CAPITULO VI

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Mis padres. No tengo una relación muy buena con ellos ¿Por qué? Es una historia complicada.

Ahora estamos aquí, en casa de la abuela, cenando como una familia. Pero no somos una familia normal. No sé si podríamos llamarnos «familia».

— Me recuerdas tu nombre—dice mi padre.

— Micah. Me llamo Micah.

— Michael-dice despacio—, ¿Qué haces en casa de mi madre? —lo interroga.

En su cara se puede ver el desprecio que tiene hacia él.

— Es Micah, y me quedo aquí. Me quedo en una de las habitaciones—replica. Su voz sale suave, me atrevería a decir que tomándose su tiempo para pronunciar cada palabra.

— Micah es hijo de una antigua amiga—, interviene mi abuela, mirando a Micah a los ojos, como si intentara decirle algo—. Come, vamos.

El silencio se alarga extendiéndose en el aire. Los cubiertos contra los platos son lo único que se empieza a escuchar.

Me concentro solo en comer mi plato, con la cabeza gacha para evitar mirar a cualquiera de la mesa. Siento mi pierna moviéndose de arriba abajo con más intensidad mientras pasa el tiempo. El tic tac del reloj de pared de la casa me inunda los oídos, el palpiteo de mi corazón se empieza a mezclar con él. Siento como golpea mi pecho cada vez más fuerte.

Respira. Ya pasará.

No. Esto solo es el comienzo.

Me quiero ir, quiero levantarme e irme de aquí. No quiero estar aquí, no ahora. No así.

— ¿Alora?—el susurro de Micah me saca de lo profundo de mi mente—. ¿Estás bien?

Sus ojos me escudriñan, no los aparta de mí. Sus ojos llenos de preocupación evidente llegan a los míos, los míos que son tan sensibles como las alas de una mariposa. Mis ojos que arden cuando no los aparta y comienzan a humedecerse cada vez más. Intento responder, pero tengo un nudo de astillas en mi garganta.

— S...si—al fin logro decir. Sale con una especie de hilo de voz que digo por lo bajo, solo para que él lo escuche.

— ¿Algo que decir? —mi padre alza la voz al notar que nos hablábamos por lo bajo.

— Déjala. Al fin encontró quien la aguante—le dice mi madre.

Mi abuela deja su plato para clavar su vista en ella en cuanto termina de decirlo.

Mi cara me arde aún más que mis ojos cuando lo escucho. Lo entiendo, supongo que nunca nos llevamos del todo bien, si podría decirse así.

Bajo la mirada. No quiero que vea mis lágrimas. No voy a permitir, ni quiero que ninguno las vea.

La silla. A mi lado suena cuando se acerca más a mí.

— ¿Por qué mientes? Puedo ver qué no estás bien—me susurra al oído—. Quieres irte ¿No? —quedamos cara a cara cuando volteo a mirarlo.

Sus ojos marrones como el chocolate, no, como el café cargado. Cargado de preocupación, pero también llenos de un brillo que no sabría explicar jamás.

Mi respiración se siente pesada, mi boca entreabierta y sus ojos en los míos. Era como si solo estuviéramos los dos en ese momento.

Pero no era así.

— Ahg, se me quito el apetito. Bueno, si a esto se le puede llamar comida claro está-dice mi madre y luego de hacer una pausa, y evitar los ojos rabiosos de mi abuela dice: —. Niño, te recomiendo que te busques algo que valga la pena. Cosa que claro, no encontrarás en ella.

Todas las lágrimas que derraméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora