SU TRASERO Y MI SALIVA

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24 de marzo de 2022

—Necesitas un mecenas, Ara Rojo —, grito en silencio mientras termino de leer la interminable lista de documentos que mi jefa me exige entregar antes de las tres de la tarde.

Bueno, técnicamente lo hizo como si fuera una orden militar. Tiro una hoja de mi bloc de notas con fuerza, o al menos lo intento, hacia la papelera que se encuentra al otro lado de la oficina de mi jefa, a unos pocos metros, o tal vez kilómetros.

—¡Y encesto! —susurro efusivamente.

Contemplo el gran reloj de metal recién instalado entre el ascensor y la puerta que conduce a nuestra área de descanso, mientras mi paciencia se agota por completo. Muerdo mis uñas, tanto las naturales como las postizas. Mi estómago ruge como un león hambriento, mi cabello parece estar conspirando para escapar de mi cabeza, la faja me oprime como si fuera una serpiente con problemas de espacio, tengo una urgencia de ir al baño que podría considerarse una emergencia nacional, mis glúteos sudan como si estuvieran en una maratón y mi motivación para continuar trabajando se quedó en casa hace más de un mes, o quizás años.

«Amas tu trabajo. Quieres tu trabajo. Necesitas este trabajo», me repito mientras apoyo mi rostro contra el escritorio de metal, disfrutando de la frescura que me proporciona.

«Existen cuentas por pagar, un perro que necesita alimentarse. No eres tan bonita como para ser una modelo de redes sociales, ni tan joven como para un «sugar daddy». No eres lo bastante atrevida para iniciar un «Only Fans» y tus pies no son lo suficientemente atractivos como para vender fotografías de ellos en línea. Así que, lo único que te queda es soportar a la odiada jefa y trabajar como una mula hasta que te jubiles en muchos, muchos años o hasta que un autobús te atropelle mientras estás distraída por la calle cumpliendo uno de los encargos habituales de la arpía, o incluso que ella desaparezca misteriosamente para que tu vida sea un poco menos infernal».

«Rezo por eso lo último», suspiro en forma resignada.

Repito estas palabras como un mantra interno hasta autoconvencerme, si es que eso ocurre. Respiro profundamente varias veces y, tras tomar varios sorbos de café, la ansiedad y el estrés disminuyen lo suficiente como para relajarme.

La verdad es que no, detesto mi trabajo y prácticamente todo lo relacionado con él. Odio lo que me he convertido desde que entré en esta empresa y todas las enfermedades que me ha causado.

Así son mis días desde que empecé a trabajar aquí, e incluso podría decir que desde que dejé Haven para venir a Montive. Lo elegí en lugar de mudarme a Mortwood. Todos mis verdaderos amigos lo saben: hablo sola, soy despistada con lo que sucede a mi alrededor y dejo las cosas importantes para el último minuto. Fingiría que es por la adrenalina y que así puedo resolver las situaciones de manera más efectiva, pero según mi brillante psicóloga, lo único que hago es llevar mi vida en picada procrastinando todo lo que me rodea.

Su frase favorita desde que nos conocemos suele ser:

—Estás demasiado acostumbrada al caos.

Aunque también le gusta decir:

—Extrañas los problemas diarios que tenías en tu vida pasada y desesperadamente buscas, incluso saboteándote a ti misma, traer todo eso a esta nueva vida.

Y hoy no es la excepción, porque además siento que se me está olvidando algo.

Observo mi reflejo en la pantalla de la computadora frente a mí, examinando detenidamente los anillos de compromiso y matrimonio que todavía llevo puestos, aunque en los dedos equivocados. El reflejo imita mis movimientos. Estiro los brazos por encima de mi cabeza hasta que mi espalda hace un sonido como si fuera un trueno. Me quedo en trance por un momento, tratando de recordar lo que tenía que hacer, pero ahora recuerdo que no quiero hacerlo. Esos anillos son lo único que aún me ata a él, y no quiero terminar vendiéndolos en una casa de empeño por dinero que gastaré en algo más que pagar las cuentas, solo para castigarme por haberlos vendido. Y mientras mi mirada se pierde en el techo, lo único que puedo recordar es la expresión que tenía en su rostro aquel día: fría y vacía mientras me arrojaba por el tejado, aunque yo solo podía sentir paz.

AL LÍMITE DE TI: ARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora