2.- Lamentos

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Se hallaba frente a la tumba de Yotsuba, con el cielo más gris de lo habitual. Su rostro parecía ajeno al Futarou del pasado, como ver al alma más dolida en la penumbra. Todo parecía ser parte de una espiral de desesperanza. Y mientras murmuraba palabras cargadas de lamentos, el sol que esplendía se ocultaba poco a poco entre las nubes grises de la ciudad.

—Lo siento. Lo siento, Yotsuba. Yo... debí haber hecho algo.

Se lamentaba en un tono de desolación. Y aunque no fuera parte de su culpa, se lamentaba. Pasó treinta minutos más en el cementerio. Realmente no era el mejor lugar para pasar la noche, pero por suerte, Futarou nunca pasó sus noches llorando frente a la tumba de Yotsuba. Se vio envuelto en más melancolía tras caminar por las calles, llenas de recuerdos de su felicidad. Con la cabeza gacha, avanzaba en su tristeza.

El lugar donde vivía Futarou, que apenas podía llamarse hogar, era un pequeño apartamento en lo más apartado de la ciudad. Parecía que quisiera alejarse de todo el mundo. Al abrir la puerta, vislumbró las sombras de lo que antes eran muebles. Por el suelo había prendas regadas como un río Nilo y las botellas de alcohol acaparaban todo el espacio de la pequeña mesa de la sala. Las cortinas oscurecían lentamente la habitación, y aunque había poca iluminación, Futarou vio la televisión encendida. Quizá olvidó apagarla antes de salir. Un sonido cercano lo obligó a voltear hacia el teléfono de casa. Pocas veces lo había usado. O al menos Yotsuba lo usaba. El teléfono, que antes relucía, ahora estaba cubierto de polvo y quizá algún líquido desconocido. La luz roja intermitente indicaba que había un mensaje pendiente. No contestó, pero el teléfono hizo su trabajo y reprodujo el mensaje.

>> Futarou, ¿cómo estás? Escucha, te dejé comida en el refrigerador. Tal vez te guste, es la favorita de Yotsuba.

Parecía que caería al suelo lamentándose. Le llegó un recuerdo fugaz de aquella vez en que Yotsuba sonreía mientras degustaba un plato casero delicioso.

>>Futarou, sé que no estás en el mejor momento. Pero sabes que estamos todas aquí para ayudarte, ¿verdad? Siempre puedes contar con nosotras y con tu familia. Te queremos, Futarou.

La grabadora se detuvo, y Futarou avanzó dejando atrás aquel mensaje. Tal vez luego tomaría algo de esa comida, aunque le recordara a su esposa.

Se movió entre las prendas de ropa y las botellas de alcohol esparcidas por el suelo. A pesar de estar a oscuras, podía distinguir cada objeto y esquina de la habitación. Las luces nunca fueron encendidas después de la muerte de Yotsuba. Ni él mismo sabía por qué. Aunque a veces pensaba que quizá no quería ver el lugar en el que alguna vez habitaba la voz de Yotsuba. Ver todo lleno de color no era lo suyo, al menos no ahora.

Antes de recostarse en el sofá, recibió una llamada inesperada. No era Miku ni alguna de las otras hermanas. Mucho menos su hermana, Raiha. Curioso, aunque no tanto, se fijó en el primer nombre que aparecía en la pantalla: Sra. Hana.

>>¿Señor Uesugi? ¿Está ahí?

Escuchó una voz al otro lado de la línea. Era la madre de su alumno, Haru. Después de la muerte de Yotsuba, no abandonó del todo su trabajo. Seguía impartiendo clases, solo que ahora en un apartamento sombrío y con las luces apagadas. La paga era, al menos, decente. Suficiente para subsistir.

>>Sí. Aquí estoy, Sra. Hana. ¿En qué puedo ayudarla?

Su voz sonaba como la de esos profesores pacientes que esperan por el bienestar de sus alumnos. Futarou siempre fue responsable en su trabajo, pero justo ahora, en este momento y en esta vida, no se encontraba en sus cabales. Divagaba algunas veces entre sus delirios y fantasías.

>>Bueno, no quiero sonar muy pretenciosa. Pero encontré un nuevo tutor para mi hijo, Haru. Quería avisarle que no asistirá a las clases a partir de hoy. Espero pueda entenderlo.

Nunca fue bueno para esto realmente, las despedidas. La última que tuvo no fue la mejor de todas. Hasta hoy sigue con ese arrepentimiento ante una despedida que nunca fue. Haru era, sorpresivamente, uno de sus mejores alumnos. El chico le recordaba sus días de preparatoria. Era casi como ver en Haru su propia imagen de joven, la de un chico con las esperanzas de toda una vida, con ambiciones y metas, todo lo que Futarou había tenido en algún punto de su vida.

>>Oh, ya veo... está bien, le deseo suerte a su hijo. Es un buen chico. Tiene futuro.

Su tono fue más tenue que el anterior, como el de un chico cohibido. Así se sentía Futarou, tan pequeño, miserable e intimidado. Estaba claro que el Futarou de antaño ya no estaba y que, en cambio, solo había un cascarón vacío lleno de arrepentimientos, tristeza y dolor.

>>Sí. Adiós.

Y no hubo más conversación. Tal vez no recibiría su pago por clase por un buen tiempo. Suspiró, intentando no llorar o sentir esa frustración que solía aparecer con frecuencia en su vida. Hacía tanto que no sentía esas emociones, pero el tiempo pasó sin perdonar, sin detenerse. Ahora estaba ahí, con 31 años sumergido en la tristeza.

La nevera estaba vacía, según él, por lo que salió a comprar algo de comida —alcohol—. Durante ese lapso, masculló cada uno de sus lamentos. Podría hacer una canción entera hablando de ellos. La ciudad en la que siempre vivió le parecía, de algún modo, desconocida. O tal vez su vida se tornó descolorida en algún punto de su existencia. Los lugares que más le gustaban le parecían monótonos y abrumadores. No podía pararse frente a los columpios sin romper a llorar ante el recuerdo.

Sus pasos se vieron entorpecidos, como si estuviera bajo los efectos del alcohol, y se detuvo para tomarse un tiempo. Inhaló y exhaló una y otra vez. Su vista se nublaba de vez en cuando, quizá unos segundos. Parecía que su cuerpo rogaba por comida.

—¿Fuu-kun?

Posó su vista en la mujer que tenía frente a él. Verla le recordaba a Yotsuba, con ese cabello rosado esplendoroso, pero no era Yotsuba. No era quien quería que fuera.

—Nino...

Podría haber avanzado hacia ella y mantener una de esas conversaciones que solían tener en un tiempo pasado, pero sus piernas no obedecían. Su cuerpo estaba entumecido por la falta de comida. Nino, que aún lo miraba desde lejos, fue a socorrerlo. Lo tomó con delicadeza y lo recostó en su regazo, como una madre a su hijo, como una amante a su amado. Futarou tan solo cedió a su merced, cayendo en sus delicadas manos y su regazo adormecedor. Duró poco esa siesta, pues emergió del sueño a los cinco minutos. Nino lo miraba preocupada, encontrando cada facción del rostro de Futarou distinta a como era el chico hace tiempo. La vida parecía haber pasado en un instante para Futarou, como un anciano que lo ha visto, aunque Futarou solo ha visto por debajo de la línea.

—¿Estás bien?

Le preguntó preocupada. Él la miró con ojos cansados, casi quedándose dormido de nuevo.

—Sí, solo es el cansancio del trabajo.

Intentó sonar más convincente, como aquel ánimo que solía tener antes de la muerte de Yotsuba.

—Futarou, sé que no tienes trabajo. Renunciaste.

Las mentiras nunca fueron su mejor virtud. Olvidaba lo que decía o en qué tiempo lo había dicho. Por eso nunca mentía. Y menos frente a alguien como Nino, que siempre lo descubría con cada mentira.

—Fuu-kun. Deja que nos ayudemos. Ven con nosotras, con Raiha. Sabes que ella te necesita más que nadie en el mundo. Ella también perdió a alguien.

Recordar a Raiha le traía un mal sabor de boca. Se obligó a no llamarla de nuevo. No merecía una hermana como ella.

—No. Yo no necesito ser un estorbo para ustedes... solo déjenme ir a mi ritmo. Lo superaré, lo prometo.

Nino lo miró con ojos desconfiados. Y cuando quiso tomarlo, él ya había partido de ahí, sumergido en la tristeza.

Todas Las Vidas De Futarou UesuguiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora