Prefacio

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«Los monstruos son reales y los fantasmas también son reales. 

Viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan».

Stephen King.



«Aceptamos el amor que creemos merecer».

Stephen Chbosky – Las Ventajas de Ser Invisible.




Dicen que, un instante antes de morir, nuestra vida pasa frente a nuestros ojos como si fuese una película.

Era la vida que había vivido junto a Alex lo que se pasaba frente a mí en ese momento mientras las manos me sudaban copiosamente, y el mismo sudor frío me recorría la columna vertebral. El día en que la conocí; las navidades juntas, haciendo maratones de nuestras películas favoritas de esa época —Home Alone y A Christmas Carol encabezando la lista— mientras comíamos galletas de jengibre horneadas por nosotras, ataviadas en suéteres navideños horribles; todas las noches que dormimos juntas, escondidas en nuestra fortaleza de sábanas; las vacaciones con nuestros amigos en la casa de playa de mi familia; los infinitos secretos que solíamos confiarnos y las risas compartidas, esas que no paraban hasta que nos dolía la panza; los shows que descaradamente dábamos, cantando a los gritos y bailando como si no hubiese un mañana, para tortura de nuestros padres y, en especial, de mi hermano; los momentos en que todavía ella era Alex, mi mejor amiga, y la vida aún no le había pasado por encima.

Todas y cada una de esas escenas, de esos recuerdos, se pasearon vívidamente frente a mis ojos llorosos, como si hubiesen sucedido ayer.

Como si el tiempo jamás hubiese pasado para nuestra amistad.

Me temblaba todo el cuerpo. Nunca había sentido tanto miedo, tanta desesperación, como en ese momento.

Mi estado era de pánico absoluto. No estaba preparada para perder a otro amigo; no estaba preparada para perderla. Y me reproché una y otra vez el haberme alejado de ella, el no haber hecho más por ella, por ayudarla. Me castigué mentalmente —más de lo que ya lo había hecho— por aquella estúpida discusión que ahora parecía una tontería.

Si algo le pasaba, si no podía volver a escuchar su voz, no iba a perdonármelo nunca en la vida.

—¡Michelle, apártate! —El grito exasperado me trajo de regreso, e hice lo que se me ordenó—. ¡Alex! ¡Alex, abre la maldita puerta! —Gritó él, exigiendo sus cuerdas vocales al límite del desgarro, mientras aporreaba el pedazo de madera.

Abigail caminaba de un lado al otro, con las manos en la cabeza, al borde de un ataque de nervios.

De no ser porque necesitábamos quien nos guiara hasta aquel departamento, ni siquiera me hubiese tomado el trabajo de contactarla.

Parte de todo lo que estaba sucediendo era su culpa. O al menos así lo veía yo en ese momento.

El chico que se había ensañado con la puerta estaba fuera de sí, y una clara muestra de ello era la forma en que comenzó a golpearla con su propio cuerpo, queriendo abrirla a la fuerza.

—Algo anda mal, algo anda muy mal —masculló Abigail, con angustia, sin dejar de caminar de un lado al otro.

No había que ser un genio para darse cuenta de que todo andaba mal.

—Ábrete, ¡maldita sea! —Él empujó una vez más el trozo de madera, y lo hizo con tanta fuerza que yo estaba segura de que pronto habría consecuencias en su brazo.

La madera crujió, el cerrojo se venció, y la puerta de la habitación finalmente se abrió.

Lo que nos encontramos dentro es una imagen que me perseguirá hasta el último día de mi vida.

—No. Nonono, ¡no! —El grito desesperado de Abby mientras corría hacia un inerte Travis me atravesó, poniéndome los pelos de punta.

Él y Alex yacían sobre la cama, ella en ropa interior negra, él solo en jeans del mismo color. El brazo derecho de Travis colgaba por un costado de la cama, varios piquetes rojos resaltando entre sus tatuajes en la flexura de su codo; Alex estaba completamente pálida, más delgada de lo que la había visto jamás, y también con piquetes rojos en uno de sus brazos.

Mi amiga, mi mejor amiga, era la representación perfecta de un cadáver.

Sobre una de las mesitas de noche había una botella de vodka vacía y otra por la mitad; sobre la otra, una jeringa, una tira elástica, una cuchara, un encendedor, varias bolsitas plásticas vacías, y un polvo extraño desparramado sobre la madera.

No, carajo, ¡no! Eso no podía estar pasando.

El tiempo se había detenido, pero todo a mi alrededor se movía en cámara rápida. Abigail sacudiendo a Travis entre gritos desesperados para que reaccionara, el chico con el corazón en la garganta intentando reanimar a Alex, y yo paralizada, con el miedo oprimiéndome el pecho, sintiendo cómo el aire abandonaba mis pulmones con cada segundo que pasaba y mi amiga no despertaba.

—Alex. ¡Alex! —Le dio dos golpecitos suaves en la mejilla y luego la sacudió suavemente por los hombros—. Reacciona, por favor ¡reacciona!

—Ella está bien, ¿cierto? Dime que está bien —le rogué, incapaz de moverme más allá del umbral de la puerta, completamente paralizada.

Sin embargo, todas mis esperanzas se fueron al carajo cuando Abigail, tras posar dos dedos en el cuello de Travis para constatar su pulso, rompió el aire con un grito desolador que me heló la sangre e hizo desaparecer el suelo bajo mis pies mientras mi alma se partía en mil pedazos.

—¡Noooo, mierda, nooooo! ¡Están muertos!

Oasis [Bilogía "Abismo", libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora