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Han pasado unas semanas desde el tiroteo y, aunque la adrenalina y el miedo inmediato se han disipado, ha surgido algo nuevo: la conexión que siento con Massimo

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Han pasado unas semanas desde el tiroteo y, aunque la adrenalina y el miedo inmediato se han disipado, ha surgido algo nuevo: la conexión que siento con Massimo. Nunca pensé que podría sentir esto por alguien, y menos por él. Nuestra relación comenzó siendo meramente física, sin compromisos ni promesas; pero ahora...ahora es diferente, lo sé.

Lo noto en la forma en la que me mira, en cómo su mano siempre busca la mía, en la manera en que sus ojos se suavizan cuando estamos solos. Y eso me asusta. Me asusta porque cada vez que estamos juntos, siento nuevamente esas putas mariposas en mi estómago. Sé lo que significa, pero no quiero admitirlo. Admitirlo sería aceptar que me estoy enamorando de él, y eso...eso no estaba en mis planes, nunca lo ha estado.

Llevo semanas, quizás hasta un par de meses, lidiando con toda esta jodida maraña de emociones en mi interior. Hasta ahora había encontrado excusas para no creer lo que en el fondo sabía que era verdad, pero ahora...ahora ya no puedo seguir mintiéndome a mí misma. Esto se ha hecho más real, más intenso, y me es casi imposible seguirlo ignorando. Ya no puedo encontrar más excusas que decirme.

Estamos en su casa, la misma casa que fue atacada hace semanas. Ahora parece tan tranquila, como si aquel día no hubiese sido más que una pesadilla lejana. Massimo está en la cocina, preparando algo para el desayuno. Me encuentro observándolo desde el umbral de la puerta, notando cada detalle: la manera en que su cabello cae sobre su frente, la concentración en su rostro mientras cocina. Esos pequeños detalles que antes no me importaban ahora se sienten significativos.

—Buenos días —digo finalmente, rompiendo el silencio.

Massimo levanta la mirada y me dedica una sonrisa, esa sonrisa que parece derretir todas mis defensas.

—Buenos días, carineria. ¿Dormiste bien?

Asiento, aunque la verdad es que he estado dando vueltas en la cama, pensando en él, en nosotros.

—Sí, bastante bien —respondí acercándome a la mesa—. ¿Y tú?

—Lo suficiente —dice, sirviendo dos tazas de café.

Nos sentamos y, por un momento, todo parece normal, como si fuéramos una pareja cualquiera disfrutando de una mañana tranquila. Pero la tensión está ahí, justo bajo la superficie.

—¿Aún no tienen ninguna pista? —pregunté para tratar de romper aquella tensión.

—No —respondió con frustración y suspiró.

Desde el tiroteo, Massimo casi no ha dormido. Se la pasa yendo y viniendo, buscando pistas de quienes pudieron ser los tiradores y buscando al tirador faltante. Puso más seguridad en la casa y tanto él como sus hombres hacen guardias, pero cada noche Massimo vuelve para dormir conmigo, o al menos lo intenta, pues se queda despierto hasta muy tarde por estar al pendiente de todo.

—Ya aparecerá, lo sé.

—También lo sé. Nadie puede esconderse de mí —Massimo se frotó las sienes con las yemas de los dedos e hizo una mueca.

Pasión Prohibida (Deseos Prohibidos #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora