︵‿︵‿୨ AURORA୧‿︵‿︵
Otra vez estoy aquí.
El invernadero se ha convertido en mi refugio. Aquí el aire es distinto, más ligero, casi reconfortante. Las plantas me rodean, y aunque sus hojas no me hablan, su presencia me calma de una manera que nada más consigue.
Cuando tengo pesadillas o el silencio en la casa se vuelve tan ensordecedor que me ahoga, vengo aquí. Este lugar ayuda a que mi mente evite viajar a esos rincones oscuros que aún no puedo borrar. Pero nunca vengo sola. Siempre hay un hombre de Hades siguiéndome. Puedo sentir sus pasos en la distancia, su mirada fija en mi espalda, aunque no me atrevo a mirarlo. Esa sensación familiar de ser perseguida, vigilada, es algo que conozco bien.
Ares también me vigilaba, desde el primer día que me llevó a su mundo. Me puso un guardaespaldas, alguien que me seguía a todas partes. Al principio fue desagradable, una constante molestia. Pero con el tiempo me acostumbré. Creí que lo hacía porque me amaba, porque quería protegerme.
Qué tonta fui.
Y, aun así, desconfió de mí. Me dañó, me hirió en formas que nunca creí posibles.
Mi mente y corazón siguen debatiendo sobre cómo debo sentirme. Me daño. Me hirió. Destruyo hasta la última pizca de mi alma. ¿Lo amo? Cada que pienso en los momentos que pasamos juntos, la rabia golpea desde dentro de mi pecho. ¿Lo odio? Mi corazón duda. Tengo claro que ya no siento amor por esa persona. He descubierto muy tarde su verdadera personalidad.
Suspiro, enfocando la vista en un clavel blanco. Paso de largo. No quiero ensuciarlo con mi toque, no después de todo lo que me han hecho.
Ha pasado una semana desde que acompañé a Hades a esa reunión. Todavía me sorprende la forma en que perdió el control por mí, la rabia en su mirada cuando me defendió. ¿Por qué lo hizo? No tiene razones para cuidarme tanto, para estar tan dispuesto a protegerme.
En ese momento, debería haber sentido miedo. Cualquier persona en mi lugar lo habría sentido. Pero no. No tuve miedo. Estaba ahí, viendo cómo se desbordaba su furia, y todo lo que sentí fue una extraña calma, como si, por primera vez en mucho tiempo, estuviera completamente a salvo.
Es extraño cómo alguien tan peligroso puede hacerme sentir segura.
Observo mi mano enfundada en un guante de tela negro. Lo conseguí después de pedirle a Hades que lo comprara con la excusa del frío.
La realidad es otra. La verdadera razón es la misma por la cual evito mirarme al espejo. La misma por la cual tallo, tallo, tallo, tallo, mi cuerpo cada que me baño: sucia, asquerosa, podrida, basura, zorra, patética.
Cada vez que pienso en ello, mi mente se llena de una sola palabra: asco.
¿En serio crees que alguien va a ayudarte? Nadie quiere estar cerca de una mujer que se dejó usar una y otra vez sin resistirse. Le das asco.
Me lo repito una y otra vez, como si decirlo fuera suficiente para mantener a raya cualquier esperanza de redención.
Asco.
Asco.
Asco.El eco en mi cabeza es ensordecedor, devorando cualquier pensamiento positivo. Mis dedos tiemblan bajo el guante, como si el simple contacto con la tela fuera capaz de borrar todas las cicatrices invisibles que cargo.
Asco.
Asco.
Asco.—¿Aurora? —La voz de Hades me saca de ese ciclo infernal. Levanto la cabeza de golpe, como si me hubieran sorprendido haciendo algo prohibido.