menos le había gustado todo lo que Agoney le había dicho en ella. Estaba muy preocupado por lo que observaba cada vez que le veía y el hecho de que no se dejara ayudar y que estuviera atrapado en un círculo de su propia culpa y de autodestrucción no favorecía a que su preocupación se esfumara. No entendía por qué quería imponerse la responsabilidad de lo sucedido cuando ya le habían dado a entender más de una vez que no era así. Sabía que Agoney siempre se había machacado mucho cuando hacía algo mal hasta encontrar la perfección, pero jamás pensó que un fallo humano pudiera condenarle de esa manera.

Se incorporó en su cama, se frotó los ojos cansados y buscó el móvil en la mesita de noche. No se sorprendió al no ver ningún mensaje de Agoney reflejado en su pantalla, así como tampoco se sorprendió cuando el canario no recibió el suyo. Chasqueó la lengua al comprobar lo que ya se imaginaba, que Agoney seguiría con el móvil inoperativo y fuera del alcance de cualquiera que quisiera contactar con él.

Miró la hora y se dio cuenta de que era buena hora para empezar a prepararse para desayunar con sus compañeros tal y como habían quedado, e incluso podría intentar dormirse un rato y aún así llegaría bien de tiempo, pero esos pensamientos que no le habían dejado tranquilo en toda la noche le hicieron cambiar de planes y querer hacer algo antes. Se puso en pie, estiró todo su cuerpo con un quejido de quién no ha podido descansar y se vistió sin dudarlo demasiado.

Abrió la ventana de su dormitorio y dejó que el frescor de la mañana inundara de golpe toda la habitación. Fue al baño y se miró al espejo unos segundos antes de lavarse la cara, aprovechó el agua de sus manos para humedecerse el pelo y se peinó sin mucho esmero. Mientras se cepillaba los dientes pensó en la conversación de la noche anterior con Agoney y se preguntó qué demonios había ocurrido para que de pronto ya no tuviera espejo, si fue una respuesta sin sentido por el estado defensivo que tuvo durante toda la charla o es que de verdad se había deshecho de él. Le dolió pensar en que realmente viera algo tan espantoso al mirarse como para sentir el impulso de romperlo.

Cuando salió a la calle, aún se podía apreciar la azulada luz fantasmal del amanecer en el que el sol está tan recién nacido que aún no tiene la fuerza para iluminar de colores rosas, naranjas y morados el cielo matutino. Le gustaba ese momento de la mañana en que ya se veía el movimiento de los trabajadores yendo de un lugar a otro, los estudiantes camino de sus centros y los motivados deportistas en busca de una zona verde, pero que aún así parecía que todavía la ciudad seguía dormida. En el autobús encontró diversas caras adormiladas mirando a las musarañas mientras escuchaban música por los auriculares, observando las calles pasar por las ventanas o los ojos cerrados, centrados en algunos apuntes o el móvil. Él prefirió ser de los segundos y observar las avenidas madrileñas que poco a poco se iban llenando de gente hasta que, pasadas unas horas, fuesen insufribles.

Se bajó en la parada que más cerca le dejaba de casa de Agoney y caminó los quince minutos que le separaban del edificio. Sabía que era temprano, pero algo le decía que el canario no habría dormido nada tampoco esa noche y, si por algún casual lo había hecho, él disponía de la llave de su piso. Entraría con todo el sigilo que pudiera, le prepararía algo de comer y se sentaría con él para hablar. Intentaría no sermonearle antes de tiempo para evitar que se cerrara en banda como la noche anterior y no se enfadaría cuando le dijera que no quería ir a la quedada con el resto de compañeros, si no estaba preparado, no sería él quien le obligara.

Élite Secreta: Misión Somalia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora