Se dice que los golpes de suerte llegan cuando menos te los esperas y que, cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Para Oizawa Nami, ese golpe de suerte era más necesario que nunca en aquellos minutos pues se preparaba para abrir la carta que le informaría los resultados de las pruebas de ingreso a la milicia. Estaba apunto de saber si se convertiría en soldado.
—¡Abre la maldita carta! —exclamó su madre, irrumpiendo en la habitación junto a su padre—. ¿No ves lo nerviosos que nos tienes? Estamos intentando ser buenos padres y darte tu espacio, pero por favor, ten piedad de nosotros y ábrela de una vez.
Nami cerró los ojos y suspiró.
—¿Y si no quedo otra vez? —dijo, con angustia—. Mi desempeño en las pruebas no fue tan bueno y en las pruebas físicas estuve en los últimos lugares. Era difícil destacar mamá, la personas que estaban allí eran excepcionales.
Sus padres intercambiaron una mirada de entendimiento y su madre se acercó para abrazarla.
—No necesitas dar explicaciones —dijo su madre, reconfortante—. Confiamos en ti, cariño. Además, dicen que la tercera es la vencida, ¿no? Vamos, abre esa carta.
Esas palabras fueron el empujón que necesitaba. Con manos temblorosas, Nami rasgó el sobre y extrajo los resultados.
[...]
La graduación ya había comenzado y ella no estaba allí.
No podía creerlo.
—¡Date prisa, Oizawa, ya casi llegamos! —gritó Kafka, corriendo a su lado.
Mejor dicho, ellos no estaban allí. Hibino Kafka y Oizawa Nami viajaban en el mismo bus hacia la ceremonia cuando el tráfico los atrapó. Más tarde, al llegar al edificio de la milicia, se encontraron con que el ascensor estaba descompuesto y tuvieron que subir corriendo por las escaleras de emergencia hasta la octava planta, donde se estaba desarrollando la ceremonia. Parecía una mala broma, pero en realidad, toda la situación lo era, considerando que ambos habían sido los últimos en las pruebas físicas.
—No puedo creer mi mala suerte —jadeó Nami, luchando por recuperar el aliento.
Minutos después, llegaron a la puerta del salón. Nami escuchó la voz de la capitana presidiendo la ceremonia. Le apenaba interrumpirla pero no tuvo tiempo para ahondar en su verguenza. Kafka abrió la puerta sin contemplaciones exponiéndolos ante todos.
—Con permisito —dijo Kafka, haciendo un gesto de disculpa. Nami se deslizó tras él.
Los murmullos comenzaron de inmediato. Trató de ignorar los comentarios que cuestionaban su presencia pero no los juzgaba, ella misma había pensado lo mismo. Sin embargo, ahí estaba, junto a todos ellos.
Así que decidió concentrarse en la ceremonia.
La capitana Ashiro y el vicecapitán Hoshina estaban en el escenario. Este último parecía estar divirtiéndose, especialmente con Kafka, quien se había convertido en su bufón personal.
¿Habría alcanzado a verla a ella también? Sus mejillas enrojecieron de vergüenza al solo pensarlo.
Horas más tarde, la ceremonia terminó y todos se retiraron a sus habitaciones.
Oficialmente eran soldados.
[...]
Kana Matsumoto era el nombre de la compañera de cuarto de Nami.
Al principio, estaba nerviosa con Kana pues le intimidaba un poco. La chica era alta, de rasgos duros y destilaba una seguridad abrasadora. Sin embargo, resultó ser risueña y con mucho sentido del humor. No les tomó mucho tiempo congeniar y compartir sus aspiraciones. Kana quería llegar a ser capitana y estaba decidida a ser una de las mejores soldados del escuadrón. Nami no dudaba de su éxito; después de Shinomiya, era la persona que había logrado los mejores resultados en las pruebas de ingreso. Seguramente, escalaría rápidamente en la milicia.
—¿Y tú, Oizawa? —Matsumoto se inclinó, ansiosa por conocer su perspectiva—. ¿Qué esperas de todo esto? ¿A dónde apuntas?
—Lo único que quiero es volverme más fuerte para proteger a la gente —su voz se tornó tímida de repente, sabía que tenía mucho que mejorar—. No me interesa ascender en la milicia.
Kana arqueó una ceja, intrigada, y luego rió.
—Bueno, si es así, ¡puedes formar parte de mi equipo cuando me convierta en capitana!
Nami asintió, sonriendo ante la idea.
[...]
El entrenamiento para los nuevos soldados inicio temprano en la mañana. Comenzaron con diez vueltas al campo como calentamiento y luego se enfocaron en la puntería y la velocidad con los discos de señalamiento. La mayoría mostró mejoras desde las pruebas de acceso, incluida Nami, sin embargo, sus tiempos y habilidades de combate aún eran inferiores a los de sus compañeros.
—¡AAAGH, sé que podemos hacerlo mejor, Oizawa! —vociferó Kafka cuando la vio volver desanimada al grupo después de su prueba de discos—. ¡Ya verás! ¡Antes de que te des cuenta, seremos de los mejores soldados de la división!
Nami terminó su prueba de puntería en 3:30 minutos. No era malo, pero estaba lejos de ser bueno. Si no mejoraba pronto, sería un lastre para sus compañeros en una batalla real.
Suspiró y se dejó caer en un banco, entre Kana y Reno.
—El viejo tiene razón —dijo Kana, pasando un brazo por los hombros de Nami—. Aunque solo a medias, porque tú tienes más posibilidades de mejorar que él.
—¡Oye! ¡Te he escuchado! —reclamó Kafka indignado—. Además, no soy viejo, soy un adulto "joven" y aún estoy en mis años mozos.
—Hibino, no está mal envejecer con dignidad. —bromeó Kana.
—¡Que no estoy viejo! ¡Seguro solo soy un par de años mayor que tú!
—¿Me estás diciendo vieja?
La discusión entre Kana y Kafka se intensificó en un alboroto sin sentido. Reno y Nami se miraron con mutua compasión.
—Vaya, debo admitir que me sorprende que su ánimo no haya menguado después del primer entrenamiento— comentó alguien detrás de ellos.
La piel de Nami se erizó al reconocer la voz.
—¡Vicecapitán! —todos se enderezaron de inmediato, bajando la cabeza.
—Hoy me han sorprendido —dijo el vicecapitán, con las manos en los bolsillos—. Tienen una voluntad inquebrantable. Sin embargo, la voluntad no es suficiente para permanecer aquí. Deben alcanzar un alto nivel de combate rápidamente, o de lo contrario, tendrán que marcharse a casa.
Todos entendieron a quiénes se dirigía ese mensaje.
—¡No lo decepcionaré, señor! —proclamó Kafka a todo pulmón.
El Vicecapitán asintió con una sonrisa, para luego permanecer en silencio. Pasó el peso de un pie a otro.
—Oizawa —llamó finalmente.
Nami, quien quedaba oculta tras Kafka debido a su baja estatura dio un paso al costado para lograr ser vista por el Vicecapitán. Se dio cuenta de su error al instante.
—Señor —dijo, intentando mantener la firmeza en su voz—. Prometo dar lo mejor de mí y no decepcionarlo.
La expresión del Vicecapitán no cambió. Sin embargo, a Nami le pareció que su sonrisa se amplió un poco.
—Bien, vuelvan a la base, tomen un baño y descansen —dijo con su habitual tono relajado—. Mañana será mucho peor.
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Insubordinación
Romance¿Vale la pena arriesgar tu carrera como soldado por un affaire con un superior? ¿Sin importar las consecuencias que tenga? ¿Aunque él te rompa el corazón? Hoshina x OC