—¿Cuál es la situación? —preguntó Abel a sus hombres, su voz resonó con autoridad entre las paredes del improvisado salón de guerra ubicado en el club naval del complejo palaciego de Eridor. Una treintena de nobles, vestidos con armaduras de kevlar, escuchaban atentos. Estas armaduras, resistentes y ligeras, protegían los órganos vitales de los erios sin reducir su movilidad. Abel, agachado sobre los planos, estudiaba en detalle el trazado urbano de la ciudad de Eridor, mientras deslizaba su índice derecho por la planimetría y discutía las opciones de evacuación y los edificios estratégicos para la defensa ante un inminente ataque de Kuntur.
La tensión podía respirarse en el lugar. Los nobles más jóvenes no dejaban de recorrer con la vista los candelabros de oro y cristal que colgaban del techo, los muebles de terciopelo rojo, las molduras geométricas y esculturas en alto relieve que decoraban las paredes y el techo del salón, que semanas antes era utilizado para banquetes y fiestas de lujo. «Es cuestión de horas que encuentren este lugar», pensaba Abel, consciente del peligro.
Todos los otros edificios públicos eran custodiados por los soldados de Tirio, quienes no permitían el ingreso de civiles. Los Santos habían ordenado el toque de queda en la ciudad, el cual impedía el libre tránsito y reunión de todos los habitantes de Eridor, amparados por la declaración del estado de emergencia del emperador Neus en el sur del continente de Hamman. En las últimas horas, los Santos habían empezado a utilizar la fuerza para desalojar los edificios residenciales y, en cada redada, separaban a los adultos capaces de portar un arma de los niños y ancianos durante la leva.
«Nadie en el continente esperaba que Kuntur se rehusara a deponer las armas, menos aún que resistiera el primer ataque del imperio», reflexionaba Abel, hilvanando los acontecimientos que los habían empujado hasta la necesidad de intervenir usando los dones de su sangre. Según informaban los voceros del imperio, las fuerzas de Kuntur marchaban hacia Eridor con un gran ejército en busca del resto de la flota militar del emperador, para aniquilarla. Tirio nunca huiría, por lo que tenía previsto resistir en Eridor haciendo uso de toda su fuerza. Había iniciado la guerra que tanto temían en el continente.
—¿Cuál es la situación de los civiles capturados por el ejército de Valkram? —preguntó Abel a sus hombres. Isaac, el líder de la policía, realizó un saludo marcial y tomó la palabra para informar su situación.
—Valkram, el general de los santos, ha obligado a los ciudadanos a formar una línea de defensa —comenzó Isaac, su rostro reflejó la gravedad de la situación—. Afirma que Kuntur llegará en no más de cuatro horas y ha reunido a unos trescientos civiles, la mayoría de ellos desprovistos o de herencia mixta. Hemos identificado a otros noventa dotados entre ellos. Coordinados, podemos lanzar un contraataque rápido y liberar a la población de los abusos de Tirio. Las redadas en los edificios continúan y separan a más familias cada minuto. Estamos a la espera de tus órdenes, Abel.
Abel procesó la información, sus ojos entrecerrados en concentración evaluaban los riesgos de intervenir militarmente. Serían ciento veinte de sus hombres contra trescientos Santos de Tirio, sin contar sus naves y armas.
—¿Cuál es la situación en los laboratorios? ¿Han respetado su intangibilidad? —preguntó Abel.
—Los laboratorios están en peligro —respondió Tebras rápidamente, el ministro de infraestructura de Eridor—. Las puertas están selladas como lo ordenaste, pero los hombres de Valkram están amenazando con forzar su apertura para liberar al príncipe Zethiuslav, a pesar de que no tenemos confirmación de su presencia allí.
Abel sintió el peso de las decisiones sobre sus hombros. Su próximo movimiento podría marcar una diferencia insalvable en las relaciones diplomáticas con Tirio si no era ejecutado con suma cautela. Abel debía a toda costa evitar ser acusado de traición, pero no podía permitir el uso militar de los civiles en Erio. Los tratados de no violencia ante su reino no militarizado debían respetarse aún ante un estado de emergencia decretado por el emperador. Tomó una respiración profunda antes de hablar.
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Sobre todas las cosas INCOMPLETAS©
Science FictionUn príncipe guarda un secreto en la sangre con el cual intenta proteger su reino de una invasión inminente. El tercer hijo del emperador se esfuerza por salvar a su sobrino, el heredero del imperio, de la manipulación política. Un grupo de científic...