Llegué a la empresa a las 8:00 am, suplicando por no encontrarme con Sam en el pasillo. Suficiente vergüenza tenía por haberme marchado de la fiesta sin siquiera despedirme.
–Stella, cariño –Por primera vez en mucho tiempo, Sarah no estaba enfadada conmigo– ¿está todo bien?
–¿Por qué no lo estaría?
–Sam llegó temprano buscándote como loco, dijo que ayer desapareciste de su cita. Dime, ¿ese idiota te hizo algo?
Sujeté la mano de Sarah y la guié hasta mi oficina, donde encontraría la causa de otro posible sermón.
–¿Flores? –preguntó, anonadada.
Y allí estaba: un enorme arreglo de flores en mi escritorio.
–¿Sam estuvo aquí? –pregunté.
Mientras buscaba alguna tarjeta que identificara al dueño de tan hermoso detalle, me pregunté cómo era posible que Sam supiera que los tulipanes eran mis flores favoritas; luego de hallar el pequeño papelito, entendí que no se trataba de él.
–Son de Tobías –musité, sujetando la tarjeta.
–¿De quién?
Sarah corrió hasta mí y la arrebató de entre mis manos.
–"Fue increíble salir de la rutina"
Me cubrí el rostro con ambas manos y dejé escapar un chillido.
–¿Qué significa eso, Stella?
La miré con una sonrisa ladeada y luego le conté todo lo acontecido la noche anterior, incluyendo la aventura en el baño del segundo piso. Como era de esperarse, no reaccionó de buena manera.
–Debes disculparte con Sam.
–Lo haré, pero antes debo encontrar la excusa perfecta para hacerlo.
–¿Que te parece "Hola Sam, me comporté como una idiota, lo siento"?
A este punto, los maltratos de Sarah, estaban llegando al límite.
–Sarah, jamás te pediría que entiendas la razón de mi devoción, pero sí te pediré que me respetes o, de lo contrario, no podremos ser amigas.
Soltó una carcajada al aire y me encaró.
–¿Pides respeto cuando tú misma no te lo das?
Asentí.
–Bien, hasta aquí llega nuestra amistad.
Hizo un ademán de despedida y se marchó de la oficina.
Quizás no lo sabía en ese momento, pero haberme librado de una amistad como esa, fue lo mejor que pudo pasarme.
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Nos vemos el viernes
Teen FictionElla le entregó su vida y él le entregó sus viernes. Solo eso les bastaba.