SABADO

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10 Horas

Habíamos pasado una noche espectacular. Al ver que no había camas, Ava pasó la noche en el sofá, mientras Elías y yo dormimos juntitos encima de la alfombra. Ya eran las 10 de la mañana y al no haber ninguna alarma, el sol se asomaba por una rendija de la ventana, indicándonos que había amanecido.

Comenzamos comiendo algo de fruta y luego nos sentamos cerca del lago. Finalmente, aburridos, volvimos adentro dispuestos a comer los emparedados refrigerados. Mientras acomodábamos todo en la mesa, escuchamos una troca llegar; era el dueño de la cabaña que rentábamos.

"Buenos días muchachos, ¿cómo la están pasando?", nos preguntó.

"Bien", respondimos todos.

"Les traje un poco más de comida del mercado, solo sopas instantáneas, pan y jamón para más emparedados", nos dijo amablemente.

Le agradecimos y Elías y Ava volvieron adentro, pero yo me quedé con él.

"Oiga, Don Lalo, ¿va hacia la carretera de nuevo?", le pregunté.

"Sí, claro", respondió.

"Necesito que cuando tenga señal marque a este número, es el de mi papá. Avísele dónde estoy y pásale la dirección para que sepa dónde estamos y no se preocupe", le pedí.

"Está bien, cuando tenga señal le daré tu recado", me aseguró Don Lalo.

"Muchas gracias, buen viaje", le dije mientras regresaba adentro para comer emparedados y beber café con mis amigos.

"Oigan chicos", comenté, "deberíamos buscar si hay sábanas en la cabaña. Anoche tuve frío".

"Ava: Sí, yo también, aunque la cabaña es muy pequeña, dudo que haya alguna otra habitación", dijo Ava.

"Elías: De todas formas, no perdemos nada con buscar".

Terminando de comer, comenzamos a buscar. En efecto, la cabaña no era tan grande y no encontramos nada en la parte baja. Pero de repente, Ava gritó:

"¡Aquí encontré unas escaleras!"

Corrimos hacia ella rápidamente. Era una escalera que llevaba a un desván. Era de madera, tenía mucho polvo y no parecía muy consistente; parecía que en cualquier momento se podía venir abajo.

"Decidimos subir. Olía muy mal", continué. "Encendimos un pequeño foco que apenas alumbraba. 'Elias, quédate abajo, esto ya lo he visto en películas', dijo Ava".

Entramos las dos.

"'¿Qué es ese olor?', dije, tapándome la nariz", continué. "Tal vez un animal muerto, mencionó Ava. Buscamos sábanas, pero no encontramos nada. Y algo curioso es que estaba repleto de maletas, pero muchas, en serio".

"'¿Pero por qué había tantas maletas? ¿Acaso eran del dueño de la cabaña? ¿O tal vez de todos los que pasaron una noche en esa cabaña?'".

LA OUIJA : EL JUEGO PROHIBIDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora