Realidad

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Madrid.
16 de febrero.
2014.

Durante el trayecto que hicieron de vuelta desde Getafe hasta el centro de Madrid, Agoney no pronunció ni una sola palabra, ni emitió el más mínimo sonido, ni un suspiro, absolutamente nada. Ni siquiera rechistó cuando Ricky paró en una farmacia para recoger los analgésicos que le habían recetado tras aceptarle el alta voluntaria y para hacer una generosa compra con la que abastecer su nevera para los próximos días. Permaneció en el más estricto mutismo mirando sus manos quietas sobre sus piernas, aunque esa tan solo era la postura que había adoptado, porque su mente estaba en otro lugar muy lejano. Cómo si esta le hubiera dado ya por perdido y decidido abandonarlo a su suerte.

Ricky tampoco tuvo que insistir cuando le acompañó hasta la puerta de su piso y entró a su casa para dejar cada objeto de la compra en su lugar. Mientras tanto, Agoney arrastró los pies hasta el sofá y se dejó caer allí. Mantuvo los ojos cerrados durante unos segundos, como si no quisiera mirar nada de lo que tenía alrededor. No quería ver la estantería de libros, ni los pequeños adornos junto al televisor, ni los marcos de fotos, ni la manta que había mal doblada en uno de los brazos del sofá y que no se molestó en arreglar antes de cerrar la puerta la última vez que estuvo allí. No quería ver absolutamente nada que le hicieran saber que ya estaba de vuelta en casa.

- Está todo guardado y tienes cosas suficientes para varios días, siempre y cuando no asaltes el frigo en un atracón —le explicó Ricky, que apareció a su lado— será mejor que te cambies de ropa, no creo que quedarte así de empapado sea lo que más te beneficie en este momento.

Aún así, Agoney siguió evitando abrir los ojos y simplemente asintió.

- Está bien.

Ricky le observó en silencio y vio cómo, de forma inconsciente, Agoney estaba dejando leves caricias en su abdomen, por encima de la sudadera.

- También te he dejado los analgésicos en la encimera ¿Vale? Recuerda que es uno cada doce horas, son muy fuertes.

- Vale.

- Puedo quedarme si lo necesitas.

Entonces Agoney abrió los ojos por primera vez y miró a su amigo.

- Ya has hecho bastante por mí, necesito descansar. Los dos lo necesitamos.

Ricky asintió, pero en lugar de irse, se arrodilló a su lado y puso su mano sobre el brazo de Agoney para llamar su atención, la cual consiguió a regañadientes.

- Estoy disponible las veinticuatro horas, llámame para lo que necesites y vengo en un suspiro.

- No te preocupes.

- Bueno, tú tenlo en cuenta.

Ricky se puso en pie y se alejó caminando a la puerta sin intención de decir nada más. Sin embargo, Agoney le frenó antes de que desapareciera por completo.

- Ricky, una última cosa.

- ¿Sí?

Se levantó del sofá, sin poder evitar doblarse un poco ante una nueva queja de su abdomen por todo el machaque que le estaba dando ese día y que ya no se iba a preocupar por ocultar a ojos de Ricky, quién llevaba viéndole fingir todo el día que no tenía una katana imaginaria cruzándole todo el cuerpo. Intentó recomponerse, se acercó a su amigo y le rodeó en un abrazo que sorprendió al teniente, viendo la actitud tan fría y casi robótica que había adoptado por culpa de las circunstancias.

- Gracias, Ricky.

Este no pudo evitar sentir un pellizco de pena en su interior y, aunque quiso estrujarlo contra sí mismo con toda la fuerza que pudiera, le devolvió el abrazo con delicadeza, como si tuviese miedo de terminar de resquebrajar a su amigo.

Élite Secreta: Misión Somalia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora