El matrimonio es un pacto socioeconómico.
Lucille Baxter lo supo desde que fue vendida a los doce años para casarse con un hombre que le triplicaba la edad.
Ahora él murió, y Lucille se enfrentará a una vida de viuda, la venta de su hogar, y a un ta...
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"𝙽𝚘 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚘 𝚕𝚎𝚎𝚛 𝚝𝚞 𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎"
VI
"Say Yes To Heaven"
- Wildest Dreams
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A Lucille le encantaban los juegos, bastante, a decir verdad. Se consideraba una mujer muy competitiva, pero el simple hecho de haber retado a lord Bridgerton... la consternaba. Más le consternaba aquella visita a fugaz que hizo, llevándole gardenias, gardenias blancas. Admitía que las flores le gustaban, aunque jamás en su vida había recibido unas. Esa fue la primera vez en la que Lucille recibió un ramo de flores, y no uno cualquiera, uno demasiado hermoso, sin embargo, ni eso era suficiente para hacerla bajar de guardia frente a lord Bridgerton, quien se empeñaba en encontrar todas las maneras posibles para conseguir su casa. Lucille debía de admitirlo, tal vez en otras circunstancias, ella jamás habría tratado con tal desdén a un hombre con un atractivo singular, porte elegante y un título mayor al de su fallecido esposo.
Quizás si su malnacido esposo no hubiera sido tan desagradable y hubiese dejado dinero, además de confirmar a Louis como el heredero de sus bienes, ella no se hubiera visto en la amarga tarea de tratar con tal desdén a Anthony Bridgerton, pues por culpa de Helmut, su propiedad estaría siendo vendida dentro de poco, y lord Bridgerton podría sacarla de ahí en cuanto pagara la exorbitante suma de dinero. Lucille no podía negarlo, parecía una persona buena, aún con su temeraria insistencia y talante altanero. Pero no podía darse el lujo de tratar a Anthony Bridgerton de una manera que él pensara que había bajado la guardia. Así que en cuanto subió por las escaleras de su hogar, no se giró en ningún momento, se había burlado de lord Bridgerton, y que bien se sentía eso, pero no continuaría con aquel juego, a menos que él decidiera seguir. Y aunque su reacción odiosa, la hacía her como una amargada, la verdad era que la propia vida que había vivido le apagó las sonrisas y el brillo en los ojos al simplemente existir.
