3. Corazón de soldado

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Los entrenamientos de la tercera división se habían intensificado en los últimos días debido a las constantes apariciones de kaijus en Yokohama. Hasta el momento, no habían sido convocados al combate, ya que las criaturas avistadas eran de bajo nivel y habían sido neutralizadas con facilidad por otras unidades locales. Sin embargo, sabían que, tarde o temprano su apoyo sería requerido por lo que entrenaban sin parar.

Pasaron semanas de este modo, hasta que una noche su sueño fue interrumpido por el aviso de la aparición de un kaiju principal en el centro de Sagamihara. Sin demora, se alistaron y partieron hacia el distrito Eiko, la zona que se les había asignado para combatir. Una vez allí, el Vicecapitán los reunió en la azotea de un viejo edificio, donde tenían visibilidad completa del kaiju principal, el cual era tan grande como un rascacielos.

—¿Nerviosos? —preguntó Hoshina en tono divertido al ver los rostros conmocionados de sus subalternos—. No se preocupen por el grandote, la Capitana Ashiro se encargará de él. Nuestro objetivo es eliminar a los kaijus residuales y asegurar que no escapen del distrito.

A continuación, entregó los detalles de la misión y la estrategia a seguir.

—Por último, no duden en pedir ayuda si se ven en aprietos —enfatizó de espaldas, mientras subía a la cornisa—. Usen el intercomunicador. ¿Entendido?

Un "sí" general resonó en el aire y el vicecapitán Hoshina dio la indicación para que se dispersaran.

Todos saltaron del edificio.

Casi todos.

—¿Necesitas un empujoncito? —dijo Kana, colocando ambas manos sobre los hombros de su compañera con una sonrisa maliciosa.

—No te burles, Kana —dijo Nami en tono serio, tratando de respirar pausadamente—. Solo dame unos segundos.

—Ay, mi querida Nami, ¡no te preocupes! —dijo Kana abrazándola de manera juguetona —. ¡Lo harás bien! Además, vas conmigo, tienes el éxito asegurado.

Las palabras de Kana la tranquilizaban, pero no eliminaban por completo su inquietud. Nami solía preguntarse cómo podían coexistir dentro de ella sentimientos tan contradictorios: el ardiente deseo de convertirse en soldado y, al mismo tiempo, el miedo constante a fracasar como uno.

Pocos lo comprenderían; era una batalla silenciosa, la que esperaba disimular muy bien. Pero a veces, como en ese momento, salía a flote.

Y es que la ansiedad había sido su mayor obstáculo para entrar a la milicia, haciéndola fallar repetidamente en los exámenes de ingreso a pesar de su preparación y esfuerzo.

No quería arruinarlo de nuevo.

Nami cerró los ojos, respiró hondo y obligó a sus pies a avanzar hacia la cornisa. El viento helado se deslizaba cual filo de navaja sobre su rostro.

—Bien —dijo, acercando su arma al pecho—. Vamos.

—¡Así me gusta! —dijo Kana, dándole una palmadita y saltando de la cornisa—. ¡Estoy segura de que lo harás bien y enorgullecerás al guapetón de nuestro Vicecapitán!

Nami quedó perpleja por unos segundos y luego negó con la cabeza, divertida.

—¡Ya te he dicho que no me molestes con él! —gritó, saltando tras ella.

                                        [...]

En el camino abatieron a varios kaijus residuales sin problemas, moviéndose con eficacia y coordinación. Al pasar por las calles, vieron a algunos de sus compañeros batallando: Reno, Shinomiya y Kafka, todos enfrascados en intensos combates pero aparentemente manteniendo la situación bajo control. Al cruzar miradas con ellos, estos les hicieron un gesto con la mano en señal de ánimo antes de volver a concentrarse en sus propios enfrentamientos.

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