SECRETOS ENMASCARADOS

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Ara.

—Creo que toda la vida se basa en comprar y vender de todo. —Sonrío ante la tontería que acabo de decir en respuesta a una simple pregunta sobre mi pasado.

Todo va bien en la entrevista hasta que, de repente, mi mente se llena de recuerdos, tanto felices como aterradores, de mi pasado, invadiendo cada recuerdo implantado por el programa de protección a testigos para mi seguridad.

La mujer, bastante joven a mi parecer, me observa con una sonrisa cálida y ojos enormes en espera de mi respuesta sincera.

De repente, siento como si mis pies se hubieran congelado en su lugar. No sé cómo reaccionar, qué decir o qué hacer, y mucho menos cuando mi mirada baja a mi mano izquierda, donde llevo los anillos que él me dio en mi dedo anular. Mis ojos se encuentran con los de la chica, y ella hace lo mismo un par de veces antes de anotar algo en su libreta, como si fuera una psicóloga.

—Son los anillos de mi madre. Lo único que pude conservar antes de que el banco se llevara todo después de su fallecimiento. De ambos. —Recito el discurso que tengo ensayado hasta la saciedad.

«Para mentir convincentemente, hay que mezclar pequeños detalles de verdad», recuerdo los entrenamientos.

—Lo siento mucho, Ara, pero creo que por hoy hemos terminado. Haremos una excepción contigo y te citaremos para una segunda entrevista, siempre y cuando el jefe te seleccione para avanzar a la ronda final.

«La ronda final», repite mi mente. «Ni siquiera Nick Fury puso a los Vengadores a través de tantas pruebas para que formaran parte de su equipo».

Sin embargo, aunque suene pretencioso, siento en lo más profundo de mi ser que si logro superar todas las pruebas de este concurso, sería capaz de trabajar incluso para el presidente de Mortwood.

Tamborileo mis dedos sobre la mesa de madera frente a mí, mientras espero a la persona encargada de prepararme para lo que viene. Nunca imaginé pasar a la segunda ronda después del desastre de la entrevista. Podría haberlo hecho mejor, eso está claro.

No tengo ni idea de lo que me espera afuera después de la primera entrevista. ¿Habré pasado a la siguiente fase o fue solo un calentamiento? Pero ahora me abruma la entrada y salida de estilistas que me miden, apachurran y me toquetean como si fuera un filete de carne a punto de marinar. Y cada vez que intentan domar mi melena, me jalan el pelo como si fuera una cuerda de guitarra desafinada.

«Mira, con amor funciona», intento decir, pero mejor decido guardar silencio.

«¡Zas!»

Aprieto los dientes mientras una de las asistentes del estilista Greg, una mujer con el pelo azul y un tatuaje llamativo en el hombro derecho, me arranca un pedazo de ceja con una tira de tela, según ellos para darle forma correctamente, aunque casi no tengo cejas.

—No entiendo por qué es necesario todo esto si voy a llevar una máscara —exclamo con más frustración de la necesaria.

—Lo siento —canturrea sin mirarme y luego agrega—: Pero este es el último, ¿estás lista?

Me agarro como puedo a los bordes de la mesa frente a mí y asiento con la cabeza. Ella arranca con un doloroso tirón la última tira, esta vez de mi párpado superior, y siento como si me hubiera llevado parte de mi ojo, aunque sé que es imposible o al menos eso espero. Aun así, no puedo evitar llevar mi mano a mi rostro para comprobar que sigue ahí intacto.

Han pasado más de dos horas en el proceso de «restauración», y aún no he tenido la oportunidad de conocer al estilista a cargo. Parece que no está interesado en verme hasta que su equipo de preparación haya solucionado algunos problemas «obvios», según ellos. Esto incluye depilarme de pies a cabeza, restregarme el cuerpo con sales de baño para exfoliar cada poro de mi ser, humectar hasta brillar como un espejo, dar forma a mis uñas y controlar mi cabello.

Oficialmente, me siento como un pato desplumado listo para ser asado. Eso es lo que pensaba hasta que me veo envuelta en cuero negro que resalta las pocas curvas que me quedan después de años de trabajar sentada. Me colocan unos senos «divorciados» a una altura juvenil, y de repente me convierto en Gatúbela por una noche.

 Me colocan unos senos «divorciados» a una altura juvenil, y de repente me convierto en Gatúbela por una noche

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