︵‿︵‿୨ AURORA୧‿︵‿︵
La habitación está iluminada por los rayos del sol. No como el otro día. Todo estaba muy oscuro, a mis ojos les tomo un tiempo adaptarse a esa oscuridad tan conocida para mí. Cuando esos hombres me encerraron en una pequeña y fría habitación, siempre estaba oscuro. La luz nunca se filtraba. Era como una flor desesperada por luz, pero con el tiempo iba marchitándome. No sé qué día era ni cuánto tiempo me mantuvieron encerrada.
Por eso no me molesto en revisar la hora en el reloj colgado en una esquina de la pared. Me daba igual. Todo me parecía aburrido, sin vida. Ya nada me importaba.
Fui maltratada por lo que pareció una eternidad. Me golpearon. Me quemaron. Me cortaron. Me humillaron. Ellos me destrozaron el alma. Me hicieron añicos. Ya no sé quién diablos soy. Ni donde estoy. O porque el hombre que juro cuidarme dejo que pasara todas esas atrocidades.
Cree que lo engañe. No confío en mi palabra. Tampoco me dio tiempo de explicarme. Tomo una decisión y esa fue dañarme, desconfiar y volverme una sombra de lo que solía ser. Deje que entrara en mi corazón, creí que después de tanto tiempo estando sola, por fin había encontrado a esa persona con quién compartiría mis días. Fui tan ilusa y estúpida. No estoy hecha para ser amada.
Me he convertido en un cascarón vacío y lleno de cicatrices.
Miro el techo, blanco, como odio ese color. Cierro los ojos, lo último que recuerdo es ser golpeada hasta perder la consciencia. Un hombre alto y robusto con traje negro entro dando órdenes, en cuanto se fue, alguien se encargó de cargarme y envolverme en una tela. Fue raro, por un segundo creí sentir un poco de cuidado en cómo me trataba, pero tan pronto como llego desapareció y desperté aquí. El dolor en mi cuerpo era insoportable, desperté al sentir una caricia reconfortante. Sé que entre en pánico en cuanto nuestras miradas se cruzaron, pero la forma en que me miraba y trataba, hicieron desaparecer el miedo.
Estaba tan cansada que no me importaba si me mataba ahí mismo.
Pensé, por un instante, que morir de esa forma no era tan malo. Al menos fui tratada de manera amable en mis últimos segundos de vida. Puedo escuchar los susurros detrás de la puerta, he despertado un par de veces más luego de quedarme dormida en los brazos del hombre desconocido. No tengo idea de que hará conmigo. Quizá me vendieron. A lo mejor está esperando a que me recupere para hacerme cosas peores. Guardo silencio un momento, no, no importa lo que me haga, nada será peor a lo que ya viví.
Mi cuerpo tiembla al ver la manilla moverse. Quiero correr y esconderme, pero mi espalda duele. Todo mi cuerpo es un constante dolor agonizante. La puerta se abre, ambos hombres se detienen abruptamente bajo mi mirada, se quiénes son. Dejo mi vista puesta en el de la bata. Es médico.
Ninguno se mueve y me pregunto por cuanto tiempo piensan quedarse como estatuas.
El primero en dar un tímido y cauteloso paso es el hombre que me hizo dormir aquel día. Lo sigo atentamente, pendiente de cada uno de sus movimientos y creo que lo nota, pues se mueve despacio. Se sienta a un lado de la cama, manteniendo la distancia.
—Hola, pequeña —cierro los ojos al sentir un agradable escalofrío recorriendo mi cuerpo. Al abrirlos lo encuentro mirándome preocupado. Sus ojos son cafés oscuros—. ¿Cómo amaneciste?
Relamo mis labios.
—¿Hoy me dirás tu apellido?
Lo miro. Se acerca. Mantengo mis labios sellados.
—Debes tener a alguien buscándote. ¿No quieres decirles que estas a salvo?
El médico da otro paso. Se detiene.