Ataque

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Desierto.
Somalia.
9 de febrero, 2014.
1214.

Las horas de vigilancia bajo el sol estaban siendo más duras de lo que Agoney habría podido esperar. El traje ghillie parecía haber multiplicado su peso por una cifra que le era imposible de calcular, además de haber aumentado la temperatura más de lo necesario como si se hubiese mentido en un invernadero en pleno verano y las ráfagas de aire caliente le golpeaban con poca delicadeza en la cara, haciendo que su garganta se resecara, que sus labios amenazaran con cuartearse y que los granos de arena que volaban y conseguían llegar hasta su cara se le clavaran como pequeñas agujas.

Cogió aire profundamente, pero le quemó en las cosas nasales con desagrado. Cerró los ojos para intentar alejar la sensación de molestia, lo soltó hasta vaciar sus pulmones y abrió los párpados para volver a mirar a través de su Barrett todo lo que estaba más allá del muro que le ocultaba del ojo enemigo. Debía estar concentrado en absolutamente todo para evitar hacer que su mente fuese consciente de todas las incomodidades a las que estaba expuesto y que cada vez le costaba más ignorar.

Desde allí podía ver el campamento base con la actividad normal que solían tener estos, aunque los consideraba menos organizados que el ejército español. Aún así, no quería subestimarlos porque si algo sabían, era luchar con uñas y dientes, tuviesen o no los mismos conocimientos de táctica que tenían ellos. Los veía tomar alguna bebida o snack en grupo y hablar entre ellos, ir de una tienda a otra, cargar armas y prepararlas... Y algo que ya le había llamado la atención era que el nivel de idas y venidas de los que habían podido adivinar que eran los altos cargos había disminuido constantemente, por lo que era más que probable que el ataque fuese inminente.

- Sargento primero Hernández, aquí Rivas –sonó una voz por el pinganillo de su radio.

- Adelante, Rivas ¿Qué ocurre?

- Es Domínguez, creo que le ha tenido que dar una lipotimia o algo. Está mal, ya he avisado.

Agoney guardó silencio y chasqueó la lengua. Agachó la cabeza unos segundos pero no tardó en recomponerse.

- Está bien, Rivas, quédese con él y cúbralo.

- Pero... Hernández, le toca descansar a usted ahora.

- No se preocupe.

- Lleva muchas horas y los demás han hecho hace poco el relevo, no hay otra persona para cubrirle a usted.

- Por eso mismo. Puedo aguantar, tranquila. No podemos dejar ningún puesto sin vigilancia. Además, no queda mucho.

- ¿Seguro?

- Sí, sí. Asegúrese de que Domínguez esté hidratado hasta que vengan por él.

- Recibido, sargento primero.

Agoney cortó la comunicación y se movió un poco para poder secarse el sudor que sentía bajar por las sienes. Luego, aprovechó para pellizcarse el puente de la nariz y dejar ir un suspiro. Sabía que necesitaba ese relevo con más necesidad por cada segundo que pasaba tumbado en aquellas ruinas, pero no dejaría a un compañero solo y a su suerte en puesto de vigilancia sabiendo que podría desmayarse en cualquier momento y menos si estaban a su cargo. Así que se mentalizó que debía seguir un poco más y trató de no pensar demasiado en que ahora iba a tardar más en recargar el agua que en breve tendría que racionarse.

Decidió prestar atención esa vez sí a su entorno y descubrió que podía oír los insectos que se atrevían a hacer vida allí, cantando por el calor infernal ocultos en algún matojo cercano, ajenos por completo al conflicto que la raza humana tenía montado en aquel lugar. De vez en cuando, venía una nueva ráfaga de viento árido que impactaba contra él para hacerle recordar que el grillar que estaba escuchando era un simple espejismo y que no estaba en un paseo ocioso por alguna pradera. Eso era algo que, a pesar de todo, agradecía, ya que él por su posición cercana y estratégica era el que debía dar el primer paso tal y como le había dicho el capitán Salinas y a él le irían siguiendo los demás pelotones hasta que el enemigo comprendiese que no tenían ni una sola oportunidad.

Élite Secreta: Misión Somalia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora