Capítulo 30: El poder de nuestros sentimientos

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Ana sintió el peso de la gran mansión de su abuela en su espalda, mientras veía a Lano aproximarse. El viento trajo consigo su aroma, provocando sensaciones diversas, placenteras y aterradoras.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —preguntó Lano.

—Me caí de la cama. —Ana bajó la mirada, sintiéndose abrumada.

—¿Cómo es eso? —Lano frunció el ceño.

—Eso dicen cuando alguien madruga.

Lano no pareció entender a qué se refería, pero no hizo más preguntas y se encaminaron juntos a la escuela. Durante el trayecto reinó el silencio y Ana se sintió de verdad incómoda por todo eso. Lano notó que sus ojos se perdían en un mar de preocupaciones y él no podía dejar de pensar en su ambigua respuesta.

—¿No pudiste dormir? —preguntó, rompiendo el silencio.

Al escucharlo preguntar, Ana se llevó las manos al rostro con sorpresa.

—¡¿Se me nota?! —exclamó, incapaz de dar crédito a que, por primera vez, su rostro siempre fresco por fin reflejara sus largas noches de insomnio.

—No... —Lano la miró preocupado—. Lo preguntaba más por tu último comentario, no esperaba que fuera cierto.

«¡Qué tonta! —pensó Ana—, yo misma me delaté».

—¿Estás preocupada por algo? —Lano observó como Ana volvía a evitarlo, con la misma expresión de antes.

—Nada de eso, solo que todavía no me acostumbro a mi nueva casa, ya sabes. —Lo miró sonriendo—. Cuarto nuevo, rincones nuevos y todo nuevo.

—¿Lo nuevo te impide dormir?

—Ah, es por la ansiedad —respondió sin detenerse a pensar en lo que decía.

—¿Ansiedad?, ¿padeces ansiedad? —Abrió los ojos sorprendido.

«¡Ana, ¿podrías controlar mejor tus palabras por una vez en tu vida?! —Se recriminó internamente».

Lano esperó por una respuesta y Ana volvió a bajar la mirada con amargura, respondiendo con un asentimiento, pues, quisiera no haber tenido que contarle eso nunca. La expresión sorprendida de Lano se enfatizó más frente a la confirmación.

«Sí, soy una persona rota y terriblemente trastornada».

—Estuve yendo a terapia en la ciudad —dijo Ana, aludiendo sus propios pensamientos invasivos—, y mejoré muchísimo. —Lo miró sonriendo—. Así que, ya no es un gran problema.

«No es cierto. Cada día lo soporto menos».

»Así que, no te preocupes, es insignificante.

«No tengo salvación. Huye».

Lano acarició su mejilla con la yema de sus dedos y Ana lo miró sorprendida.

—No hagas eso —pidió, intentando sonar amable, pero sonó duro. 

No obstante, en lo profundo del azul en su mirada, Ana alcanzó a percibir esa amabilidad que él quería transmitir. 

»No mientas así solo para parecer fuerte.

Ana sintió que su corazón se contraía y las lágrimas amenazaron con salir, pero ella las detuvo con fuerza, temerosa de caer ante una crisis de parálisis frente a Lano.

«Cualquiera menos Lano —pensó».

Su corazón galopó con fuerza y su respiración comenzó a agitarse. Ana intentó controlarla, pero sus labios se tornaron tan blancos que, evidenciaron de inmediato la batalla interna. Lano la atrajo suavemente a su pecho y la abrazó. Todas las malas sensaciones de Ana se desvanecieron súbitamente y por un momento, flotó en una extraña ambivalencia, tratando de asimilar cómo había llegado ahí. Lano por su parte, la abrazó con fuerza, preso de un ardiente calor que le cambió el tono de su piel. Su corazón palpitó enloquecido y su cabeza se volvió un caos.

Mágicos Inesperados: Dorada (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora