CAPÍTULO CINCO.

92 10 0
                                    

Apenas amaneció, lo primero que todos hicimos fue subir a la camioneta y conducir al rancho del Junco. Después de anoche ni los santos podían haberme salvado del regaño que mis tres hermanos me dieron afuera, para fortuna mía pude convencerlos de que yo no sabía que Ignacio estaba casado, y es que realmente no tenía ese conocimiento.

Alma me había dicho que Ignacio estaba divorciado, y cuando los tres interrogaron a mi hermana, ella lo confirmó.

Samuel fue inteligente al momento de hacer el interrogatorio, diciendo que la nueva enamorada de Flavio había mencionado a una tal Cayetana. Alma sonó tan segura cuando dijo que esa mujer era la ex de Ignacio que confirmó nuestras sospechas.

Ignacio había engañado a nuestra hermana, y ninguno lo iba a tolerar.

Arturo seguía las indicaciones de Flavio, que había recibido la información de Brigitte, su conquista. Alma nunca me había dicho en donde vivía Ignacio porque ella tampoco sabía donde vivía su remedo de novio.

—¡Ese es el coche! —aviso Flavio, señalando hacía en frente.

Arturo maniobreo el volante, quedando a cruzado a media carretera y cortando el paso del coche plateado. Baje de un salto de la camioneta antes de que mi hermano apagará el motor.

—¿Pero qué les pasa? ¿Están borrachos o qué? —reclamó un hombre, bajándose del coche.

«Con que eres tú, imbécil» fuí el primero en llegar a Ignacio, impactando mi puño sin cuidado en su cara, haciendo que él tuviera que apoyarse en su coche para recuperarse.

—Tenemos una cuenta pendiente, señor. —mi voz salió con burla, sacudiendo mi mano discretamente.

—Ni siquiera te conozco. —Ignacio me dice, sobando su labio que ahora está abierto y con señales de sangre. Me felicito, soy bueno impactando golpes.

—¿Te suena el apellido Gallardo? —Flavio se acerca, su voz suena tan molesta como lo demuestra su lenguaje corporal.

—¿Los hermanos de Alma? —Ahora Ignacio está más confundido y sorprendido, su vista va de Flavio a Arturo, centrándose finalmente en mí, sorprendiendose más.

—Los hermanos de la dama a la que engañaste. —corrige Samuel con molestia.

—No, a ver, creo que hay un malentendido.

Elevó mi ceja, conteniendo mi impulso de darle otro puñetazo. No debo, no todavía, mis hermanos tienen derecho a desquitar también su coraje, es por eso que me hago a un lado cuando Flavio da un paso al frente.

—¿Te parece un malentendido seducir y embarazar a una jovencita siendo un hombre casado?

Y seguido, su puño impacta en el estómago de Ignacio, sacándole el aire.

—¡Mi matrimonio se acabó hace mucho tiempo! —trata de justificarse, enderezandose del golpe con esfuerzo.

—La argolla dice lo contrario. —señalo con mi cabeza su mano en donde está el anillo de matrimonio. —Y las incontables revistas también.

—¡Eso es solo una farsa! —me dice, limpiando la sangre que cae por su labio. —Me voy a divorciar para casarme con Alma, porque la amo. A ella y a mi hijo.

No le creo, y ninguno de mis hermanos tampoco. No hay forma de justificarlo, si tanto ama a mi hermana bien pudo divorciarse antes para poder estar con ella, en su lugar prefirió seducirla y hacer que se entregase a él a los tres meses de relación. Hay tiempo para todo e Ignacio no supo entenderlo ni mucho menos respetarlo. No hay forma que yo me llegué a creer sus excusas.

—Entiendanme, si yo le decía la verdad nunca me hubiera aceptado.

—Sí, porque es una muchacha decente. —Arturo lo toma del chaleco, zarandeandolo. —Así que escúchame muy bien, Ignacio del Junco, no te vuelvas a acercar a mi hermana hasta que arregles tu situación porque vamos a tener serios problemas.

Ignacio nos miró a cada uno, asintiendo con resignación. Arturo lo soltó, dándole una mirada de pocos amigos.

—Realmente te pareces mucho a ella. —murmuró Ignacio, mirándome mientras limpiaba su labio. —Cuando Alma dijo que tenía un mellizo casi idéntico no creí que realmente fueran tan parecidos, excepto por tu cabello.. el tuyo es castaño, no rubio.

Eleve mi ceja con seriedad, acercándome a él con lentitud, no tenía intención de entablar una conversación con él, pero si quería dejarle las cosas más claras que Arturo.

—Somos muy parecidos —asentí —al menos en casi todo. Alma es pacífica, yo por otro lado —mi puño volvió a impactar en Ignacio, solo que esta vez en su estómago. —, prefiero la fuerza bruta.

Ignacio cayó al suelo cuando mi rodilla siguió el ejemplo de mi puño, sacándole el aire por completo.

—No soy tanto de advertir con palabras, Ignacio. —dejó en claro, ignorando la mirada que me dan mis hermanos, Flavio me intenta sujetar y alejarme pero soy yo quien lo aleja a él. —Te quiero lejos de mi hermana, ella es una niña pura. Así traigas los papeles de divorcio no vas a estar cerca de Alma.

—Santiago, te prometo que yo amo a tu hermana.. La amo más que a mi vida. —su voz me jura con los ojos destellando honestidad. Quizás el sentimiento sea real pero eso no me consuela.

—Si la amaras tanto no habrías hecho lo que hiciste. La engañaste, Ignacio. Alma te dio su amor basada en una mentira. Engendraste un bebé a base de mentiras. —mi voz está cargada de reclamo, sintiendo desprecio por el hombre que tambalea para levantarse. —¿Acaso ella no te pidió honestidad cuando le dijiste que estabas “divorciado” y con tres hijas?

Su silencio me da la respuesta y puedo ver como Arturo aprieta sus puños.

—Alejate de Alma, encargate de tus problemas pero no la involucres a ella —advierto, ya más tranquilo que cuando le dí el primer golpe. —porque el que miente una vez, puede hacerlo dos veces. Y no dejaré que mi hermana pase por eso.

Me doy la vuelta, regresando a la camioneta. Mis hermanos no tardan en seguirme, dandole una mirada asesina a Ignacio. Arturo arranca y nos vamos, dejando al tipo con una mirada decaída. Una parte del viaje de regreso es silencioso y eso nos sirve para terminar de relajarnos.

—Pero ve esa mano, hombre. —Samuel rompe el silencio, tomando mi mano para revisarla, mis nudillos están rojos y un poco hinchados. —Habrá que ponerte hielo.

—Estoy bien. —le digo, retirando mi mano sin ánimos.

—Quién viera al baby —se burla Flavio desde el asiento del copiloto. —Quién diría que sabría dar derechazos así. De un solo golpe le rompió el labio.

—Si hace algo, lo hace bien. —Arturo entra a la conversación, dándome una mirada por el retrovisor. —Como todo un Gallardo, carnalito.

Cuando él me regala una sonrisa yo se la devuelvo, sonrió al ver como mis hermanos, a pesar de saber que no están muy contentos conmigo, no me hacen la ley del hielo, por el contrario, me sonríen y bromean conmigo.

Bromeamos la mayor parte del camino hasta que centramos nuestras burlas en Flavio y ahora es él el que se queja cada cinco minutos. Todos concordamos en silencio, pase lo que pase estaremos juntos y contaremos los unos con los otros.

𝐌𝐈 𝐑𝐄𝐈𝐍𝐀 | 𝑨𝒏𝒅𝒓𝒆𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝑱𝒖𝒏𝒄𝒐.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora