̶«̶ ̶̶̶ ̶ ̶ ̶̶̶ ̶«̶ ̶̶̶ ̶ HADES ̶»̶ ̶̶̶ ̶ ̶ ̶̶̶ ̶»̶ ̶̶̶ ̶ ̶
—No creo que sea una buena idea, cariño.
Aurora se encontraba parada frente a la puerta del armario. La semana pasada llegaron todas nuestras cosas. Aurora ansiaba sus instrumentos de cocina, y cuando le ofrecí comprárselos de nuevo, se negó, al igual que con la ropa.
Después de eso, insistió en querer superar esa parte del trauma que la paralizaba: los trajes. Al principio pensé que sería paso a paso, ver fotografías, videos o algo parecido, pero esta mañana despertó pidiéndome entrar al armario donde tengo todos mis trajes. Por un segundo quise negarme, pero deseché la idea en cuanto vi la determinación en su mirada.
No seré yo quien la detenga de seguir adelante.
—Lo necesito.
Me resigné en el momento en que su mirada conectó con la mía. Jamás podré negarle algo.
—Bien, pero si es demasiado, dímelo.
—Siempre. —apretó mi mano con fuerza.
Me hice a un lado y ella entró al armario. Se quedó quieta, mirando alrededor. Al principio, su mirada viajaba entre mis zapatos y camisas, para luego detenerse en los trajes. Me aseguré de observar atentamente su rostro, esperando el mínimo cambio en su expresión para sacarla de inmediato. No estaba dispuesto a que siguiera sufriendo.
Estiró sus manos y abrió el gabinete de las corbatas, deslizando sus dedos lentamente.
—Ellos solían quitarse las corbatas, no les gustaba ensuciarlas.
Me tomó unos segundos comprender sus palabras.
—Preferían usar sus cinturones para atarme y quitarme la respiración.
Giró y estiró su mano, tomando un saco negro, luego un suéter de cuello alto del mismo color y un abrigo. Volteó y me entregó las prendas.
—No me pondré un traje en tu presencia. —dijo con voz firme.
—Comprendí que otros hombres me causan terror por el simple hecho de no saber si van a dañarme o no —sus manos fueron directamente a las mías, envolviéndolas—. En cambio, sé con seguridad que tú no serías capaz.
—Nunca.
—Entonces póntelo. Así puedo asegurarte que yo a ti jamás te tendría miedo.
Tomé las prendas. Salí del armario y me dirigí al dormitorio para cambiarme. Me miré en el espejo, asegurándome de que todo estuviera en su lugar antes de volver con Aurora.
Es la primera vez que me causa tanto conflicto ponerme uno de mis trajes. Estaba tan acostumbrado antes y desde que la conocí, me era tan natural pasar de largo y simplemente vestirme con un abrigo y pantalones de chándal. Soy muy consciente de que mis hombres pensaron que me había vuelto loco cuando prohibí que cualquiera viniera con trajes. Puede que también amenazará con matarlos si no cumplían con esa regla.
Cuando regresé, ella estaba esperando, sus manos entrelazadas nerviosamente. Al verme, su expresión cambió.
—¿Cómo me veo? —pregunté con una pequeña sonrisa, intentando aliviar la tensión.
Aurora se acercó y sus manos temblorosas recorrieron la tela del abrigo, sintiendo su textura. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Perfecto —susurró—. No tengo miedo, Hades. No de ti.
La abracé con cuidado, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba en mis brazos. Este era un pequeño paso, pero uno importante en su proceso de curación. Me devolvió el gesto con más fuerza, su respiración finalmente volviéndose más regular y tranquila.