Dos meses más tarde, aún no podía soltarlo. Me engañaba a mí misma diciéndome que el clavo algún día cedería, pero lo único que ocurría en cada encuentro era un aumento infrenable de mi amor y devoción. Estaba perdida, porque ahora no solo lo amaba a él, sino también a Julián, quien llegaría en un par de horas con algún plan divertido de parejas a este, nuestro hogar.
–¿Te casarás con él? –preguntó Tobías, de pronto.
–No está en mis planes casarme –respondí, aferrándome a su pecho desnudo–. Si lo dices porque le he pedido que viva conmigo...
–Este es nuestro lugar, Tella.
–Y lo seguirá siendo, cariño.
Su móvil sonó, lo miró por encima y su rostro, alarmado, me indicó que debía responder.
–¿Recuerdas cuándo atendías llamadas de negocio mientras hacíamos el amor? –pregunté coqueta. Él soltó una risa nerviosa y atendió la llamada, lo tomé como luz verde para viajar hasta su entrepierna,donde comencé a besarlo. Lo escuché gruñir, así que seguí saboreando con malicia. Saber que evitaba gemir en una situación así, me hacía estremecer.
–Basta –gruñó.
No obedecí, así que se sacudió un poco intentando apartarme, pero me aferré a él.
–Estoy cerca, llegaré pronto –Y colgó, para luego apartarme de su lado con un movimiento brusco–. ¡Si te digo que pares, paras!
Lo miré atónita y asentí repetidas veces.
–Lo siento, amor.
–No...–suspiró–, yo lo siento, no debí apartarte así –Sujetó mi mano y la besó en señal de disculpas–. Me llamaron para decirme que Emma acaba de nacer.
Me llevé ambas manos a la boca en señal de sorpresa–: Felicidades, eres padre.
–Y no estuve allí cuando nació por estar aquí contigo –espetó con desprecio–. Soy una basura.
–¿Cómo ibas a saber que se adelantaría el parto?
–Me tengo que ir. Tengo que estar con mi familia–Se levantó con la misma prisa con la que se vistió. Yo solo lo observé en silencio–. No me llames por un tiempo, Tella. Sé que te prometí un viaje, pero esto es más grande que tú y yo –Se despidió dándome un beso en los labios y luego se marchó.
Sabía que era solo cuestión de tiempo para que todo esto pasara, pero aun así fui invadida por la ansiedad de no saber qué ocurrirá con nosotros a partir de entonces.
Julián apareció dos horas más tarde. Traía consigo una caja de pizza y un par de cervezas, por lo que supe que sería una noche larga.
Mientras lo veía conversar sobre lo tedioso de su día laboral, pensaba en lo que podría estar haciendo Tobías. Quizás ahora tenía a la pequeña Emma en brazos y junto a él, su hermosa esposa. El nudo en mi garganta había comenzado a doler, pero debía resistir, de lo contrario, Julián podría descubrir que estaba destrozada por haber perdido un poco más al amor de mi vida.
–¿Supiste que nació la bebé del señor Hoffman? –comentó casualmente, mientras extendía un trozo de pizza hacía mí. Lo acepté y asentí.
–Sam está feliz de ser tío –Di un mordisco y tragué casi inmediatamente, ansiando que el nudo se fuera junto a la masa de queso y pepperoni–. Hace rato llamó presumiendo que la pequeña tiene la nariz idéntica a él, pero yo le dije que cuando son bebés se parecen a todos.
–¿Cómo te sientes al respecto? –Me miró expectante.
–Estoy feliz por Tobías, siempre quiso una familia –respondí cortante y volví a concentrarme en mi pizza.
–Puedes decirme lo que quieras, preciosa. Entenderé que te sientas triste.
Y fue allí, cuando las lágrimas cedieron. Lancé el trozo de pizza a un lado y dejé caer mi cabeza en su hombro.
–¿Sabías que una vez me dijo que no quería tener hijos? –pregunté entre sollozos– Dijo que prefería su libertad, que era mejor así y luego, su esposa embarazada y yo confundida...
Dolía. Dolía profundamente.
–Me confesó entonces que lo de no querer ser padre no se trataba de alguna aversión a los niños, sino que no quería ser padre junto a mí. Jamás fui la mujer para casarse, siempre fui la otra, aquella con la que no formarías una familia –concluí.
–No quiero sonar como un adulador, pero contigo me casaría mil veces.
Lo miré con una sonrisa.
–Pero antes tu corazón tiene que estar completamente libre de él –besó mi frente con ternura y limpió mi rostro con la manga de su camisa–. Y cuando por fin puedas pronunciar su nombre sin titubear, sabré que soy yo el que reina en tu corazón.
–Tú ya eres el dueño de mi corazón –musité, acurrucándome en sus brazos–. Solo me entristece recordar lo tonta que fui.
Lo tonta que seguía siendo.
–Salgamos esta noche –sugirió.
Enderecé mi postura y lo miré confundida.
–¿Salir?
–¡Necesitas distraerte! –Se levantó y me extendió la mano–. Levántate y alístate.
Decirle que no a Julián era tan difícil como decírselo a Tobías, pero en este caso era así no porque existía el temor de decepcionar, sino porque sus ojos de cachorro eran imposibles de resistir; así que veinte minutos me tomé en estar lista y una hora más tarde estábamos bailando en un bar de Salsa ubicado en la zona este de la ciudad. Allí descubrí que Julián no sólo sabía de buena música, sino que también bailaba estupendamente, un atributo del que no muchos hombres pueden presumir.
Sentados en la barra, descansando los pies, conversamos.
–Podría bailar contigo toda una vida –comentó y luego le dio un sorbo a su trago.
–Eres un magnífico bailarín, Juli. Me has sorprendido.
–Y eso que no me has visto bailando break-dance –bromeó y yo reí.
–¿Podríamos hacerlo más seguido?
–Bailaremos todos los días si eso es lo que deseas, preciosa.
Le regalé una sonrisa y luego besé su mejilla.
Lo cierto es que lo quería, lo quería mucho. El solo imaginar perderle me destrozaba el corazón, por lo que supe que debía tomar una decisión pronto si de verdad quería evitar un desastre inminente.
Después de todo, Tobías había tomado la suya.
Y no fui yo.
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Nos vemos el viernes
Teen FictionElla le entregó su vida y él le entregó sus viernes. Solo eso les bastaba.