Había algo en la clase de Química que estimulaba todos los pensamientos de mi cabeza y hacía que se me disparasen a la vez. Quizá fuera una mezcla entre lo aburrida que era la asignatura, el profesor monótono y la silla fría. Me pregunté si habría una ecuación química para ello. Estos tres factores combinados daban lugar a un cerebro medio derretido. No, ese no era el término adecuado. El cerebro no se me cansaba: se me llenaba de cosas y daba vueltas y vueltas, todo a la vez. Un cerebro hiperactivo. Un cerebro que me impedía concentrarme en las perezosas palabras que salían de la boca del señor Ortega. ¿Serían sus palabras más lentas de lo normal?
Alguna vez he llegado a plantearme que pasaría si cojo, me levanto en mitad de la clase, grito, le pego un bofetón al profesor, vuelvo alguna mesa y me voy como si nada. Eso si sería divertido. Pero por lo visto me va a tocar controlarme y aguantar este tostón de clase.
Aquel día, entre todos los pensamientos normales y las palabras que ya no podía escribir en un cuaderno, tenía la canción que había aprendido a tocar con la guitarra el día anterior dándome vueltas en la cabeza. Era una canción que me torturaba, me encantaba y la odiaba a la vez. Me encantaba porque era genial, la clase de canción que me hacía querer escribir una igual de buena. La odiaba porque era genial, la clase de canción que sabía que nunca podría escribir una igual de buena. Y seguía pensando en aquel concurso.
¿Cómo iba a ganarlo? ¿Cómo iba siquiera a participar? Mi lápiz se cernió sobre mi hoja de papel, la única hoja que el señor Ortega aceptaba. Si pudiera escribir la canción se me iría de la cabeza y así podría concentrarme en la clase. Aquella hoja tenía que llegar a las manos del señor Ortega en exactamente cuarenta y cinco minutos. ¿Cuarenta y cinco minutos? esa clase no acababa nunca. Pero ¿de qué estaba hablando? Hierro. Algo sobre las propiedades del hierro. Escribí la palabra ''hierro'' en la hoja.
Entonces, como si mi lápiz tuviera vida propia, se movió por la mesa de contrachapado y anotó las palabras que sonaban en mi cabeza.
Well, come and get it now
Come and get it now
Baby, show me what you're doing
Come and turn around
'Cause it's not just a figure of speech
You got me down on my knees
It's getting harder to breathe out
We only met each other just the other day
But you already got me feeling some type of way
Now, if I could figure it out
I'd take you back to my house
So we could meddle about...Añadí un pequeño dibujo que rozaba el texto, ya solo quedaban cuarenta y tres minutos de clase, dios, que pereza, voy a morir -pensé. Empecé a buscar salidas y distracciones en las paredes de la clase pero nada parecía funcionar, solo me quedaba sobrevivir a cuarenta minutos de clase más. Pf, casi nada.
***
Estaba escribiendo en mi cuaderno mientras caminaba por el pasillo, algo que todavía no dominaba a pesar de todas las veces que lo había hecho, cuando oí las risas. Pensé que eran por mí, así que levanté la vista. No lo eran. Una chica rubia, quizá de primero, estaba en medio del pasillo con los libros bien apretados contra el pecho. Sobre su cabeza había un bate de béisbol en precario equilibrio. La perra de Enid Sinclair estaba detrás de ella con las manos a los lados, como si acabara de soltar el bate.
-Pásame la pelota -Le dijo Enid a su amiga Yoko, que estaba frente a ella y frente a la pobre chica de primero.
Yoko se la pasó y Enid se quedó pensando cómo podría alcanzar la parte superior del bate para ponerla encima. La chica parecía estar demasiado aterrorizada como para moverse.