CAPÍTULO TREINTA y UNO.

65 14 0
                                    

Muy a mi pesar, mis hermanos me sacaron de la cama justo cuando conseguí conciliar el sueño. Para mi fortuna ninguno me dijo nada por llegar casi a las tres de la mañana, las pesadillas no me dieron tregua y cuando empecé a perder la conciencia de forma pacífica, la maldita alarma de Arturo resonó por toda la casa.

Ninguno mencionó nada cuando les dí los buenos días, pero apenas pude ver mi reflejo en el espejo entendí la mirada dolida de Flavio. Mis ojos estaban hinchados y tenía unas ojeras horribles. Sin mencionar que mi voz se escuchaba mormada.

Genial, enfermo y demacrado. El combo perfecto para venir a suplicar que me devolvieran mi trabajo. Al menos los lentes oscuros evitaban que se viesen mis ojos hinchados y ojerosos, algo es algo.

Arturo frenó la camioneta justo frente a la pista de equitación del rancho.

—Tiago—Flavio llamó, señalando hacía la pista —, ahí tienes a tu patrona.

Guarde silencio, viendo de lejos como Andrea saltaba con su caballo. El ogrito sabía montar, y no solo eso, era increíble en equitación. Ella realmente era una caja de sorpresas, algunas no tan bonitas de descubrir, claramente.

—Vas, bájate y a pedir que te dé otra oportunidad en la chamba. —Samuel palmeo mi rodilla, dándome una sonrisa alentadora.

—Lo que me va a dar es una pisoteada con su caballo. —me quejé, haciendo una mueca.

—No exageres. —Flavio puso los ojos en blanco, disfrutando mi martirio.

Después de lo que le hice con la llave del agua, era muy probable que realmente lo hiciera. Esto era atentar contra mi vida y suerte.

—¿Arturo?

Mi hermano me dio una mirada seria y niega.

—Si eres muy hombrecito para emborracharte, ahora también tienes que serlo para ir y pedir que te regresen la chamba. Orale.

Bufé, abriendo la puerta para irme antes que me dieran otro reproche. Camine lento, sin querer apresurar mucho las cosas y tomar tiempo para mi paciencia y calmar el mal humor por no poder dormir ni tomar mi café matutino.

Mi lentitud me permitió poder ver como Andrea saltaba sobre los obstáculos, su caballo era hermoso sin duda. No esperaba menos, todo termina pareciéndose a su dueño, quitando el carácter, claro. Quise mantenerme encubierto, pero apenas ella me vio, su expresión cambió radicalmente.

El efecto que yo tenía en esa mujer era impresionante, con solo verme podía cambiar su estado de ánimo de seria, a terriblemente molesta. Los ojos que me daba no eran amistosos en absoluto, y por un momento realmente dudé si era buena idea acercarme mientras aún estuviera montada en ese caballo.

—¿Qué haces tú aquí? —cuestiono con seriedad, deteniendo el andar de su caballo—. Te dije que no te quería volver a ver en mi rancho.

Respire hondo, pase mi lengua por mis labios antes de acercarme a ella. Andrea bajó del caballo y le entregó las riendas a Pablo. Él me dio un movimiento de cabeza, deseándome suerte.

Pablo había visto y presenciado mi despido mientras trataba de ayudar a Samuel a detener el agua. Una anécdota muy interesante que podría contar.

—¿Qué no escuchaste? —Andrea llevó sus manos a la cintura, irritada con mi presencia. —Te dije que te vayas, no te quiero ver aquí.

—Vine a recoger mis cosas —respondí, tratando de mantenerme sereno. Rasque mi nuca, mordiendo ligeramente mi labio superior por breves segundos—. También quería ofrecerle una disculpa por lo que pasó con el sistema de riego.

𝐌𝐈 𝐑𝐄𝐈𝐍𝐀 | 𝑨𝒏𝒅𝒓𝒆𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝑱𝒖𝒏𝒄𝒐.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora