CAPÍTULO VEINTE.

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Bruja. Eso era Andrea del Junco. No, no sólo bruja, un ogro también.

Después de haber llevado todo el material por mi cuenta de nuevo a la construcción, mis hermanos y yo nos pusimos las pilas para trabajar sin la intención de conseguir más problemas. Arturo por fin se dignó a aparecer, sin camisa y con una herida en el pecho.

Samuel no tardó en preguntar qué le pasaba con preocupación, yo elevé una ceja hacía Arturo, caminaba, respiraba, y ya habían atendido su herida, por mí estaba bien.

—No es nada, Samuel, se me cayeron los materiales encima. —fue la respuesta de Arturo hacia nuestro hermano, restando importancia para seguir trabajando.

Aunque mi hermano estaba preocupado por esa herida, prefirió no seguir preguntando al ver la mirada nada amigable de Arturo. Era mejor esperar a que se calmara antes de preguntar cualquier cosa referente a su herida en el pecho, y de paso, el por qué llegó sin camisa.

Yo elevé una ceja hacía Arturo, caminaba, respiraba, y ya habían atendido su herida, por mí estaba bien, así que me dispuse a ir a terminar de descargar los materiales que faltaban.

—¿Y tú por qué cojeas? —Flavio preguntó después de prestar más atención al verme caminar hasta la camioneta,

—Me desquite con los materiales. —respondí, aún podía sentir la molestia burbujear en mi interior.

—¿Y eso? —Samuel me miró confundido justo cuando uno de los peones llegaba a la construcción.

—¿Santiago? —el hombre preguntó dándonos una mirada a los cuatro.

—Aquí el baby. —Flavio me abrazó por los hombros, dándole una mirada seria al hombre.

—La señorita Andrea me mandó. —Y tras eso, él me dio unas tijeras grandes de jardinería.

Me quedé en silencio, sosteniendo las tijeras con fuerza. La bruja realmente lo había dicho en serio. Sentí la mirada de mis hermanos mientras yo veía al peón con incredulidad.

—Al parecer te tomo la palabra. —Flavio se intento burlar pero mi mirada lo calló.

Suspiré, conteniendo mi molestia. Estaba a nada de decirle al peón que regresara y le dijera a Andrea, de forma educada, que tomara su escoba y se fuera a volar lejos.

Arturo me dio una mirada seria que yo ignoré; no estaba de humor para más regaños.

—Esto —levanté las tijeras en dirección a Samuel y Flavio—, va de la mano con esto. —palmé la pierna de mi pie adolorido, respondiendo las preguntas que me habían hecho antes de que el peón llegara.

Mis hermanos fruncieron el entrecejo, confundidos con mis palabras. Puse los ojos en blanco, irritado ya no solo con Andrea, sino con todo mundo.

No me quedó más remedio que seguir al peón, y tal como Andrea dijo, me hicieron cortar el pasto.

El ogro estaba ahí, dándome indicaciones de lo bien que lo quería. Mordí mi lengua tan fuerte como pude para no mandarla a la fregada. Tragué mis palabras, repitiendo una y otra vez que estaba ante mi “patrona”. Su sonrisa triunfante me hizo burbujear más la sangre.

—Quiero que cortes el pasto parejo —dijo Andrea, señalando con la mano un área que la camioneta de Arturo había dañado. —Ese lado aún tiene partes desiguales.

—Sí, claro, como usted diga —respondí con un tono más sarcástico de lo que pretendía.

Ella alzó una ceja, pero no dijo nada. En su lugar, simplemente se quedó allí, observándome con esos ojos críticos. Y por si fuera poco, podía escuchar la risa de Teofilo, el peón me dio una mirada de disculpa y negó entre risas, largandose de ahí.

𝐌𝐈 𝐑𝐄𝐈𝐍𝐀 | 𝑨𝒏𝒅𝒓𝒆𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝑱𝒖𝒏𝒄𝒐.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora