CAPÍTULO CUATRO.

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El humo del chocolate caliente invade mis fosas nasales, disfrutando su aroma y después su sabor mientras observo a mi hermano mayor limpiar las sillas de los caballos que hace mucho abandonaron el rancho. Aunque padre fue un policía prometedor y llegó a un nivel alto, lo que nos dejó no fue suficiente para cinco hijos.

Conforme el dinero se esfumó también lo hizo el ranchito, empezando por los caballos. El primero en irse fue el de Arturo, luego los de mamá y papá, pero mi hermano se rehusaba a vender los nuestros. Flavio y Samuel entregaron los suyos y luego fue mi turno, dando mi compañero para poder vivir sin muchos problemas.

Alma fue la única que conservó su caballo: Rubio. Y aunque ella no estaba muy feliz al principio, ahora lo disfrutaba pues había ganado mucho a su lado, y agradecía no haberlo vendido. Al menos.. no hasta hace un tiempo, esa fue la última carrera con Rubio, el caballo fue entregado después de la carrera en un intento de darnos más tiempo con el banco y la casa.

Mi mirada está fija en Arturo, él se sacrificó mucho por nosotros, salió de sus estudios para darnos los nuestros, y aunque no funcionó en su mayoría, al menos conseguimos algo de preparación. Sin embargo, eso no evito que mi hermano hipotecara la casa para tratar de darnos buena educación.

Pero el dinero nunca rinde, y la escuela dejó de ser una opción cuando la comida debía llegar a la mesa, concluí mi preparatoria con éxito antes de ponerme a trabajar con mis hermanos, y sí, de vez en cuando con Tomás en construcción.

En lo personal, veo a Arturo como un ejemplo en mucho. Tiene un carácter de los mil demonios, pero eso fue lo que nos hizo salir adelante tras la muerte de nuestros padres. Yo era un niño que apenas sabía multiplicar y mi hermano se encargó de que aprendiera más que eso. Ocupó el lugar de padre y se esforzó en criarnos con la mejor educación que pudo aprender de papá.

Creo que es por esa parte que puedo entender el enojo hacía la situación que enfrentamos en ese momento, su frustración no es hacía Alma completamente, si no hacía él mismo. El miedo de no ser suficiente para nosotros lo ha atormentado desde el principio, y ahora quizás ese temor se puso más firme, sintiendo que valdría más si mamá y papá estuvieran y no él.

No. No sería lo mejor. Puede que sea porque no recuerde mucho de mis padres pero no puedo imaginar vivir sin mi hermano mayor.

—Que onda, carnal. —Samuel llega ya vestido para salir y con dos cervezas en la mano, me revuelve el pelo antes de darle una a Arturo. Le sonrió sin mucha fuerza, bebiendo mi chocolate.

—No me gusta que Alma se quede en la ciudad por la noche. —Arturo responde cuando Samuel pregunta por su semblante frustrado y preocupado. —Seguramente está con ese tipo.

—Ya le llame y le deje un mensaje, pero no me contestó. Tranquilo, segurito nos devuelve la llamada.

Mi sonrisa cae en ese momento, mis labios se curvan en una mueca. Puedo ver la preocupación en mis hermanos y yo estoy igual, aunque no lo digan y aparenten que no, sé que están molestos conmigo por no decirles nada. ¿Debí hacerlo? Quizás, así probablemente nuestra hermana no hubiese quedado embarazada tan joven, pero realmente llegué a creer que Ignacio era un hombre decente y que no la tocaría hasta que llevaran al menos más de tres meses de relación, quizás un año, no lo sé.

Mi silencio quizás dificultó las cosas, hice mal al no hablar, pero Alma ya tiene 18 años, su vida es suya y sabrá cómo vivirla. Solo creía que sería más responsable con sus actos. Mi estómago se revuelve de pronto, mi hermana seguía siendo una niña, y yo no supe cuidarla.

Supongo que ese sentimiento lo experimentamos todos en ese momento, culpandonos por no haber cuidado como se debe a nuestra pequeña hermana.

—Ay Arturo. —La voz de Flavio me hace levantar la vista. —No entiendo tu manía de estar limpiando esas sillas, no entiendo para qué si ya ni caballos tenemos.

𝐌𝐈 𝐑𝐄𝐈𝐍𝐀 | 𝑨𝒏𝒅𝒓𝒆𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝑱𝒖𝒏𝒄𝒐.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora