Capítulo 56: Una difícil elección

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Dentro del edificio, hacía mucho calor, el ambiente se sentía seco y resultaba cada vez más difícil moverse entre las llamas, pero Ana continuó avanzando, usando sus tallos para despejar el camino. Llegó hasta el lugar donde Nitsha había quedado atrapada y con una orden de sus raíces, sus espinas derribaron la puerta de metal. Encontró a Nitsha ahí donde la había visto la última vez, todavía encadenada y tosiendo a causa de la gran capa de humo que había inundado el cubículo. Ahí no habían llegado las llamas todavía, pero si el calor sofocante que le había dejado las muñecas y los tobillos con quemaduras. Corrió hacia ella y la liberó de sus ataduras con su magia inusual. Nitsha cayó en sus brazos y levantó la mirada con debilidad.

—¿Ana? —carraspeó con una voz débil.

Ana la llevó a su espalda y la cargó, aprovechando la fuerza que el dorado le proporcionaba.

»¿Cómo hiciste...? —Nitsha intentó preguntar, pero se ahogó con una tos seca.

—No hables —dijo Ana, emprendiendo el camino.

—Tienes un sello...

—Te dije que no hablaras.

Se abrió paso entre las llamas, sintiéndose segura porque sus tallos la resguardaban a cada paso que daba, obligando a que el propio fuego libre y salvaje se doblegará.

—¿Y mi hermana? —gimió Nitsha con debilidad.

—La encontraré.

—¿Y si ya es tarde?

—Haré que Brand lo pague.

—Ana... —Nitsha se acurrucó sobre su hombro sollozando—. Perdóname.

De pronto, comenzó a sentir el peso del cuerpo de Nitsha y avanzó con más lentitud, sintiendo que debía esforzarse para dar cada paso. El siguiente paso que Ana dio, no emergió ningún tallo a su alrededor, lo cual la desconcertó y miró atrás, descubriendo que su rastro anterior se convertía en polvo dorado.

«¿Qué me está ocurriendo?».

—Nitsha, ¿puedes caminar?

Ella no respondió y Ana la agitó con los brazos, pero la bruja no emitió ninguna respuesta. La Teini comenzó a encorvarse a cada paso, sintiendo que perdía la fuerza.

—¡Ana!

Levantó la mirada, siguiendo la voz y a lo lejos, vislumbró a su padre, quien buscaba abrirse paso en medio del fuego. Ana sonrió maravillada al verlo y quiso correr hacia él, pero el suelo que pisó cedió y el pie de Ana cayó en un agujero. Se aferró a Nitsha y el peso se volvió tan grande que no pudo zafarse del agujero. Encontró los restos de algunos cristales rotos alrededor suyo y en ellos, alcanzó a ver su tenue reflejo, descubriendo el misterioso sello que brillaba dorado sobre su frente. Se trataba de una flor, dentro de un círculo y un rastro de símbolos enlazados desde la periferia del círculo. Corrían sobre la flor como si la apresaran.

«Un sello de contención»

Ana comprendió por qué su poder se estaba debilitando. Todo era a causa de ese sello que contenía su magia.

—¡Ana! —Edward no lograba abrirse paso hacia ella.

—¡Papá, estoy aquí!

—¡Ya voy mi princesa!

Las llamas se levantaron con ferocidad y Edward retrocedió, protegiéndose de ellas. Mientras tanto, las orejas de Ana se estremecieron cuando escuchó un crujido extraño. Miró sobre su cabeza y vio que el techo amenazaba con venirse abajo. Buscó a su padre desesperada, pero él seguía retenido del otro lado.

«Decide, portadora del caos —ronroneó esa voz seductora—, elige salvarte, todavía puedes hacerlo».

—¿Y luego qué? —Ana sonrió con amargura—. ¿Viviré arrepintiéndome otra vez por no haber salvado a otra amiga? Seguro que eso es lo que pretendes que pase para llevarme directo a la corrupción. Bien, entonces, haré lo que dices y elegiré salvarme.

Ana concentró toda la energía que le quedaba en las raíces y creó tallos dorados con dificultad. Con ellos envolvió a Nitsha y aprovechando su último impulso, la envió directo a Edward. El Namikane salió despedido al exterior junto con la bruja por el brutal empujón de los tallos de su hija. El techo cayó sobre ella y Logró salvar a su padre, a Nitsha y a ella misma de la corrupción.

Por su parte, Edward aterrizó de espaldas en el exterior y Nitsha sobre él. Agnes, Octavio y Moy se apresuraron para ayudarlo a incorporar. Agnes tomó a la bruja en brazos.

—¡Consejera!

Sasha se dio la vuelta y corrió hacia ellos cuando vio a su hija. La tomó en brazos y la sacudió.

—¡Nitsha, Nitsha!

—¿Qué sucedió? —preguntó Octavio, ayudando a Edward.

—Ana... —El Namikane tosió—. El techo colapsó sobre ella...

—¡Nitsha, respóndeme! —Sasha lloró.

—Por favor, deténgase —dijo Agnes—, así podría hacerle más daño, puede que tenga quemaduras internas.

Los ojos de Sasha despidieron relámpagos y se incorporó enfurecida. Miró a Brand, quien sonrió satisfecho.

—¡Ana! —gritó Estela, acercándose tambaleante—. ¡Qué pasará con mi florecita!

—Todavía tiene su armadura —dijo Agnes—, su armadura interna no se rompe, ¿cierto?

Miró a Edward quien se mantuvo cabizbajo, recuperando el aliento y con las mejillas llenas de lágrimas.

—No se rompe... Y tampoco muere, pero... No significa que no sienta dolor... —Levantó los ojos desesperados al edificio—. Ahora mismo su piel debe estar ardiendo, mi pobre niña.

—¡¿Por qué le hiciste esto a nuestras hijas?! —Sasha le gritó a Brand.

—¡Monstruo! —gritó Estela—.¡¿Qué consigues haciendo esto?!

—No es personal, señoras —dijo Brand con deleite—, había un alma que necesitaba romper para poder comérmela. —Miró a Lano, quien lo contempló fulminante—. Dime, Lano, ¿ye te sientes suficientemente roto?

—No tan roto como te voy a dejar la cara, infeliz.

—No tan roto como te voy a dejar la cara, infeliz

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Mágicos Inesperados: Dorada (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora