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El interrogatorio se extendió por tres días enteros hasta que la sed comenzó a ser notada en los ojos de los más jóvenes en la sala, que resultaban ser la de su lado. Kate fue la primera en notarlo. Su gesto, endurecido en recelo, se fue suavizando lentamente a medida que transcurría el tiempo, hasta adoptar una expresión políticamente correcta de desconfianza frente a un grupo de extraños traspasando su territorio. Sus cejas, que compartían el mismo tono rubio pálido que su cabello recto como la seda de maíz sobre su pecho, se fruncieron levemente. Sus ojos, de un intenso color dorado, parpadearon con una mezcla de cautela y curiosidad. Con un gesto algo tosco en su belleza primitiva, murmuró a nadie en particular, aunque bien pudo estar diciéndoselo a ellos:

"Tienen hambre".

Tanya no la miró, sentada en medio del sofá en la sala, ocupando su lugar de líder del clan. Su pequeño rostro, enmarcado en rizos dorados, se curvó en una sonrisa. Los labios en forma de corazón dibujaron una sonrisa cortés, sus ojos dorados e inquietantemente quietos no variaron en ningún momento durante los relatos de los Cullen. Cada uno había accedido desde antes de subir a la montaña, y aún antes de cruzar la frontera, a ser transparentes hasta el punto que consideraran en la línea de lo necesario o lo cómodo.

Aún era el turno de Rosalie, quien permanecía de pie detrás de Carlisle y Esme. Rosalie, con su deslumbrante belleza de rasgos afilados y cabello dorado que caía en cascada de bucles a la altura de sus hombros simulando el estilo de la época, mantenía una expresión de orgullo; ninguno vestía para ojos humanos ese día, pero Rosalie era presa de su vanidad. Su postura era erguida, con los ojos ligeramente entrecerrados en señal de cierto recelo. Ella disfrutaba de la atención que al fin, en su mente, se le era concedida con todo derecho. Carlisle y Esme estaban sentados en una posición parecida a la de Tanya, aunque mucho más relajada a propósito, con Esme recostada en la silueta de Carlisle, sosteniendo su mano en su regazo.

Edward percibía el nerviosismo en la mente de su madre. Esme era la más tímida de todos ellos. Desde que Carlisle propuso la idea, para nada descabellada aunque evidente por su naturaleza, de que todos simularan la imagen de una familia proyectada tanto hacia el exterior como hacia el interior, Esme rara vez interactuaba con los humanos. Ella cumplía con su rol de esposa en la justa medida de lo necesario y exigido, siempre en compañía de uno de ellos, excepto la última adición a la familia, Emmett, quien prefería permanecer alejado de lo que en su mente etiquetaba como "humanos aburridos", pasando sus días cazando o encontrando formas de entretenerse. Rosalie, por otra parte, haciendo uso de su interminable necesidad por aprobación y validación, disfrutaba de la atención y del despliegue de las intrincadas claves sociales propias de la etiqueta humana, aunque en la última década su entusiasmo había disminuido hasta convertirse en tedio, y ahora se encontraba constantemente aburrida por la humanidad que tanto envidiaba.

Esme, en cambio, no se sentía cómoda rodeada de extraños. Aunque su control no era algo que le preocupara y fuera mejor que el de la mayoría, aún se sentía inquieta a su alrededor. Edward había visto en su mente lo ajena que se sentía entre ellos, como un intruso en su propio hogar. Con aquellos de su misma clase, la sensación instintiva de protección aumentaba debido a su forma pasional de sentir las cosas. Esto la había llevado a pensar que dejaba de actuar como ella misma y no le agradaba la sensación de perderse a sí misma, aunque un día lo había anhelado, eso fue antes de comenzar su vida junto a Carlisle.

Emmett, como sintiendo la tensión en Esme, le dio una mirada, algo que, Edward notó, le procuró un esfuerzo inhumano. Emmett sopesó en su mente el acercarse a su madre y posar una de sus grandes manos en su pequeño hombro en comparación, pero lo desestimó con una mirada de regreso al cuarto. Se enderezó aún más, con el cuerpo robusto tenso, luchando con la atracción magnética que llamaba sus ojos a permanecer solo en un punto de la sala, hambriento por atención insaciable. Emmett parpadeaba cada cierto período de tiempo, dos veces muy rápidas, no por costumbre, sino por necesidad. Cada vez que el cuarto comenzaba a volverse borroso en su vista periférica, parpadeaba.

Untamed Animals | Emmett cullen. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora