Capítulo 6.1: En la sombra que proyecta la tarde

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—Espera, por favor, no encuentro la Corona —dijo Zethiuslav mientras lanzaba todo por el aire. Se arrodilló en el suelo, metió los brazos en el espacio que dejan los muebles, buscó en cada rendija, cerró y abrió armarios, caminó sin descanso de un lado a otro entre la antesala y la cabina de la nave, repitiendo todo otra vez, sin poder encontrar el símbolo de su autoridad extraviado.

«Debí despertarlo antes», pensó Gerhard frunciendo el entrecejo al observar cómo Zeta mostraba signos de ansiedad y descontrol que nunca había permitido que se vieran en público. «Está nervioso por la presencia de los soldados y la comitiva que ha venido a recibirnos», reflexionó cuando terminó de acomodar el cabello de Kheled y luego limpió el rostro del niño cubierto de chocolate con una toalla húmeda. Los dulces fueron una excelente estrategia con la que terminó de ganarse su confianza.

Kheled disfrutó a grandes mordiscos el último marshmallow y observó a Gerhard de costado. Tenía el cabello castaño oscuro y unos hermosos ojos verdes ligeramente rasgados.

—Pero qué niño más bonito —dijo Gerhard cuando acabó de asearlo y se agachó a su lado para que Kheled pudiera subirse a sus hombros—. Te prometo que tengo más chocolate en casa —le dijo y Kheled se aferró a su cuello; llevaba la casaca de Gerhard encima que lo cubría casi por completo.

Estela-00 aterrizó minutos antes en el helipuerto del Nido, dentro del hangar de los Bauer. La nave descendió con una precisión milimétrica, utilizando su sistema de estabilización giroscópica y propulsores de plasma ajustables. El personal del hangar, incluyendo asistentes de vuelo, ingenieros y técnicos, dejó sus estaciones para presenciar el asombroso descenso. La nave, impulsada por un reactor de fusión nuclear, había cruzado el continente de sur a norte en menos de veinte horas, prescindiendo completamente del energeum. El silencio del aterrizaje, logrado gracias a los amortiguadores de vibración y la supresión de ruido aerodinámico, dejó atónitos a los observadores.

—Zethiuslav, tu desorden nos meterá en más problemas que tus ideas —dijo Gerhard mientras colocaba suavemente la delgada Corona dorada en la cabeza de Zeta—. Sal primero y sé un príncipe encantador para todos —añadió, confiando en que la poca luz del área de aterrizaje cubriera su aspecto desaliñado.

Zethiuslav se levantó del suelo, sacudió el polvo de sus pantalones, se ató la cinta dorada, símbolo de su rango como tercer heredero divino de Hamman, en la cintura y fnalmente se soltó la coleta del cabello e intentó peinarse un poco con los dedos.

—¿Qué tal me veo, Gerd?

A un paso de Zeta, Gerhard notó sus ojos hinchados y enrojecidos por las lágrimas, su aliento a licor y las arrugas en su camisa. Le acomodó el cabello detrás de las orejas dobló el cuello de su camisa y cerró el cierre de su casaca de aviador para tranquilizarlo. Zethiuslav sonrió ligeramente y, ante el silencio de su compañero, comprendió lo mal que podía verse.

Todo el personal del hangar había rodeado el helipuerto, y podía escucharse el barullo de impaciencia afuera de la nave. No solo el personal del Nido estaba a la expectativa; era todo el conglomerado de Felgrie y el continente que seguía las noticias del aterrizaje de Zethiuslav. La prensa nacional había rodeado los exteriores del Nido, buscando una abertura para lograr cualquier fotografía. Solo el canal oficial del conglomerado había sido autorizado a ingresar y cubrir la noticia. Todo esto ocurría en medio de las tensas relaciones diplomáticas entre Felgrie y Tirio. 

Zethiuslav miró a la multitud a través de la pantalla de la nave y calculó unas setenta personas. Había planeado que sería un descenso discreto. «Abel debe haber comunicado mi llegada, como lo previmos ante una emergencia», pensó con tristeza. Respiró profundamente, irguió su figura, alzó el rostro y, finalmente, con un comando de voz, aperturó la compuerta. Los vítores del exterior no se hicieron esperar. Una fuerte ráfaga de viento cálido se filtró a la nave y el flash de fotografías y reflectores enceguecieron su mirada. Zeta, con una cálida sonrisa, dio un paso adelante fuera de la nave y saludó al público antes de iniciar su descenso por la escalinata. Luego siguió la ruta que habían acordonado para él hacia un pequeño estrado en el que pudo distinguir a Frederick, el patriarca de la familia Bauer, y al general de la infantería. Del otro lado observó un elegante automóvil en el que posiblemente sería transportado. En los aproximados veinte metros de recorrido, Zeta pudo distinguir la presencia de militares que custodiaban su descenso y a la prensa, provocando un retorcijón en su estómago; sin duda su padre y hermanos podrían estar observándolo en ese momento.

Sobre todas las cosas INCOMPLETAS©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora