Joana disfruta las cafeterías caras del centro de la ciudad; cada fin de semana va junto a su grupo de amigas y deslumbra el lugar con su sonrisa. A veces me pregunto si para ella es sencillo ser así de bonita o si es que acaso, al igual que yo, hace un sobreesfuerzo para ser lo más perfecta posible para Tobías.
No sé en qué momento me había convertido en una acosadora incógnita, lo cierto es que aquí estaba, al igual que cada sábado en el Café West side; mirando a Joana y a su séquito de mujeres perfectas y felizmente casadas.
–¿Desea algo más? –preguntó el mesero, quien ya había llevado a mi mesa alrededor de cinco tazas de café.
–Otro café –respondí sin siquiera mirarlo.
El joven se retiró y de nuevo pude concentrarme en Joana y su atuendo de piel.
Joana tenía manos delicadas, del tipo que entre caricias apenas puedes sentir. Me preguntaba cuántas veces Tobías se había dormido con la ayuda de esas manos, esas benditas manos tersas y con manicura perfecta.
Le he preguntado a Tobías incontables veces qué tiene ella que no tenga yo, pero ahora, viéndola tan de cerca me doy cuenta que no me alcanzará una vida para ser así. Ella es de las que no necesitan esforzarse para ser bonitas, de las que son fáciles de querer, de aquellas inolvidables cuya risa puede ser canción. Joana era esa que Tobías siempre iba a elegir primero y yo aun no podía aceptarlo.
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Nos vemos el viernes
Teen FictionElla le entregó su vida y él le entregó sus viernes. Solo eso les bastaba.