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Confrontar a Zoro no fue fácíl. Se convirtió en una real odisea. A veces consideró muy seriamente gritarlo a todo pulmón en la mesa a la hora de la cena, almuerzo, desayuno y merienda. Y es que era increíble la manera en que el otro lo evitaba, y cuando no lo hacía se encontraba adrede en compañía de algún integrante de la tripulación. Concluyó que lo que tenía de idiota también lo tenía de terco. (aunque él era igual de insistente).

Ya que Zoro no demostraba ningún indicio de cambiar su actual rutina, claramente tendría que ingeniar un plan más sofisticado.

Algo como tomarlo con fuerza, y en contra de su voluntad, delante de los demas miembros de la tripulación mientras el espadachín se encontraba vulberable, al intentar descansar un poco con la seguridad de sus nakamas alrededor. Claramente nadie estaba preparado para un ataque de ese índole. Lo arrastró de la cubierta hasta su lugar de trabajo.

—¡¿Se puede saber que mierda quieres, eh?! —gruñó el espadachín, liberandose del agarre. Pero siendo acorralado nuevamente por el cocinero, que a sus ojos solo era una silueta negra; en consecuencia de la contraluz que entraba por la ventana, rodeada de humo casi transparente. Pudo divisar su rostro cuando el rubio se acercó más a él, generando sombra sobre su cuerpo.

—¡Vamos a hablar, marimo idiota! —gritó como si sus rostros no estuvieran a centímetros del otro. Sanji unió sus frentes y miró de cerca los ojos del peliverde en señal de confrontamiento, sin parpaderar, como si lo último determinara al perdedor. Zoro aceptó el duelo de miradas, con un atisbe de duda apenas perceptible en sus ojos.

Zoro se concentró únicamente en la pelea entre sus orbes, grises y azules. Pero no podía dejar de pensar en la corta cercanía que mantenían, envolviendo a su mente y cuerpo en un manojo de nervios. 

En un intento por agrandar la distancia, Zoro empujó su mentón hacia adentro y pegó su cuello más cerca a la pared. Ese insignificante movimento provocó que por inercia sus labios se tocaran.

Ni siquiera se había convertido en un roce, no podía considerarse un beso, y por un segundo, el moreno creyó que nunca había sucedido o que había sido tan sutil que el otro no pudo percatarse. El único ojo azul visible se ensanchó de sobremanera, entonces Zoro obtuvo la respuesta.

Retrocedió tambaleandose, con los ojos amenzando salir de sus cuencas. Sus manos, a las que cuidaba con empeño, en ese momento ocultaban parcialmente su boca, temblorosas, y enterraban sus uñas en sus mejillas con tal fuerza que trazaban líneas blancas que se transformaban en rojas mientras recorrian la piel, estirandose según la forma de sus dedos.

—Mi... M-Mi...! —tartamudeó cada vez más alto. Y por temor a llamar la atención, Zoro tapó con sus manos la boca del contrario. Apretó su agarre cuando el rubio trató inutilmente de zafarse de él, mientras continuaba refunfuñando palabras que se ahogaban en las palmas del otro.

—¡Está bien, está bien! —susurró rápido el espadachín mientras miraba a los ojos del otro —Ya lo sé... Fue el mío también.

Sanji cambio su expresión a una de completo desconcierto, y rizó su única ceja visible. Apoyó una mano sobre las morenas del otro, en señal de que liberara el agarre de manera pacífica, para después preguntar de forma tosca.

—¿Tú qué..? —.

—Ya sabes, el primer beso. —contestó con obviedad el de ojos grises.

—...Ese no fue mi primer beso. —respondió Sanji con una sonrisa burlona, mientras Zoro parpadeaba sorprendido, para después aclarar— Quise decir "Mi integridad...".

La cara de Zoro se tornó de un rojo intenso debido a la verguenza. Sanji, sorprendido por la confesión y la evidente timidez del espadachín, no pudo evitar sentirse un poco conmovido, aunque también divertido por la situación.

Vínculos - 𝒵ℴ𝒮𝒶𝓃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora